Mi Matrimonio Con El Hijo Del ViÑedo

ENTRE SECRETOS Y SUSURROS

La sangre, río espeso que ata destinos, nunca corre en vano.
La vida es un cristal suspendido en el aire, basta un soplo oscuro para quebrarla.
La muerte no pregunta, se viste de sombra y camina entre nosotros cuando un alma envenenada decide abrirle la puerta.
Si anhelas desvelar el secreto, no busques el momento… el encuentro ya nos aguarda.

Si anhelas desvelar el secreto, no busques el momento… el encuentro ya nos aguarda.

Esa frase se repetía una y otra vez en la cabeza de Leonardo después de haber traducido en internet el mensaje en latín que venía junto con la caja.

¿A qué secreto se refería? ¿El encuentro ya nos aguarda? ¿Quién había escrito esas palabras con tanta solemnidad? ¿Tenía relación con esa parte de su pasado que aún permanecía enterrada en Italia?

Se inclinó sobre el escritorio, pasando una y otra vez sus dedos por el papel dónde había escrito la traducción, como si pudiera arrancarle respuestas con el roce.

No sabía qué pensar. Había pasado buena parte de la tarde encerrado en su oficina del viñedo, con las cortinas apenas entreabiertas, dejando que el sol se filtrara en franjas doradas que no alcanzaban a suavizar la tensión en su pecho. Ni siquiera el coqueteo de la mañana con Aisha a través de los mensajes había logrado disipar esa ansiedad que lo carcomía.

La sensación era clara: aquello no era obra de un ocioso queriendo jugarle una mala pasada. Nadie se tomaría el tiempo de escribir un mensaje en latín, ni de enviarlo en una caja sellada con un cuidado casi ritual, si no existiera un propósito mayor.

—Maldita sea… —susurró entre dientes, dejando caer el papel sobre el escritorio.

Se llevó las manos al rostro, frotándose los ojos con frustración. Una punzada en su interior le decía que no debía ignorar esas palabras, que el "encuentro" del que hablaba el mensaje estaba más cerca de lo que imaginaba.

Y sin embargo… estaba Aisha. Su mente viajaba a ella, a la manera en que lo desarmaba con un simple “buenos días” en un mensaje, al ardor que lo recorría cuando la escuchaba reír, a lo que había prometido encontrar en su noche de bodas.

El contraste lo estaba enloqueciendo: entre la mujer que lo devolvía a la vida y ese misterio que lo arrastraba otra vez a las sombras del pasado.

Se levantó de golpe, comenzó a caminar de un lado a otro por la oficina, como una fiera enjaulada. Una parte de él quería guardar ese papel con la traducción que había escrito, quemarlo y olvidar. La otra… lo impulsaba a indagar, porque intuía que ese secreto podía estar ligado a los mismos demonios de los Russo o los D'Arcy.

Y lo que más le aterraba no era descubrir la verdad, sino que esa verdad terminara alcanzando a Aisha

El sonido de un mensaje lo devolvió a la realidad.

Tomó su teléfono para ver quién era y en la pantalla apareció el nombre de Mía.

Mía:
Hola, Leo. Quería recordarte que te espero el sábado por la noche. Si te queda algo de humanidad, y si alguna vez sentiste una pizca de cariño por mí, vendrás.
Por cierto, hoy vi a tu prometida en la florería de Charlottesville. No es una gran belleza para fascinar, pero reconozco que es bonita. Tu padre debería haber escogido algo mejor… algo más a la altura de los Russo.

Leonardo sintió un impulso irrefrenable de lanzar el celular contra la pared, como si así pudiera castigar a Mía por el veneno de sus palabras contra Aisha.

Estaba furioso. La única razón por la cual no la bloqueaba era porque aún debían tratar algunos asuntos relacionados con los invernaderos.

Se quedó mirando el teléfono, inmóvil, como si aquellas palabras encendieran una alarma dentro de su mente. El recuerdo de los gritos de Mía contra Carl regresó con nitidez, casi con la misma fuerza con que lo había vivido.

¿Crees que porque Leonardo se va a casar con tu hija tienes autoridad para decirme cómo debo hacer mi trabajo?

¿Cómo lo supo?

Él jamás le había contado a Mía que su compromiso era con Aisha Davis.

Su respiración se volvió pesada. Una sospecha incómoda comenzó a crecer: ¿acaso lo habría escuchado de Carl? No lo creía. Su suegro era demasiado reservado como para andar hablando de su vida privada.

Volvió a mirar el mensaje. Esa manera de comparar a Aisha, de menospreciarla con un veneno disfrazado de cortesía… Mía siempre había sido posesiva, sí, pero aquello iba más allá de un simple arrebato de celos. Había algo calculado en su forma de escribir.

Parecía otra Mía. No la mujer que había sido su amiga, su amante. La recordaba en el invernadero, discutiendo con Carl, despreciando a los trabajadores… Ahora le escribía con un tono envenenado, casi cruel, cargado de un desprecio que jamás había mostrado hacia otra mujer. Era como si estuviera frente a alguien irreconocible, una Mía distinta, que lo inquietaba más de lo que quería admitir.

Leonardo pasó una mano por su rostro. Su furia contenida se mezclaba con otra sensación mucho más corrosiva: miedo. Miedo de que, quizá, Mía pudiera hacerle daño a Aisha. Se arrepentía amargamente de haberse involucrado con ella, de haberle abierto la puerta a su vida de una forma tan íntima.

Se levantó de la silla de su oficina y comenzó a caminar de un lado a otro, como una fiera enjaulada.

—No puede ser… —murmuró entre dientes, apretando el celular con fuerza—. ¿Acaso alguien habló de más? ¿Fue Matteo… Enzo… o… Colin?

La sospecha de que Enzo pudiera haber manipulado esa información para poner a Mía en su contra lo hizo tensar la mandíbula. Conocía demasiado bien la habilidad de ese hombre para usar a las personas como piezas de un ajedrez.

Leonardo tomó aire y escribió una respuesta seca:

Leonardo:
No vuelvas a hablar de mi mujer. Si lo haces, lo lamentarás. Hablamos el lunes. Sólo por el tema de los invernaderos.

Envió el mensaje y dejó el teléfono sobre el escritorio. Pero la inquietud no desapareció. Al contrario, se instaló con más fuerza en su pecho.




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