Caminar... ¿fácil, verdad?
Eso es lo que debería ser, pero no.
Apenas habían pasado semanas desde que el doctor me derivó a fisioterapia tres veces a la semana y aunque era difícil hasta ir al baño o comer le puse todas mis ganas a cada sesión. Cada día que pasaba solo pensaba en salir a correr ¿un poco masoquista no? Sí, pero me animaba a seguir adelante con la terapia.
Amigos míos de San Luis me mandaban mensajes y cartas con obsequios al hospital, pero yo no las abría ni respondía. ¿Qué iba a escribir? “estoy bien, gracias por preocuparte.” No era real, no es lo que realmente me estaba pasando… y yo jamás miento.
No estoy bien y no lo voy a estar hasta que pueda poner mis dos pies sobre la tierra sin tambalearme y caer al piso. Yo soy muy perfeccionista y dedicado, si algo no me sale lo repito hasta que sea perfecto.
Las semanas van pasando y consigo el verano avanza a paso rápido. El último día de la terapia el doctor me dijo que mi avance era el mejor que había visto en años y que todo mi esfuerzo era ejemplar para todas aquellas personas que atravesaban por lo mismo que yo.
“Sos un buen pibe Lea” dijo “Espero que puedas superar todos los obstáculos que se te crucen con el mismo valor que tuviste todo este tiempo”
Hace un par de días me entere que los doctores no esperaban que me recuperara luego del accidente y que había sido un milagro que el golpe de cabeza que me di no me haya matado. Pensé mucho en lo que me dijo y no estaba seguro de que yo fui valiente, porque solo fui persistente con la meta que me propuse en cuanto me desperté del coma.
Me prometí hacerle pasar mucho dolor a la persona que me hizo esto, no al señor que conducía el auto que me atropello si no al chico que provoco que corriera y cruzara mal la calle en medio de la noche. A el que le debo tanto dolor, tantas noches y días que pasé en coma dependiendo de unas máquinas y medicamentos para vivir. A el.
Volví a mi casa lleno de remordimiento pensando en cómo encontrar al chico de mis pesadillas. Mi computadora y mi celular de un dio a otro se llenaron con información y documentos de todos los casos de robo que hubo en aquella zona del accidente pero el último rostro que vi antes de que mi vida dependiera de un hilo no apareció por ningún lado.
El verano ya había terminado pero las clases en capital no iniciaban por los reclamos de los maestros de la escuela pública, eso me dio aún más tiempo para darle un par de vueltas en bici al barrio en donde intentó robarme. No había visto nada sospechoso los días que fui, ni siquiera en la noche y eso hizo que mi sangre se hirviera.
¿Ahora no salís de tu escondite rata inmunda? Bien, ocultate todo el tiempo que desees pero en algún momento te dará hambre y una ratonera con mi nombre te estará esperando.