Mi Matrimonio Con El Hijo Del ViÑedo

SEMILLAS DE UN DESTINO

Aisha salió del hospital con el corazón apretado, pero con la decisión tomada. Había optado por la píldora. El trayecto desde el hotel lo hizo sola, sin Mark. No quería que él supiera a qué había ido realmente. Necesitaba ese momento para ella, lejos de miradas inquisitivas, lejos de explicaciones.

Sin rumbo fijo, se detuvo en un pequeño café cerca del hospital. Pidió un almuerzo ligero y se sentó junto a la ventana, observando el ir y venir de la gente mientras intentaba calmar la tormenta de pensamientos que la abrumaba. Sabía que pronto llegaría su amiga, y que ese encuentro le daría el respaldo que tanto necesitaba.

El aroma del café le ofrecía un leve consuelo, aunque la incertidumbre seguía pesando en su pecho. Por un instante, permitió que el silencio y la rutina cotidiana la envolvieran, mientras esperaba.

Una hora después, Aisha estaba de vuelta en la habitación del hotel, contemplando el lujoso baño con una mezcla de nostalgia y desconcierto. De repente, recordó la caja que Carl le había entregado esa mañana.

Salió del baño con paso lento y rebuscó entre sus pertenencias hasta encontrar la pequeña caja. Sacó la pulsera de oro blanco y desplegó con dedos temblorosos el papel desgastado y cuidadosamente doblado.

> Para mí, mejor amiga y confidente,
Espero de todo corazón que tengas un feliz matrimonio, te lo mereces.
L. L. R. D.

El mensaje, corto pero cargado de misterio, hizo que Aisha sintiera un nudo en la garganta. ¿Quién era esa persona y qué secretos ocultaba esa firma?

Decidió no darle mayor importancia; lo pensaría después. Guardó la nota en la caja, convencida de que sería mejor ocuparse de eso más adelante. Por ahora, tenía otras cosas en qué concentrarse.

Sacó la cadenita con un dije en forma de hojita de parra, engastado con un pequeño rubí. La observó por un instante, dejando que el recuerdo la envolviera, y luego desdobló la hoja que la acompañaba. Allí estaba, la delicada caligrafía de su madre:

> Para mi amada hija en su primer cumpleaños.
Espero con toda ilusión que sea el primero de muchos cumpleaños juntas.
Con amor, tu madre, Diana Davis.

Aisha dejó que un silencio cálido la abrazara por un momento, sintiendo a su madre cerca a través de esas palabras, aunque el tiempo las hubiera separado físicamente.

Releyó nuevamente aquella nota y sintió su corazón retumbar en los oídos, mientras un dolor profundo se extendía por su pecho. Esa nota era un recordatorio cruel de lo que estaba a punto de dejar de lado: su objetivo inicial.

Su deber seguía siendo descubrir la verdad, aunque para ello tuviera que sacrificar el amor que sentía por Leonardo.

Inspiró profundamente, conteniendo las lágrimas que amenazaban con caer por sus mejillas. Podría descubrir la verdad sin sacrificar su amor por Leonardo. Quería creer que él la ayudaría si le confesaba todo… pero ¿y si no lo hacía? ¿Y si se sintiera usado?

No, no podía dejarse llevar por pensamientos negativos. En tan poco tiempo habían llegado tan lejos como para permitir que la duda los detuviera.

Mientras Aisha guardaba la nota, escuchó que alguien llamaba a la puerta. Se apresuró a acomodar la caja y las notas antes de acercarse.

Al abrir, una sonrisa familiar la recibió: era Amy. De piel morena, cabello largo y rizado, negro como el ébano; labios carnosos y unos ojos marrones que brillaban con una chispa de vida. Su sonrisa contagiosa iluminó la habitación, y por un instante, la pesada incertidumbre de Aisha pareció disiparse.

—¡Llegué! —anunció Amy con su energía característica, entrando en la habitación—. Perdón por la tardanza, el tráfico estaba imposible.

Aisha la recibió con un abrazo cálido, aliviada de tener a su amiga cerca justo en el momento en que más la necesitaba.

—Por fin —susurró, apretándola con fuerza—. Tenía tantas ganas de verte.

Al separarse, Amy recorrió la habitación con la mirada y soltó un silbido, impresionada.

—Lo que se puede comprar con dinero… —murmuró justo cuando el joven encargado de las maletas entraba detrás de ella.

—Gracias —le dijo Aisha con una sonrisa amable.

Amy sacó un billete arrugado de un dólar y se lo tendió al muchacho. Él lo aceptó, pero lo miró con desconcierto y frunció el ceño.

—Pensé que sería más —gruñó antes de salir de la habitación.

—¿Quería que le diera más dinero? —preguntó Amy, arqueando una ceja hacia Aisha.

—Seguramente, pero olvídalo. Ahora dime, ¿qué tal el viaje?

Amy se dejó caer en un sillón, acomodándose con naturalidad. Llevaba un vestido largo negro que se ceñía a su silueta, una chaqueta de mezclilla a juego y sandalias sencillas. Su estilo, desenfadado y urbano, desentonaba con el lujo de la habitación, pero en ella todo parecía encajar con naturalidad.

—Aproveché de dormir —dijo Amy, estirándose con calma.

—¿No dormiste anoche? —preguntó Aisha, con una sonrisa curiosa.

—No —respondió Amy, dejando asomar esa sonrisa traviesa que Aisha conocía tan bien.

—¿Cómo se llama? —inquirió, arqueando una ceja.

—Billy. Lo conocí hace poco. Tiene veintiséis años, está soltero y, bueno… es guapo, muy guapo. —Hizo una pausa intencionada antes de añadir—. Aunque no tanto como tu Leonardo.

Amy acompañó la frase con una mirada cómplice, como si quisiera arrancarle a su amiga una confesión.

—Así que ahora es tu turno —añadió, con tono juguetón—. Cuéntamelo todo.

Aisha la sostuvo con la mirada durante un instante. Sus labios se curvaron en una sonrisa tenue, pero la sombra de sus pensamientos oscuros seguía presente, escondida tras el brillo de sus ojos.

—¿Estás de novia con este tal Billy? —preguntó Aisha, sentándose frente a ella.

—No lo sé, todavía no me ha pedido oficialmente ser su novia... —respondió Amy encogiéndose de hombros—. Pero no hay mucho que contar. Así que es tu turno: cuéntamelo todo, incluso el color de los calzoncillos de Leonardo. No me ocultes ni un detalle.




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