Enzo despertó solo, el silencio de la habitación era casi insoportable. La cama a su lado estaba vacía; Celine no estaba. No sabía si se había ido o simplemente se había cambiado de habitación para que Matteo no descubriera que su madre y él aún compartían secretos prohibidos.
Un suspiro escapó de sus labios. Celine… siempre tan perfecta en el arte de la seducción. Sabía exactamente qué decir, qué tocar, cómo hacer que un hombre se rindiera a sus deseos. No era de extrañar que hubiera tenido tantos amantes; en su juventud, la promiscuidad había sido su estrategia, pero no al azar: elegía hombres poderosos, hombres capaces de alimentarla y adorarla, hombres que podían sostener su mundo de caprichos y lujos.
Le resultaba irónico, casi divertido, que criticara a otras mujeres como Alexandra por su supuesta frivolidad. Ella misma había vendido su cuerpo a los ricos y a los influyentes, y sin embargo, ahora se erguía con altivez, como si su pasado fuera una virtud en lugar de un negocio cuidadosamente calculado. La hipocresía de Celine era tan fina, tan afilada, que podía cortarle la mente… y, de algún modo, eso la hacía irresistible.
Enzo cerró los ojos por un instante, dejando que la mezcla de desprecio y deseo se revolviera en su pecho. Celine era peligrosa. Y él, como siempre, era demasiado débil para resistirse.
Era domingo. Colin probablemente todavía dormía, si es que había regresado a casa después de la noche de fiesta. Enzo no podía saberlo; tal vez su hijo había amanecido entre las sábanas de una cama ajena, con alguna chica hermosa a su lado.
Una sonrisa se formó en los labios de Enzo, pero no era solo ternura lo que sentía. Había orgullo, sí, por ese reflejo suyo que se atrevía a vivir con la misma intensidad, a desafiar límites y disfrutar de las mujeres sin remordimientos. Pero había algo más profundo, más peligroso: Colin había decidido estudiar enología, como él, abrazando un mundo que Enzo consideraba suyo por derecho.
Casi podía verlo, siguiendo sus pasos, aprendiendo a manejar no solo las uvas y el vino, sino también el poder que venía con el apellido Russo. Esa mezcla de talento, audacia y ambición lo llenaba de satisfacción… y de un ansia silenciosa de control. Porque Colin no era solo su hijo; era la extensión de su legado, un legado que Enzo no estaba dispuesto a ceder a nadie, excepto su hijo.
Enzo permaneció unos minutos más tendido en la cama, dejando que el silencio de la habitación y la ausencia de Celine se mezclaran con sus pensamientos. Lentamente, se incorporó, tomando su teléfono desde la mesita de noche. Deslizó los dedos por la pantalla y buscó en sus contactos el nombre de su nuera: Audrey.
Un destello de curiosidad y control brilló en sus ojos. No era solo un gesto rutinario; había algo en Audrey que le interesaba, algo que podría usarse, manipularse, moldearse a su conveniencia. Mientras su pulgar descansaba sobre el icono de llamada, pensó en cómo cada movimiento suyo, cada decisión, podía mover las piezas de su familia como un tablero de ajedrez.
No era un impulso de cariño ni preocupación genuina lo que lo motivaba; era estrategia. Audrey era una pieza más, y él estaba decidido a saber cómo moverla.
Siempre le había parecido una mujer interesante, sensual… demasiada hembra para Matteo. Aquel iluso de Matteo no tenía idea de quién era realmente su esposa. Enzo sonrió, un gesto cargado de orgullo y diversión fría, mientras imaginaba que, por más calculadora y astuta que fuera Celine, ella no tenía idea de los secretos que su nuera escondía.
Mucho menos el tonto de Matteo, que caminaba por la vida confiado, ignorante de las fuerzas que se movían a su alrededor. Enzo se recostó nuevamente, dejando que la satisfacción de conocer la verdad y mantener el control le recorriera el cuerpo. Para él, la familia no era solo sangre: era un tablero de piezas, y él siempre supo cómo moverlas.
Antes de que pudiera marcar el número de Audrey, un nombre apareció en la pantalla de su celular. Se levantó de un salto, asegurándose de que la puerta estuviera bien cerrada antes de contestar.
—Edward —respondió Enzo, con voz baja y controlada.
—Buenos días, Enzo. Disculpa llamarte un domingo tan temprano. Espero no haberte despertado.
—No lo hiciste —replicó él, omitiendo el saludo—. Supongo que tu llamada es por algo urgente.
—Sí. He intentado comunicarme contigo desde anoche, pero no obtuve respuesta.
—¿Qué ocurre?
—He logrado validar el documento que dejó tu madre… Lucas intentó invalidarlo mediante sobornos, y su abogado lo hizo bastante bien, pero yo fui más hábil.
Una sonrisa fría y satisfecha se dibujó en el rostro de Enzo.
—Así que, después de todo aquel acuerdo, finalmente se podrá respetar.
—Exactamente.
—¿Entonces podré recuperar mi viñedo?
—Sí… el 25 por ciento que Lucas le heredó a Matteo.
Enzo se recostó contra la pared, dejando que la noticia calara lentamente. Sus ojos, fríos y penetrantes, se estrecharon al considerar la excepción: el 25 por ciento de Matteo. Un fragmento pequeño, pero suficiente para irritar su orgullo.
—Estupendo… pero por ahora es conveniente que ese iluso siga creyendo que tiene poder sobre mi viñedo —murmuró, casi para sí mismo, con un tono cargado de amenaza.
—Esta bien, haré todo lo posible por ocultarlo —respondió Edward con tranquilidad—. Ese 25 por ciento será de usted, y lo ocultaremos hasta que decidas hacerlo público.
Enzo dejó escapar una risa breve y seca, que resonó en la habitación como un aviso de tormenta.
—Sabía que podía contar contigo —dijo, enderezándose y dejando entrever la satisfacción que sentía—. Prepara todo, Edward. Quiero lo que por derecho me pertenece, el primero en caer es Matteo, el siguiente será Leonardo.
— Eso es más complicado, ya que fue la propia Helena que le heredó sus bienes, pero encontraré la forma de devolverte todo.
—Perfecto. Y Edward… —Enzo hizo una pausa, con la mirada fija en un punto invisible más allá de la puerta—. Que Matteo crea que es intocable. La sorpresa será aún más deliciosa cuando se dé cuenta de que, aunque piense que ganó, en realidad… él solo está jugando según mis reglas.
Editado: 29.09.2025