Mi Matrimonio Con El Hijo Del ViÑedo

ENTRE EL DESEO Y LA DESILUSIÓN

El vapor comenzaba a llenar el baño cuando Aisha se soltó el cabello y dejó que el vestido cayera con un susurro de seda sobre el suelo. Se despojó de la ropa interior y quedó desnuda, frágil y hermosa en la penumbra. Su silueta apenas se adivinaba en el espejo empañado, como un reflejo imposible de atrapar, mientras se deslizaba lentamente en la bañera. El agua caliente abrazó su piel con una tibieza casi maternal. Cerró los ojos, buscando apagar la tormenta que aún ardía en su pecho.

Repasó cada instante de aquel día maldito: la fiesta destrozada, la humillación, la sensación de que todo lo construido con Leonardo se había desplomado en cuestión de segundos. Ahora, con la calma que le ofrecía el agua, comenzó a preguntarse si había reaccionado con exceso. Tenía derecho a sentirse herida por lo de Mía, sí… pero también reconocía que, al quebrarse, les había entregado la victoria a ella, a Matteo y, sobre todo, a Enzo.

Un crujido suave quebró el silencio, arrancándola de sus pensamientos.

Alzó la vista.

Leonardo estaba allí. Apoyado en el marco de la puerta entreabierta, la observaba en silencio. Sus ojos se deslizaban por su cuerpo con una intensidad hecha de deseo y asombro, como si verla así fuera un privilegio que lo desarmaba.

—¿Leonardo? —susurró Aisha, cubriéndose instintivamente con las manos, sorprendida.

Él no respondió de inmediato. Se limitó a sostener su mirada, como si en su interior se librara una guerra muda entre el respeto y el anhelo. La chaqueta colgaba de su brazo, la corbata deshecha sobre el cuello, y en su expresión había algo vulnerable, casi doliente, que contrastaba con la tensión latente en su postura.

—Sal de aquí —ordenó ella, cruzando los brazos sobre el pecho. Intentó sonar firme, pero su voz tembló levemente.

Leonardo se irguió, aunque no dio un paso.

—No quise molestarte... Solo... —calló un segundo, como si las palabras le pesaran— no pude evitar mirarte. Eres hermosa, Aisha.

El ceño de ella se frunció, aunque el rubor subía desde su cuello hasta las mejillas. Fingió enojo para ocultar lo evidente.

—Eso no te da derecho a espiarme. Te dije que quería estar sola.

Él bajó la mirada, derrotado, y asintió con lentitud.

—Tienes razón. Perdón.

Retrocedió y salió con cuidado, cerrando la puerta tras de sí.

Aisha se hundió un poco más en el agua, cubriéndose el rostro con las manos. Una sonrisa amarga le asomó; lo haría esperar, ese sería el castigo por no haber sido honesto respecto a Mía.

El agua acariciaba su piel, pero por dentro sentía un frío imposible de disolver. Apoyó la cabeza en el borde de la bañera, cerró los ojos y dejó que las imágenes del día pasaran frente a ella como una película desenfocada: la aceptación forzada, las sonrisas que no nacían del alma, los aplausos huecos. Y luego, el silencio.

Se había casado con un hombre al que no sabía si podía demostrarle su amor... o si estaba destinada a desconfiar para siempre.

Recordó la súplica quebrada de su padre, las advertencias envenenadas de Evelyn, la mirada gélida de Celine, la actitud calculadora de Matteo. Y Colin... dulce, ingenuo, tan ajeno al infierno que se escondía bajo el apellido Russo.

Nada había sido real. No fue una boda, sino un pacto cumplido. Todo en esa familia parecía estar tejido con hilos de sombras.

Y Leonardo... él había sido su refugio, su promesa, su ilusión.

Hasta que Mía emergió como un fantasma que él nunca había querido nombrar.

No quería odiarlo. Lo amaba, y ese amor no iba a extinguirse con facilidad. Recordaba su voz rota al pedir perdón, sus ojos hundidos, la manera en que la había mirado como si solo ella pudiera mantenerlo vivo.

A veces, el deseo nos hace débiles, pensó. O tal vez... valientes.

Hundió los dedos en el agua, consciente de que no podría mantener la distancia por mucho más tiempo. Su corazón y su cuerpo no querían seguir luchando: anhelaban a Leonardo. La boda había sido un desastre, sí... pero la noche de bodas aún podía ser suya. Esta vez no habría Mía, ni Enzo, ni Matteo para arrebatarle ese instante.

Entonces, escuchó unos pasos suaves en la habitación. Leonardo. Caminaba despacio, sin atreverse a acercarse, como si temiera que su sola presencia rompiera el frágil cristal que los separaba.

Cerró los ojos y se dejó envolver por el vapor, suspendida entre dos impulsos: salir y entregarse sin reservas a su marido, o simplemente acostarse y dormir para olvidar todo.

Soltó un suspiro; por ahora se quedaría en el agua. Lo demás vendría después… en una hora, o quizá al día siguiente.

Media hora más tarde, Aisha emergió envuelta en una bata blanca. Su cabello reposaba bajo una toalla, y sus pies descalzos rozaban la alfombra con pasos cautelosos, como si temiera quebrar la frágil tregua que flotaba en el aire.

Al entrar en la habitación, se detuvo.

Leonardo estaba de pie junto al ventanal, con la penumbra de la noche dibujando su silueta. Sostenía una botella de champagne y servía en dos copas. Llevaba la camisa a medio desabotonar, revelando la piel bronceada de su pecho, y el pantalón que caía con natural elegancia. Estaba descalzo, con un aire de aparente calma, pero su expresión traicionaba otra cosa: tensión contenida, como si cada movimiento le costara más de lo que quería mostrar.

Aisha lo recorrió con la mirada sin poder evitarlo. Era la primera vez que veía tanta piel descubierta en él, y el detalle la desarmó. Se mordió suavemente el labio al descubrir el vello oscuro que se asomaba en su pecho, el contorno definido de su abdomen, la fuerza contenida bajo la tela. Un calor súbito le recorrió el cuerpo, como una chispa que se encendía sin permiso.

—No sabía si aún querías compartir algo conmigo esta noche —dijo él finalmente, sin girarse del todo—. Pero… me arriesgué.

Aisha lo observó en silencio, como si intentara memorizar cada rasgo. Su rostro, de facciones marcadas y armónicas, con la mandíbula definida y los pómulos ligeramente prominentes, irradiaba una mezcla de fuerza y vulnerabilidad. La piel, bronceada y natural, se acompañaba de una barba corta, perfectamente cuidada, que le otorgaba un aire maduro y seductor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.