—¿Crees que este vestido sirve? No he tenido tiempo de conseguir otro —preguntó Amy, girando lentamente frente al espejo.
El lila suave del vestido parecía capturar la luz de la habitación, y el delicado estampado floral en tonos anaranjados, rosados y crema, con pinceladas verdes, le daba un aire fresco y elegante. El diseño de un solo hombro cruzaba su clavícula, moderno y sofisticado, mientras el corpiño ceñido realzaba su figura y la falda caía con gracia hasta sus tobillos. Un cinturón del mismo tejido marcaba su cintura, y las sandalias de tacón fino junto con los pendientes dorados completaban el conjunto, resaltando su rostro radiante.
—Sé que es el mismo vestido que llevé en mi graduación —añadió, con una sonrisa tímida—, pero nadie de los invitados lo ha visto antes.
Aisha la miró con una mezcla de diversión e impaciencia.
—No importa eso. Ahora ayúdame a ponerme el mío —dijo, dejando que Amy se acercara.
—Sí, de acuerdo.
Aisha, en ropa interior blanca de encaje, había decidido dejar para más tarde la lencería especial que había comprado pensando en Leonardo. Ahora, su mente estaba demasiado ocupada en el vestido.
El vestido de novia descansaba sobre la cama, delicado y prometedor. Amy lo tomó entre sus manos con cuidado, como si sostuviera algo frágil.
—Póntelo —susurró, con una sonrisa tranquilizadora.
Aisha lo levantó, sintiendo cómo el aire parecía desaparecer de sus pulmones. Con manos temblorosas, comenzó a deslizarlo sobre su cuerpo. Al llegar al cierre, sus dedos titubearon, torpes de emoción y ansiedad.
—Déjame ayudarte —dijo Amy, subiendo la cremallera con firmeza pero suavidad.
Aisha cerró los ojos por un instante, respirando hondo, y luego se dio la vuelta. El vestido la abrazaba por completo, haciéndola sentir al mismo tiempo vulnerable y poderosa. Frente al espejo, apenas reconocía a la mujer que la reflejaba: radiante, decidida, lista para lo que estaba por venir.
—Estás preciosa.
La imagen en el espejo devolvía a una joven con un moño elegante, vestida con un vestido de novia blanco de corte sirena. El escote tipo barco dejaba sus hombros al descubierto, realzando su porte clásico y sereno. El maquillaje era delicado, resaltando sus ojos y labios rosados. No llevaba pendientes; ninguno combinaba con el collar que Leonardo le había regalado.
La luz natural llenaba la habitación, bañando el vestido y acentuando la calidez de su piel. En sus ojos avellana se mezclaban miedo y ansiedad… y un deseo silencioso: estar, por fin, en los brazos de Leonardo.
Amy permanecía detrás de ella, tan cerca que podía sentir el temblor de su amiga. Contenía las lágrimas, pero su mirada decía más que cualquier palabra: estaba allí, firme y silenciosa, sosteniéndola en ese instante que parecía detenerse.
—No puedo creer que haya llegado el día —susurró Amy—. Estás lista, Aisha.
Aisha asintió apenas, sin apartar la vista del espejo. El miedo y la anticipación se entrelazaban con algo más profundo: la certeza de que al otro lado de ese umbral la esperaba un amor sembrado en la infancia, cultivado en el dolor y regado con decisiones difíciles. Se giró levemente hacia Amy y, por un instante, permitió que esa mirada compartida fuera su ancla antes de enfrentarse al mundo.
—¿Y si algo sale mal? —susurró Aisha, su voz temblando apenas.
Amy le tomó la mano, apretándola con suavidad, transmitiéndole seguridad sin palabras.
—Entonces lo enfrentarás con él. Ya no estás sola.
Aisha cerró los ojos un instante, sintiendo el calor de la mano de Amy como un ancla. Dentro de ella, algo se encendió: una determinación frágil, pero persistente. Al abrirlos de nuevo, la inseguridad seguía allí… pero también la esperanza, brillando como un hilo de luz en su pecho.
—Ayúdame con los zapatos —dijo, rompiendo el silencio.
Amy se inclinó, deslizando los delicados tacones bajo los pies de Aisha. El roce del satén y la presión de la mano amiga provocaron un escalofrío en la novia. Ambas rieron suavemente, un sonido que llenó la habitación con ternura. Detrás de la broma, el corazón de Aisha latía con fuerza, golpeando con ansiedad y emoción a partes iguales, recordándole que estaba al borde de un nuevo comienzo, lista para cruzar hacia todo lo que había soñado.
Abrió una caja negra con cuidado.
—¿Y eso? —preguntó Amy, inclinándose para admirar el contenido.
—Un regalo de Leonardo. Para que lo lleve hoy.
Aisha deslizó los dedos por la suave superficie del colgante antes de sacarlo: un zafiro en forma de lágrima, profundo y brillante, rodeado de diminutos diamantes, colgando de una fina cadena de oro blanco. Lo sostuvo unos segundos, dejando que la luz natural de la habitación acariciara la piedra y reflejara destellos sobre su piel.
Con un leve temblor, colocó el collar alrededor de su cuello. El peso sutil, la frialdad del metal y el resplandor de la gema le recordaron a Leonardo, como si él estuviera ahí mismo, cercano, esperándola.
—Al parecer, tu futuro marido no es tacaño —comentó Amy, esbozando una sonrisa—. Ese collar debe valer una fortuna.
Aisha acarició la piedra con suavidad. El azul intenso le recordó los ojos de Leonardo y, por un instante, el mundo se redujo a ese pequeño destello de luz, a ese azul profundo que parecía contener todas las promesas de su amor.
—No sé cuánto le costó, pero para mí es valioso porque fue un regalo de él —susurró Aisha, acariciando con cuidado el zafiro, casi temerosa de romper el momento.
Amy la observó, con los ojos brillantes de emoción y ternura.
—Después de la forma en que te comprometieron… no te vas a casar por obligación, sino por amor —dijo suavemente, dejando que sus palabras flotaran en la habitación.
—Lo sé, pero si soy sincera… —Aisha bajó un poco la mirada—, no sé qué es peor: casarse por obligación o por miedo a que mi matrimonio fracase.
Amy apretó su mano con delicadeza, transmitiéndole seguridad.
Editado: 25.09.2025