Mi Matrimonio Con El Hijo Del ViÑedo

EL JUEGO DE LOS RUSSO

Enzo se regodeaba viendo cómo, en cuestión de segundos, el rostro de Aisha había cambiado. Del brillo ingenuo de un cuento de hadas había pasado a la sombra de la desconfianza. La jugada había sido perfecta: invitar a Mía Walker. Una mujer despechada, cegada por el resentimiento, incapaz de pensar con claridad… justo lo que él necesitaba.

—Te felicito —dijo Evelyn acercándose con paso firme.

—Gracias, querida —replicó Enzo, entonando la palabra con un matiz burlón—. Aprovechando que tu marido —“marido” lo pronunció con desdén— está ocupado con esos engendritos que le diste, aprovecho para decirte lo hermosa que estás. Aunque, claro, no es sorpresa… siempre has sido una mujer hermosa.

Evelyn esbozó una sonrisa mecánica, sin el menor entusiasmo.

—Te felicito —repitió, esta vez sin atender a sus halagos—, porque como siempre… logras arruinarlo todo.

—¿De qué hablas? —preguntó él, con fingida inocencia.

—De esa mujer que acabas de traer a tu casa. La que entró con Leonardo solo para humillar a Aisha. Y ¿sabes qué? No me sorprende. Siempre has sido cruel, como tu padre. Me alegra que Colin y Leonardo no heredaran tus bajezas ni se parezcan en nada a ti.

Las palabras de Evelyn lo golpearon como un puñetazo en el estómago.

—No sabía que tenías esa opinión de mí —replicó con una sonrisa forzada—. ¿Aún sigues dolida por lo que pasó entre nosotros?

Evelyn soltó una risa seca, sin alegría.

—No digas ridiculeces. Te superé hace años, Enzo… el día que John me mostró lo que era amar de verdad.

—¿Estás segura? Yo creo que aún me amas, pero te niegas a aceptarlo —respondió Enzo, con una sonrisa cargada de veneno, solo para provocarla.

Evelyn sostuvo su mirada con calma, como quien contempla algo ya conocido y gastado.

—Te amé, Enzo. Te amé mucho, y lo sabes. Pero nunca fue recíproco. A pesar de ser la única de tus esposas que realmente te amó, jamás correspondías de igual manera. Me faltaste el respeto, permitiste que tu padre me humillara, y me fuiste infiel con tu juguete favorito: Celine Whitmore… y con otras más.

Su voz era tranquila, casi fría, pero cada palabra caía sobre él como un látigo.

—Lo hiciste porque no tienes idea de lo que es el amor. Y cuando alguien dentro de tu núcleo intenta ser feliz, tú lo destruyes, porque la miseria de otros es tu única felicidad. —Hizo una pausa, midiendo la estocada final—. Me pregunto, Enzo, si también arruinarás la boda de Colin cuando llegue el día en que él se case… como lo estás haciendo ahora con Leonardo.

Enzo no esperaba ese misil por parte de Evelyn. Siempre la había considerado la más dulce, la más amable de todas, incluso la más dócil de sus exesposas. Por eso, escucharla hablar con tanta claridad y dureza lo desarmó por un instante.

Sintió que el aire se espesaba en su pecho. Quiso responder con una de sus acostumbradas burlas, pero las palabras se le atoraban en la garganta. Evelyn lo había desnudado frente a su propia conciencia, y lo que veía reflejado en esos ojos ya no era el cariño de una mujer que alguna vez lo amó, sino el desprecio helado de quien ha descubierto la verdad demasiado tarde.

—Veo que has aprendido a escupir veneno —atinó a decir con una sonrisa amarga, tratando de recomponerse.

Evelyn arqueó una ceja, imperturbable.

—No, Enzo… lo que aprendí fue a reconocer al verdadero enemigo.

El silencio entre ambos pesó más que cualquier grito.

—Ah, y mis hijos no son engendritos —replicó Evelyn con firmeza—. Son niños que fueron concebidos desde el amor, al igual que Colin. Pero la diferencia es que, independientemente de lo que ocurra en el futuro, John es un gran hombre: me ama, me respeta y me es leal. Por eso lo elegí como padre de mis hijos. —Sus labios se curvaron en una media sonrisa cargada de desprecio—. Lo único que lamento es que Colin no lleve la sangre de un McCallister, sino la de un Russo.

—¡Suficiente, Evelyn! —exclamó Enzo en un murmullo airado, procurando que los invitados no lo escucharan—. Sabes que puedo tolerar cualquier tontería tuya… pero no permitiré que me humilles en mi propia casa.

—¿Y qué es lo que tú acabas de hacer con la esposa de Leonardo? —retrucó ella, inclinándose hacia él con una calma venenosa—. ¿No es humillación traer como invitada a una mujer con la clara intención de hacerla sentir miserable?

Los ojos de Enzo destellaron de furia contenida.

—Esa mocosa debe conocer su lugar. Si piensa que las cosas serán fáciles, está muy equivocada. Y además, yo no obligué a Leonardo a involucrarse con Mía.

Evelyn lo observó con un gesto de amarga incredulidad, y sus palabras fueron como un cuchillo torcido.

—Eres el vivo retrato de Lucas: vil, cruel, nefasto… Te deleitas en la humillación, ¿verdad?

Antes de que Enzo pudiera replicar, Celine se interpuso con una copa de champagne en la mano y la sonrisa falsa más ensayada de su repertorio.

—Evelyn, cuánto tiempo sin verte… Estás igual que siempre. ¿Te operaste, verdad? Quiero decir, a tu edad y con tres hijos, esa belleza no puede ser natural.

Evelyn ladeó la cabeza y respondió con la misma cordialidad fingida.

—Me da gusto volver a verte también. Y, para tu curiosidad, no me he operado. Si encuentras que me veo bien es porque soy feliz, y no le hago daño a nadie. Creo que ese es el mejor retoque para mantenerse joven y hermosa. —Pausó apenas, dejando que la estocada se afilara—. Supongo que no puedo decir lo mismo de ti… parece que el botox ya no hace efecto. Tal vez deberías probar otro método para disimular esas arrugas.

Con una leve inclinación, Evelyn hizo un gesto de reverencia.

—Permiso, me retiro.

Y se marchó con la frente en alto, dejando tras de sí a Enzo y Celine hirviendo de rabia. Bastaron unas cuantas frases, lanzadas con la serenidad de quien ya no teme, para abofetarlos sin necesidad de levantar la mano.

—Maldita zorra —escupió Celine entre dientes, apretando la copa con tanta fuerza que estuvo a punto de quebrarla—. ¿Cómo se atreve a hablarme de esa manera?




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