Mi Matrimonio Con El Hijo Del ViÑedo

HERENCIA DE TINTA Y SANGRE

Aisha deambulaba por la suite del hotel, incapaz de conciliar el sueño. Sentía el cuerpo cansado, pero el insomnio era más fuerte. Amy dormía plácidamente en la otra cama, respirando con calma, como si nada en el mundo pudiera perturbarla.

Aisha, en cambio, se acercó al balcón. Las calles de Richmond se extendían iluminadas, bañadas por el resplandor anaranjado de las farolas. Eran más de las dos de la madrugada y, aun así, la ciudad respiraba en silencio, con un aire expectante que parecía contagiarle.

Apoyó las manos en la barandilla de hierro y dejó que el viento fresco le acariciara el rostro. La boda estaba a solo unas horas, y aunque debía sentirse emocionada, había en su pecho un peso extraño: mezcla de ilusión, ansiedad y un presentimiento indefinible.

Se preguntó si Leonardo también estaría despierto, si pensaba en ella con la misma intensidad que ella en él. Sonrió apenas al recordarlo, y por un instante creyó escuchar el eco de su voz en la distancia.

Apretó los labios, obligándose a volver adentro. Mañana todo cambiaría. Y aunque no sabía aún si el destino les tenía reservado un comienzo luminoso o una tormenta inevitable, estaba decidida a enfrentarlo.

Cerró las cortinas, se recostó junto a Amy y cerró los ojos, susurrando para sí misma una sola promesa:

— Pase lo que pase… no voy a rendirme.

Unos minutos después, Aisha volvió a levantarse. El insomnio no le daba tregua. Abrió su mochila y sacó el diario de su madre. Lo acarició con cuidado, como si temiera que las letras pudieran borrarse con un roce. Buscó la página donde había quedado la última vez y comenzó a leer.

10 de septiembre de 1994

El otoño está por iniciar, y con él la cosecha de las uvas llega a su fin. Hemos empezado a trabajar en una nueva línea de vino. Albert es fantástico. Si tuviera que compararlo con Luigi, creo que por experiencia gana Albert Monroe. Es un gran enólogo, y puedo aprender mucho de él.

Luigi ya no se deja ver por el viñedo. Desde que me contó cómo ayudó a traer al mundo a su sobrino, no lo he vuelto a encontrar. Pregunté por él y me han dicho que está en casa de sus padres, lo cual me parece extraño: todos saben que Luigi y Lucas apenas pueden tolerarse. No es habitual que se quede tanto tiempo allí, salvo que su madre no se encuentre bien.

He pensado en ir a visitarlo, para saber si está bien… o si aún continúa su romance con Alexandra, ahora que ella es madre. Pero no me atrevo. Lucas es un hombre de temer, y odio la idea de cruzarme con él.

Albert Monroe… ese nombre. Ese hombre, ¿tuvo alguna conexión con Diana o solo fue un colega? pensó Aisha, frunciendo el ceño. De Lucas Russo ya no le sorprendía nada; por lo que había leído en las páginas anteriores, sabía bien que era un hombre de temer. Pero aun así, cada mención a él le encendía una rabia desmesurada, casi insoportable.

Pasó la página.

21 de septiembre de 1994

Hoy vi a Alexandra y Luigi paseando por los jardines de la casa del viñedo. Lo que me sorprendió fue que Luigi llevaba al pequeño Leonardo en sus brazos. Parecían una familia perfecta. Alexandra se veía radiante, hermosa, tan distinta de la mujer que ví hace unos meses, aquella que apenas era la sombra de sí misma, un fantasma sin vida. Hoy, en cambio, brillaba.

Deseé con todo mi corazón que pudieran escapar, irse lejos de aquí, lejos de este lugar que solo les ha traído sufrimiento.

Estaba a punto de marcharme para no interrumpirlos cuando vi a Enzo acercarse. Grité su nombre lo más fuerte que pude, solo para que Luigi y Alexandra me escucharan y tuvieran tiempo de esconderse. Enzo se detuvo, desconcertado por mi llamado. Me miró como si estuviera loca y lo primero que hizo fue insultarme. Luego, sin pudor alguno, intentó besarme. Mentí diciendo que buscaba a Albert, pero sé que no me creyó. Me dijo que tarde o temprano regresaría arrastrándome hacia él, suplicándole que me complaciera.

Escuchar esas palabras me revolvió el estómago. ¿Cómo pude ser tan estúpida alguna vez, tan ingenua para caer en sus garras sin ver el monstruo que realmente era? Lo odio. Odio hasta el aire que respira.

—Cuánto habrás sufrido en manos de esos dos hombres… Lucas y Enzo Russo, malditos engendros del demonio —susurró Aisha, con la voz cargada de odio.

Pero algo más le quedó dando vueltas en la cabeza: el deseo ferviente de su madre de que Luigi y Alexandra escaparan lejos. ¿Acaso Diana había influido en Luigi para que huyera con Alexandra Constantini? ¿O había sido solo una coincidencia?
Y si fue así… ¿había sido su madre la responsable de que abandonaran a Leonardo?
No. Tenía que haber un error.

El corazón de Aisha comenzó a latir con violencia. La sola idea de que su madre hubiese orquestado aquella huida la desestabilizaba.

Pasó la página con manos temblorosas.

25 de septiembre de 1994

Ya no sé qué pensar. Hoy vi a Enzo y a Celine, su primera esposa, besándose apasionadamente en la oficina del viñedo. Siempre creí que él detestaba a esa mujer… al menos eso me repetía cuando estábamos juntos. Pero lo que vi hoy me confirma que todo lo que me dijo fueron mentiras.

No entiendo por qué no deja que Alexandra sea feliz al lado del hombre que ama, si él mismo mantiene una relación clandestina con su exesposa. Todo es un juego de poder, de control. Y mientras tanto, Luigi sigue en el medio, vulnerable.

Sé que no debería inmiscuirme, pero me preocupa lo que pueda ocurrirle. Tal vez debería dejar de involucrarme tanto y concentrarme en mi matrimonio con Carl.

28 de septiembre de 1994

Hoy volví a ver a Alexandra con su bebé. Se veía preciosa mientras lo mecía en sus brazos. No pude evitar sentir envidia… yo también quisiera tener al menos dos hijos, un niño y una niña. Al niño lo llamaría Jake. A la niña… Aisha.




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