Había pasado un buen rato desde que Leonardo había entrado nuevamente a la casa. Aisha no apartaba la vista de la puerta que daba a la terraza, esperando ver su silueta aparecer, pero no había rastro de él. La inquietud empezaba a crecerle en el pecho como una espina clavada.
¿Había sido demasiado cruel? Quizá debió escuchar lo que quería decirle. Suspiró con frustración y giró la cabeza hacia donde Mía y Matteo reían, cómplices, como si fueran viejos amigos de toda la vida. La rabia volvió a invadirla, ardiendo en su interior como un fuego difícil de contener.
Seguramente Leonardo estaba intentando llamar su atención con ese silencio repentino, pensó, pero ella no iba a caer en su juego. No esta vez.
Aun así, Aisha no apartaba los ojos de la puerta, como si en cualquier momento él fuera a aparecer. Y justo cuando estaba a punto de darse la vuelta para ir a buscarlo, Amy se acercó a su lado.
—¿Todo bien? —preguntó con cautela.
—Supongo que sí —respondió Aisha, cortante, intentando disimular la ansiedad que la devoraba.
—¿“Supones que sí”? ¿Qué está pasando, Aisha? —insistió Amy—. Colin y yo vimos cómo Leonardo subió corriendo la escalera, y según él se encerró en una de las habitaciones.
Aisha la miró desconcertada, un nudo formándose en su garganta. ¿Qué le había pasado a Leonardo? ¿Había sido ella quien lo hirió tanto que ya no quiso dar la cara? Pero entonces recordó el instante en que su teléfono sonó y, al ver quién llamaba, él entró apresuradamente a la casa. La duda la atravesó como una daga: ¿acaso se trataba de otra amante?
—Yo no sé nada, Amy. Solo quiero largarme de aquí —respondió Aisha con voz cansada, casi derrotada.
Amy ladeó la cabeza, intentando arrancarle una sonrisa.
—¿Quieres que te saque de aquí y vayamos a un bar a emborracharnos? Quizás conozcamos a algún chico guapo y pasemos un buen rato.
Aisha la miró de reojo, sin humor para sus bromas.
—No, gracias —espetó, molesta.
— Estás de mal humor, mejor ve a ver si tu esposo está bien, porque he visto a más de una de las invitadas jóvenes devorándolo con la mirada.
— ¿Tú también lo has estado devorando con la mirada? — gruñó Aisha con los ojos entrecerrados.
Amy levantó las cejas, incrédula.
— Mejor voy a buscar a Colin o a Carl, porque tú estás igual de rabiosa que un perro con coraje — replicó, dándose la vuelta con fastidio para alejarse de su amiga.
Aisha se dio la vuelta para entrar a buscar a Leonardo, y lo vio salir en ese mismo instante. Su expresión era seria, marcada por un cansancio extraño, casi doloroso. Había humedad en su cabello, como si se hubiera lavado el rostro para ocultar algo más que el sudor.
El corazón de Aisha dio un vuelco; quiso preguntarle si estaba bien, dar un paso hacia él, pero no alcanzó a pronunciar palabra.
—¡Ahí están los recién casados! — irrumpió Enzo con un entusiasmo impostado, tan filoso que cortó la tensión de golpe —. Ya empezábamos a extrañarlos. Por un momento pensé que se habían escapado antes del primer baile como marido y mujer.
Aisha y Leonardo se miraron apenas un segundo. Entre ambos se alzaba un muro invisible, frío, imposible de atravesar. Ninguno hizo el intento de derribarlo. En los ojos de él había un desánimo profundo, como si deseara estar en cualquier parte menos allí.
—La pareja recién casada, hagan el honor de iniciar con el primer baile —anunció Enzo con un gesto teatral, disfrutando de la incomodidad que se respiraba en el aire.
De pronto, un DJ que Aisha no había notado hasta ese instante puso en marcha la música. Una melodía suave y nostálgica se deslizó por el salón, acariciando los rincones como si buscara unir lo que ya se había roto.
El silencio entre ellos resultaba más poderoso que cualquier canción.
Leonardo se inclinó apenas hacia ella y, en voz baja, con un matiz irónico que no lograba disimular el cansancio, murmuró:
—¿Continuamos con el show? —dijo, extendiéndole la mano.
Aisha dudó. Por un instante quiso rechazarlo, quería gritarle que no podía fingir más. Pero había demasiados ojos sobre ellos. Finalmente, colocó su mano sobre la de él, sintiendo ese contacto como una chispa que despertaba viejas heridas. Leonardo la condujo al centro del jardín. Se detuvieron bajo la luz tenue de las guirnaldas, y quedaron frente a frente. Sus miradas eran incómodas, como si se reconocieran y al mismo tiempo se desconocieran.
Leonardo rodeó su cintura con un brazo firme, acercándola con suavidad, mientras Aisha apoyaba la mano sobre su esternón. Comenzaron a moverse al ritmo lento de la música, mecánicamente al principio. Aisha noto que Leonardo tenía una expresión triste.
—No me vayas a pisar —murmuró Leonardo con seriedad.
Aisha sintió cómo las piernas amenazaban con fallarle. No respondió.
—¿Estás bien? —preguntó unos segundos después, con un tono más preocupado del que hubiera querido dejar escapar.
Leonardo guardó silencio. Sin embargo, su expresión lo traicionaba: algo había ocurrido mientras estuvo dentro de la casa. Aisha deseaba saberlo, pero no se atrevía a preguntar. Aun así, la inquietud la consumía.
—¿No me vas a decir nada? —susurró, en voz baja pero con un matiz desafiante.
—¿Qué quieres que diga? ¿Que pensé que hoy sería un día precioso y no lo es? —respondió él, agotado.
—Culpa mía no es que el día no haya salido como lo planeaste —espetó Aisha, molesta.
—Tienes razón —le susurró entonces al oído, con la voz apenas quebrada.
Por un instante parecían dos desconocidos bailando, como si lo que habían compartido no hubiera sido más que una ilusión, un sueño efímero… y no el inicio de dos almas que comenzaban a conocerse, a atraerse, a descubrirse mutuamente.
Ninguno de los dos habló durante unos instantes mientras se movían lentamente al compás de la música. El silencio era denso, hasta que Leonardo lo rompió de repente:
—No era mi intención herirte. Yo no sabía que ella vendría… Es obvio que Enzo la invitó para fastidiarnos. Y, lamentablemente, tuvo éxito.
Editado: 25.09.2025