Después de la llovizna primaveral el cielo de la tarde estaba cubierto por nubes suaves que filtraban una luz dorada sobre los árboles que bordeaban la carretera privada. El auto de Mark giró por un camino de grava que serpenteaba entre pinos y cipreses, hasta que finalmente llegaron a la entrada del spa. Un edificio de estilo neoclásico, rodeado por jardines meticulosamente cuidados y fuentes que murmuraban serenamente, se alzaba frente a ellas como un remanso ajeno al tiempo.
Los ventanales altos reflejaban la luz del atardecer como espejos dorados, y las puertas de madera tallada se abrieron lentamente, como si las invitaran a cruzar a un mundo donde el tiempo no tenía prisa. Desde la distancia, podía oírse el murmullo constante del agua cayendo sobre piedras lisas y el canto tenue de unos pájaros que se resistían a abandonar los árboles.
Aisha apoyó la frente contra la ventanilla unos segundos más, como si necesitara grabar en la memoria aquel instante de quietud, antes de que la vida volviera a reclamarla con sus exigencias.
—Es hermoso… —susurró, apenas audible.
Amy sonrió mientras observaba a Mark.
— Parece un lugar de ensueño.
Al bajar del auto, una brisa perfumada con lavanda y romero las recibió. En la entrada principal, dos recepcionistas vestidas de blanco las esperaban con toallas tibias enrolladas y copas de agua infusionada con cítricos.
—Bienvenidas, señoritas — dijo una de las recepcionista con voz suave—. El señor Russo confirmó su reserva. Todo está preparado para ustedes.
Aisha sintió un escalofrío leve al escuchar el apellido de Leonardo en labios ajenos. Amy lo notó, y le rozó el brazo con complicidad.
—Te vas a relajar, lo juro.
Necesitaba relajarse; el día siguiente prometía ser intenso. Por más ilusión que le hiciera la idea de que Leonardo la estuviera esperando, el peso de saber que había sido Enzo Russo quien había organizado la boda no dejaba de inquietarla. Estaba convencida de que nada en ese evento estaría pensado para hacerla sentir a gusto, mucho menos como ella misma.
Al cruzar el vestíbulo, un silencio solemne las envolvió. El espacio era amplio, con columnas de mármol que se alzaban imponentes bajo la luz tenue de las lámparas de cristal. El aire estaba impregnado de eucalipto y sándalo, una fragancia que parecía adormecer las tensiones más profundas.
Una terapeuta se les acercó con una sonrisa serena, entregándoles dos batas de lino blanco impecablemente dobladas.
—Pueden cambiarse en los vestidores y luego pasar al área de hidroterapia. Hoy tendrán el circuito completo: sauna, ducha sensorial, baño turco y masaje con piedras calientes. ¿Desean añadir algo más?
—Una copa de prosecco para mí —pidió Amy con picardía, arqueando las cejas con complicidad.
Aisha soltó una risa suave, y por primera vez en todo el día sintió cómo el nudo en su pecho empezaba a deshacerse poco a poco.
—Yo solo deseo relajarme.
La terapeuta sonrió con dulzura, sin hacer preguntas.
—Haremos todo lo posible para que así sea.
Minutos después, ambas amigas caminaban por un pasillo envuelto en vapor, con las batas puestas y el cabello recogido. El sonido constante del agua cayendo acompañaba sus pasos, como una promesa de renovación.
—¿Sabes? —dijo Amy mientras se sentaban junto al borde de una pileta termal—. Hay algo poético en esto… relajarse en medio de tanto caos. Como si el cuerpo supiera que tiene que prepararse para lo que viene.
Aisha cerró los ojos y sumergió los pies en el agua cálida.
—Lo que viene… o lo que vamos a descubrir
Amy rompió la tensión con una sonrisa traviesa.
—Lo que tú vas a descubrir es a un esposo guapo que te va a querer follar en todas las formas posibles… incluso en las que aún no existen.
—¡Amy! —protestó Aisha, llevándose la mano al rostro mientras se le encendían las mejillas—. No digas esas cosas… y mucho menos con esa palabra, ya sabes que la detesto, me parece vulgar.
Amy estalló en carcajadas, disfrutando de verla ruborizada como un tomate.
—Ay, por favor. Si pudieras verte la cara… ¡es como si hubieras visto un fantasma erótico!
—Habla de Billy mejor —dijo Aisha, tratando de cambiar de tema.
—No hay mucho que decir. Nos estamos conociendo. Es dulce, divertido, y me gusta cómo me mira. Aunque todavía no sé si tiene alma de poeta o si solo quiere ver mi lencería —contestó Amy, encogiéndose de hombros.
—¿Y quién es ese Mark? —Añadio Emy, con curiosidad—. Parece muy callado, solo saludó.
— Es el chófer de Leonardo.
—Tiene cara de guardaespaldas arrepentido y energía de tipo que guarda secretos. Me da curiosidad, pero también como que me dan ganas de pedirle su expediente.
Ambas rieron, el vapor envolviéndolas como un velo cómplice. La tranquilidad del lugar parecía un paréntesis precioso antes de que las piezas del pasado comenzaran a moverse de nuevo.
—¿Pensaste alguna vez que estaríamos en un lugar así? —preguntó Amy.
—No, y tampoco era mi objetivo terminar en un lujoso spa en Richmond.
—Ni casarte con el heredero millonario de un viñedo prestigioso —añadió Amy con dramatismo fingido.
—Hubo un tiempo en que soñaba con encontrar el amor. Y si ese amor era con Leonardo, mejor… Solo quería eso: a él, no a un chico rico dueño de la mitad de un viñedo famoso.
—Querida —replicó Amy, alzando las cejas con gesto exagerado—, el amor es hermoso, sí… pero no paga facturas ni llena la nevera. Créeme, hasta para llorar por desamor es mejor hacerlo con una copa de buen vino que con una gaseosa barata.
Aisha rió suavemente, pero bajó la mirada.
—Lo sé. Pero lo que intento decirte es que no me importa lo que tenga, ni su apellido. Si Leonardo hubiera sido un hombre común, con un empleo sencillo, igual me habría enamorado. No fue su riqueza lo que me atrapó… fue él.
Amy apoyó la barbilla en su mano, con un brillo pícaro en los ojos.
Editado: 29.09.2025