Mi Matrimonio Con El Hijo Del ViÑedo

ENTRE EL VINO Y LA TENTACIÓN

Leonardo había fantaseado con la imagen de Aisha después de que ella se negara a enviarle una foto, asegurando que arruinaría la sorpresa. Pero ninguna de sus suposiciones se acercaba a la realidad que ahora tenía frente a sus ojos. Ella estaba deslumbrante. Había en su belleza una mezcla perfecta de elegancia y sensualidad que le cortó la respiración.
Por un instante, el mundo se redujo a ella: a la curva de su sonrisa, al brillo travieso en su mirada, al ritmo sereno con el que caminaba hacia él, como si supiera que cada paso lo atrapaba un poco más.

Sintió cómo su pulso se aceleraba. Su cuerpo reaccionó con una intensidad inesperada, un deseo súbito y poderoso que lo dejó inmóvil por un segundo, atrapado en la visión de ella. No era solo su belleza; era la forma en que Aisha parecía adueñarse del espacio, la manera en que sus ojos lo buscaban sin miedo.

Con un gesto galante, retiró la silla para que tomara asiento, procurando mantener la compostura, aunque por dentro ardía en una mezcla de anhelo y fascinación.

—Gracias —susurró ella, con una sonrisa que lo estremeció por dentro.

Leonardo se acomodó frente a ella, intentando no perderse en esa mirada que lo atrapaba. Antes de que pudiera decir algo más, un camarero se acercó con una sonrisa profesional, rompiendo el momento, aunque no del todo, porque la electricidad entre ambos seguía allí, latente.

—Buenas noches, mi nombre es Bryan y estaré a su disposición esta noche. ¿Desean comenzar con algo de beber?

Leonardo asintió, sin apartar la vista de Aisha.

—Una botella de Pinot Noir, por favor.

El camarero asintió con una leve inclinación de cabeza y se retiró discretamente, dejando a la pareja sumida en un silencio cargado de electricidad.

Leonardo aprovechó el momento. Se inclinó apenas hacia adelante, apoyando los antebrazos sobre la mesa, sin dejar de mirarla.

—Estás... absolutamente radiante, Aisha. No hay forma de que pueda concentrarme en otra cosa esta noche —dijo con una voz baja, grave, cargada de admiración.

Ella bajó la mirada un instante, como si sus palabras le hubieran acariciado el alma, pero pronto volvió a alzarlos, sostenidos y luminosos.

—Y tú estás demasiado guapo —le respondió con una media sonrisa que combinaba coquetería y sinceridad—. Tanto que empiezo a pensar que esto no es una cena, sino una especie de trampa.

Leonardo dejó escapar una risa suave, encantado por su respuesta.

—Si es una trampa, ambos caímos en ella —murmuró, mientras sus ojos se detenían un segundo más en sus labios.

—Si sigues mirándome así, me olvidaré de la cena y pasaré directo a la acción —susurró Leonardo con una sonrisa ladeada, su voz ronca y cargada de intención.

Aisha tragó saliva, sintiendo cómo el rubor le subía del cuello hasta las mejillas. La intensidad de su mirada la envolvía como un fuego lento y, por un instante, deseó que él hiciera exactamente lo que estaba insinuando.

—¿Así? ¿Qué estás pensando exactamente? —preguntó, fingiendo inocencia.

—¿Qué crees que estoy pensando? —respondió él, bajo y seductor.

—Por eso te lo estoy preguntando —dijo ella, en un susurro.

—Quiero saborear esos labios ahora mismo.

—¿Sí? ¿Qué más?

—Mis manos pican por tocar cada centímetro de tu piel… mi lengua anhela recorrer tus pechos y seguir más abajo…

—Eso… eso tendrá que esperar hasta después de que nos casemos —lo interrumpió Aisha, aunque su voz tembló ligeramente.

Leonardo alzó una ceja, divertido, sin apartar los ojos de ella.

—¿Ah, sí? ¿Y si no quiero esperar?

Había deseo en su tono, en su mirada… y algo más, algo peligroso que le revolvía el estómago de anticipación.

Aisha se removió en su asiento, intentando mantenerse firme.

—Bueno… deberías hacerlo —respondió, intentando sonar convencida, aunque ni ella misma creía en sus propias palabras.

Había una verdad que no podía ignorar: antes de dejarse arrastrar por lo que sentía por Leonardo, había asuntos internos que necesitaba resolver. Además —aunque le avergonzara admitirlo— no tenía la suficiente confianza aún para preguntar algo tan íntimo como si él había traído protección.

Antes de que Leonardo pudiera replicar, el camarero regresó con perfecta sincronía, interrumpiendo la creciente tensión sexual entre ambos. Colocó con destreza dos copas de cristal y sirvió el Pinot Noir con una elegancia meticulosa.

—Espero que disfruten de la selección —dijo, y tras una breve reverencia, se alejó.

Leonardo alzó su copa, mirándola con esa chispa traviesa aún danzando en sus ojos.

—Brindemos… por la paciencia —dijo con ironía seductora.

Aisha entrecerró los ojos, divertida.

—Y por la fuerza de voluntad —añadió, alzando su copa para chocar suavemente con la suya.

—Bueno, señorita Davis, ya que no quieres ir directo a la acción… ¿por qué no me hablas de ti? —dijo Leonardo con una sonrisa ladeada, cargada de picardía.

—¿Qué quieres saber? Ya sabes cosas de mí —respondió ella, devolviéndole la sonrisa. No pudo evitar que a su mente acudiera el recuerdo de aquel apasionado beso en el auto.

—¿En qué piensas? —preguntó él, sin apartar los ojos de ella.

—En nada.

—¿Nada? —alzó una ceja, acercándose un poco—. Entonces, ¿por qué te has sonrojado?

—No estoy sonrojada —replicó Aisha, aunque el calor en sus mejillas la traicionaba.

Leonardo apoyó el codo en la mesa y llevó la mano a la barbilla, observándola con aire de investigador que ya conoce la respuesta.

—Mentirosa… —susurró, con una voz grave que rozó su piel más que el propio aire—. Ese color en tus mejillas no es por el Pinot Noir, todavía no lo has probado.

Ella tomó la copa recién servida y le dio un sorbo para ganar tiempo, pero el sabor afrutado no fue suficiente para calmar el hormigueo que sentía por dentro.

—Quizás —dijo finalmente, con un dejo de picardía— no pienso en nada… pero sí siento.




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