—Dicen que te aparece cuando menos lo esperas y luego… ¡te arrastra al infierno!
Todos los niños a mi alrededor gritaron asustados, pero yo solo me quedé esperando a que “esa sensación de horror” ocurriera. No entendía por qué todos habían retrocedido. Entonces, la maestra anunció el final del recreo.
Me resultaba extraño cómo los niños de mi clase hablaban sobre cómo les hacía sentir aquellas historias de terror de la chica del quinto grado. Su nombre era Linda. Siempre, en los recreos, solíamos buscarla para pedirle que nos contara historias de miedo. No entendía cómo se le ocurrían tantas historias, y al mismo tiempo, cómo todos se asustaban con ellas.
Ya al final de las clases, tenía la mirada centrada en un punto cualquiera. No pensaba en nada… bueno, mentira: no es que no pensara en nada, como tal. Solo buscaba no pensar. La voz de la profesora me despertó. Nunca solía hablar con ella, pero mi mami me enseñó que no debía ir en contra de los mayores.
—Bueno, sé que esto es difícil, sobre todo después de la noticia —explicó aquella mujer. Sabía a lo que se refería. Aún podía recordar su rostro…—. Hablamos con todos los padres, y nos gustaría que todos vengan a dar sus ulti…
—no me había fijado en cómo se veía la tiza y por qué tenía esa forma tan incómoda, y sobre todo cuando...
—... gustaría que lo hicieras solo si te sientes cómodo.
No sabía de qué me hablaba, pero decidí asentir.
—¿Seguro?
—Sip, puedo hacerlo.
Ella apretó mi hombro amistosamente, luego sonrió como si intentara no llorar. Aunque no era buena fingiendo.
—Eres muy valiente.
Eso fue todo lo que me dijo antes de que mi papá llegara por mí. Me encontré con su mirada de cuando no me deja comprar nada en la tienda cuando llegamos al día veinticinco del mes. Aun así, me senté atrás y hablamos de cosas de la escuela. Mi papá me preguntaba y yo le contestaba. Siempre era así. Fue tanto que ya había aprendido a contestar lo que él quería para que estuviera tranquilo. Pero ahora mismo no se veía tranquilo.
Pasamos por la casa blanca del señor Esteban. Era tan extraño. Mi mamá me dijo que su esposo había tomado el tren al cielo, y por eso estaba silencioso y solo jugaba con su perrita llamada Linda, que ya estaba viejita. Pero hace días que no veo a Linda. Aun así, siempre lo saludaba, aunque él nunca levantaba la vista. Creo que aún buscaba lo que se le cayó en el piso.
Luego llegamos a nuestra calle. Puse mi manito en la frente porque sabía que se venían los baches de los que mi papá siempre se quejaba. Y así evité que me golpeara la cabeza, como otras veces me había pasado. Entonces llegamos a la casa de Marco. Miré por la ventana, pero parecía que se había ido a dormir la siesta. Y luego de ver que no iba a salir a saludarme, me fijé en un letrero en el jardín:
“Se vende”
...y luego un montón de números raros que no estaban en orden.
Cuando llegamos a casa, papá no se bajó conmigo. Solo me despidió y dijo que saludara a mi mami. Asentí con una sonrisa y entré a casa.
—¡Estoy en casa! —grité, y rápidamente fui abrazado por mi mami.
Pero algo no estaba bien. Mi mami se veía entre una mezcla de enojada y preocupada, sobre todo mientras hablaba sobre la importancia de lo que había aceptado, y que esperaba ayudarme con mucho cariño, y todas esas cosas… Yo no entendí nada. Solo asentí para que me soltara y me dejara cambiarme el uniforme, que ya me estaba molestando.
Después de almorzar, mi mamá insistió en ayudarme a hacer la tarea. Estábamos juntos; ella me respiraba un poco sobre la cabeza mientras escribía. Entonces sentí cómo me quitaba aquel lápiz verde que solía lastimarme las manos.
—No, no, no. Así no —me llamó la atención mi mamá, mientras se acomodaba cerca mío y empezaba a hacerla ella.
Al final, terminé copiando como ella me enseñaba, prolijamente.
—¿Así? —dije curioso, mientras veía cómo ambos trabajos eran iguales.
—Sí, mi niño. Eres muy inteligente.
Después de terminar la tarea, me dejaron salir al patio de atrás para jugar. Normalmente mi mejor amigo venía atravesando los arbustos, pero no llegó. Así que me asomé, curioso, y vi un pequeño huequito con la esquina de una hoja visible. Entonces desenterré aquel tesoro. Era de Marco. Ahí me decía, primero, que no le contara a mi mamá ni a mi papá. Que iba a ser un secreto entre nosotros.
Marco era tres años mayor que yo, así que siempre me enseñaba cosas del barrio. Aunque últimamente no lo había visto. Después de cumplir diez años, me acuerdo que me había asustado con la historia de un monstruo.
Aún me acordaba de esa historia. Me dio tanto miedo que todavía no podía evitar temblar ligeramente al recordarla. Se trataba de un chico que era atacado por un monstruo arrugado, grande, y con uñas peligrosamente largas, que lo obligaban a hacer cosas que no quería. Lo peor del cuento es que Marco me dijo que el niño nunca pudo salvarse, porque el monstruo se llevaba bien con todos, incluso con sus padres.
“Querido amigo, este es el retrato del monstruo. Ten cuidado.”
Era una criatura fea, y usaba lentes. Era horrible. Tenía los ojos chiquitos y muchas arrugas. Era como Marco me había contado.
Editado: 31.12.2025