–¡¡Cucaracha!! – Escucho gritar a Laura mientras percibo algo que camina sobre mi sabana.
– ¿Cómo? ¿Qué? ¿Dónde? ¡Quítenmela! ¡¡Alguien mate a la infernal desgraciada!! – Me despierto agitada, gritando y moviéndome por toda la cama con brusquedad, sacudiendo mi cuerpo mientras busco la cucaracha como una loca.
Si hay algo en esta vida a lo que le tenga miedo, asco y pavor, es a las cucarachas, ¡Malditas Infernales Malnacidas! deberían ser extinguidas, no puedo ni siquiera verlas, me cago del miedo, prefiero estar en un cuarto lleno de tarántulas y serpientes que en una casa entera con una cucaracha. Las detesto.
–¡¡Mátenla ya!! – Continúo gritando en tono de súplica, buscando la cucaracha con desesperación, pensando en que podría volar o caminar sobre mí en cualquier momento. La adrenalina y mi corazón están a un ritmo acelerado, hasta que veo a Laura tirarse al piso partida de la risa. Maldita Laura.
– ¿No hay tal cucaracha, cierto? – Le pregunto queriendo desintegrar su cuerpo en una sola mirada.
– No – Responde entre carcajadas y negando con la cabeza mientras se retuerce en el piso de diversión.
– ¡Malnacida! – Exclamo entre dientes, dejando lentamente de moverme.
– Debiste ver tu cara, ¡Cucaracha! ¡Ha sido lo mejor! siempre funciona – Mi cuerpo recupera el control dejando a un lado el miedo y pasando rápidamente al enojo.
– ¡Voy a matarte! – Le grito amenazando aventarme sobre ella, su risa se detiene y en su cara se borra la sonrisa, arruga la cara en una mueca de miedo y retrocede unos centímetros.
Decido ser ahora la que sonría, pero de la manera más malévola que tengo, como vi una vez en una película me saque la jeringa del suero de la mano y mirando directamente sus ojos para evitar ver mi sangre y desmayarme le apunto con ella. La veo abrir sus ojos realmente asustada, para hacer dramatismo doy un paso en mi cama hacia su lugar y ella empieza a grita despavorida hasta hacer reaccionar a la enfermera que nos mira atónita desde el otro extremo de mi cuarto hace unos segundos.
– ¡Agárrela, agárrela, ella es muy peligrosa! – La enfermera de reacciona de inmediato y con expresión confundida me quita el catéter de la mano, me toma de la cintura haciendo que me siente y se apoya sobre mí para impedir que me baje de la cama a por Laura.
– Joven por Dios, debe calmarse, mire sus latidos – Dice señalando un aparto cerca de mí. Miro en la dirección que me señala y me topo con una de esas máquinas que con unos chupos que tengo en el pecho; los cuales noto solo hasta ahora. El aparato que supongo mide mi frecuencia cardíaca se encuentra pitando y mostrando líneas raras hasta que me calmo y empiezo a relajarme.
– Y usted, deje de alterar a la paciente, cuando dijo que me ayudaría a despertarla no me imagine esto – La enfermera le habla molesta a Laura – Además, usted vino a visitar al otro paciente, ni siquiera tiene permitido estar aquí. Váyase.
– Vas a pagar por levantarme así, dañaste mi sueño con Robert Pattinson – Mascullo, cruzándome de brazos cuando la enfermera se levanta de encima. En ese momento veo gotas de sangre bajar por el dorso de mi mano y siento venir el mareo.
– En mi defensa, solo quería ayudar, como la llamaba usted jamás la iba a despertar – Reconoce, dirigiéndose a mí – Además, tenía pensando pasar a verte y así como sé despertarte a modo animal también se calmarte mira esto – Saca una paleta tras su espalda y la de agita frente a mí como si fuera una Coca–Cola en un desierto.
– Paleta de helado con trozos de fruta ¡Te amo Laura! – Chillo de emoción olvidando mi sangre y estoy segura que mis ojos se iluminan cuando gira mis manos y la pone sobre mis palmas.
– Deme eso acá, necesitamos sacarle sangre, no puede comer nada – Gruñe la enfermera arrebatando el pedazo de cielo de mis manos.
– Oiga devuélvame eso – Le exijo molesta con la mejor cara de asesina serial que puedo poner. Nadie nunca me quita helado y sale ileso.
– Después de que le tome la muestra sangre – Contesta sacando una aguja y un tubo pequeño de los bolsillos de su uniforme. Inmediatamente me pongo rígida y Laura se va porque también les tiene pánico a las agujas.
– ¿Qué fue lo que dijo? – inquiero, no creyendo lo acababa de decir. Una fea sensación recorre mi cuerpo.
– Lo que escuchó, necesito sacarle sangre para un examen que mando hacerle el doctor – Apunta, moviendo la jeringa – Ahora estire el brazo.
– ¿Es una broma cierto? – Tiene que serlo, si piensa que va a perforar mi brazo con una de esas malditas agujas del demonio está loca.