La fiesta continuaba en la casa de los Russo, pero para Aisha era como estar en un lugar ajeno, distante, imposible de habitar. Ya no podía soportarlo más. Había tenido que aguantar miradas cargadas de curiosidad, fingir sonrisas, aparentar que todo estaba en orden… cuando en realidad su alma se tambaleaba al borde del derrumbe. Había imaginado que sería un día hermoso, quizás incluso esperanzador, pero Enzo y Mía se habían encargado de recordarle, con cruel precisión, que su matrimonio no se había construido sobre el amor.
Tal vez era una ilusa, pero el peso de todo la desbordaba. Y justo cuando la rabia y el dolor comenzaban a extinguirse en su interior, Enzo se encargó de reabrir la herida con la precisión de un verdugo: le recordó que la verdadera novia de Leonardo no era ella, sino Mía. Aquellas palabras no solo la desgarraron, sino que dolieron mucho más que la presencia misma de Mía en la boda.
—Estás pensativa. ¿Todo bien? —la voz femenina la arrancó de su ensimismamiento.
Aisha, que jugueteaba distraídamente con la copa vacía entre sus dedos, giró con cierta lentitud hacia la mujer.
—Usted es la madre de Colin —dijo, procurando sonar neutral.
—Así es —respondió la mujer con una leve inclinación de cabeza, sin apartar la mirada de la escena donde Colin y Leonardo reían, rodeados de un pequeño círculo de invitados. Había en sus ojos una mezcla difícil de descifrar: orgullo, nostalgia… y quizás un dejo de advertencia.
—¿Por qué me llamó valiente y afortunada cuando me felicitó? —preguntó Aisha con genuina curiosidad.
—Porque te casaste con Leonardo.
—¿Y eso, según usted, es algo bueno?
—Después de mi hijo Colin, Leonardo es el mejor de los Russo. Tiene algo que en esta familia escasea.
—¿Qué cosa? —preguntó Aisha, inclinándose hacia adelante, atrapada por la curiosidad.
—Nobleza. Algo muy inusual en los Russo, que se rigen por la soberbia, la prepotencia, la altivez y la dureza. Mi hijo y Leonardo son diferentes —respondió con firmeza, casi como si quisiera grabar esas palabras en la memoria de Aisha.
Aisha miró a Leonardo, que en ese momento tenia su atención en un hombre mayor.
—¿Puedo pedirte un favor, Aisha? —dijo Evelyn, con esa voz que fingía suavidad pero que guardaba cierta intención.
—¿Apenas la conozco y ya me pide un favor? —respondió Aisha, recordando con un sabor agrio cómo Evelyn había bailado con Leonardo; un hilo de celos aún le apretaba el pecho.
Evelyn soltó una risita contenida, como quien mide las palabras antes de dejarlas caer.
—¿Tienes algún problema con eso? —replicó, sin retirar la mirada del grupo donde Leonardo estaba.
—Depende del favor —dijo Aisha, clavando la vista en Evelyn—, pero le advierto que ya no quiero escuchar amenazas: si me atrevo a romper el corazón de Leonardo, usted se encargará de mí.
Evelyn dejó escapar una sonrisa cálida, sincera por un instante, y su voz perdió la aspereza que Aisha había percibido antes.
—No te equivoques —dijo—. No hablo en términos de amenazas. Hablo en términos de cuidado. Leonardo tiene un don raro en esta familia: no confía con facilidad y, cuando lo hace, lo entrega todo. Necesita a alguien que no lo explote ni lo use.
Aisha sintió cómo, por primera vez desde que había llegado, una tensión se aflojaba en su pecho. No era que confiara ciegamente en Evelyn, pero en aquella frase había algo distinto: menos cálculo y más advertencia sincera.
—Leonardo, más que nadie en esta familia, merece ser feliz. De muy joven le arrebataron todo — continúo Evelyn con un dejo de melancolía que sorprendió a Aisha.
Aisha guardó silencio; percibía que la voz de la mujer ya no tenía la firmeza de antes, sino un matiz quebrado por los recuerdos.
—Pasó años buscando la validación de su padre, de su abuelo… incluso de su hermano mayor. Pero esa validación nunca llegó — dijo Evelyn, con la mirada perdida en un punto lejano—. Supongo que al radicarse en Italia sus prioridades cambiaron, y aquella necesidad que lo consumía de niño quedó atrás. Sin embargo… —hizo una breve pausa— eso no significa que haya dejado de doler.
— ¿Está diciendo que en el fondo Leonardo aún busca la validación de Enzo?
Tal vez por eso aceptó casarse conmigo… —pensó Aisha, sintiendo un nudo en la garganta—. porque esperaba que, al hacerlo, Enzo por fin lo mirara como a un verdadero hijo.
— Quizás no… —respondió Evelyn con cierta cautela—. Eso solo puede responderlo él.
— Se lo estoy preguntando a usted —insistió Aisha, con una firmeza que contrastaba con el temblor que sentía en su interior.
Evelyn soltó un suspiro, como si cargara un secreto demasiado pesado.
— No lo sé, Aisha. Puede que sí… pero la frialdad en su mirada cada vez que está cerca de Enzo me hace pensar que, en realidad, ya no espera nada de su padre.
— ¿Entonces qué busca Leonardo exactamente? —preguntó Aisha, casi en un susurro.
— Tal vez justicia —respondió Evelyn, con los ojos encendidos—. Justicia por todo lo que tuvo que vivir, por el desprecio constante, por el abandono emocional y físico de sus propios padres… Los Russo fueron nefastos con él. —Su voz se quebró en un instante de furia contenida, una rabia que no pasó desapercibida para Aisha—. Solo su abuela Helena lo amó de verdad. Pero incluso ella lo dejó solo al final… no porque quisiera, sino porque la muerte no le dio otra opción.
—¿Fue por la infidelidad de Alexandra que el resto de los Russo se desquitaron con Leonardo? —se atrevió a preguntar Aisha, con la voz apenas audible.
Evelyn la miró sorprendida. Jamás habría imaginado que Aisha supiera algo tan íntimo, tan doloroso. En su mente, lo lógico era que Leonardo mismo se lo hubiera confiado.
—Guau… —exclamó, entre asombro y admiración—. Eres mucho más importante para Leonardo de lo que pensé.
—¿Por qué lo dice? —preguntó Aisha, intrigada.
—Porque Leonardo no comparte algo tan íntimo —respondió Evelyn con firmeza.
Editado: 25.09.2025