Mi Mejor Apuesta

Capítulo 4:Oruguita.

—¿Por qué no me dijiste que tenía un gemelo? —lloriqueé, con la cabeza recostada en el escritorio. Perdí la cuenta de cuántas veces la había golpeado contra la madera.

 —Lo siento, no le presté importancia y no tenía idea de que harías una locura así. Ay, Aurora, realmente te has echado la soga al cuello. Si le hubieses hecho eso a Black Donovan, al menos hubiesen sentido compasión por ti. Pero se lo hiciste a Helios Donovan, el santo de la escuela. Todo el mundo te verá mal.  

 —¿Tan popular es? 

—Helios es un amor. Todo lo contrario a su hermano. Es el mejor violinista que tiene el conservatorio y ha ganado múltiples medallas de oro a nivel nacional e internacional. Es un prodigio de la música. Además, también está estudiando administración de empresas y es el mejor de su promoción. También practica natación, es presidente del club de debate, es voluntario en un refugio de animales, participa en una fundación donde les enseñan música a adultos de tercera edad y— 

—Santo cielo ¿En qué momento hace todo eso? Yo tengo que llorar por el poco tiempo que tengo mientras estoy sentada en el inodoro porque no podría hacerlo en otro momento. 

 —Ya te lo dije; es muy destacado. 

 —Es como un Gary Stu.

—¿Gary Stu

—Es algo que se usa en los cómics o cualquier historia ficticia. Son tan perfectos que parece inverosímil.


—Pues, ya comprobaste que sí hay Garys Stus en la vida real. Helios Donovan hace todo eso, además le da chance de llegar a tiempo a clases y agradarle a todo el mundo.

Acaricié las piezas destrozadas de mi Sol, lamentándome de mi propia desgracia. Había pasado de ser una estudiante de bajo perfil a una marginada social porque había intentado quemar los pies del “Mahatma Gandhi” del campus. 

Y apenas habían pasado dos días.  

Cerré mis ojos y lloriqueé con más fuerza. Hubiese podido lidiar con la compasión, pero no con el desprecio de ser una matona.

¡Yo no era una matona! 

—Estoy condenada. 

—No es para tanto.

La miré, esperanzada—. ¿Tú crees?

—No, sí te pasaste de la raya. Ya manchaste tu reputación por el resto de tu carrera—tapé mi rostro, avergonzada—. Pero oye, lo bueno de esto es que Helios es muy accesible.

Sorbí mi nariz—. ¿Hablas en serio? 

—¡Claro! Incluso yo he hablado con él. A diferencia de su hermano, es muy amigable y comprensivo. Puede que, si le explicas las cosas, él te ayude a que las personas te dejen de ver como una lunática pirómana. De seguro lo hará. No creo que sea la primera vez que lo confundan con su hermano. 

Asentí, sintiéndome más emperanzada porque las cosas mejoraran. Cuando fui a ver clases dos días después—ya que la fiesta se había hecho en fin de semana—logré comprobar las palabras de Valeria.  

No había persona en el campus que no me viera y murmurara. Me sentí vulnerable y expuesta. Pensé que esa sensación quedaría atrás, junto con mis recuerdos de secundaria, pero parecía que la desgracia me perseguía. 

—Pensé que las miradas curiosas desaparecerían el primer día, pero ya veo que no—comentó la señora Lucrecia. Ambas nos habíamos sentado en las áreas verdes del campus para comer. 

 Lucrecia había preparado un delicioso almuerzo que me ofreció. Nunca había probado la comida de mi abuela y siempre había escuchado de mis compañeros que era una sazón muy diferente. Nunca supe a qué se referían hasta probar la pasta de la señora Lucrecia. Aliviaba mis penas.

—No es por ti que nos ven así, es por mí—mastiqué, desanimada.

—¿Por ti? —asentí. 

Le conté todo, desde mi lucha para conseguir mi figura de sol hasta el incendio que había causado en los pies del hermano gemelo del lunático destructor ¿Quién mejor que Lucrecia para aconsejarme? Tenía mucha más experiencia y de seguro podría ver el panorama con más seriedad. 

Echó hacia atrás su cabeza debido a la intensidad de su carcajada. 

—¡Muchacha, me has hecho el día! ¡Quemarle los zapatos! En mis tiempos los lanzábamos a los cables de tensión de los postes, pero esto en mucho mejor.

Apreté mis labios, luciendo lamentable.  

Al menos no me vio como una pirómana en potencia.

—¿Quién te ha hecho el día, abuela? —Una chica alta y de cabello negro la miró, con el ceño fruncido. Se preocupó al verla reír tanto—. Abuela, cálmese un poco, su corazón— 

—Mi corazón está bien, Iris. Jamás me había reído tanto en años ¡Lo que hiciste fue espléndido! Que nadie te diga lo contrario. Hiciste lo que creíste, tal vez no fue lo correcto, pero sí lo justo—sonreí, agradecida. 

Su nieta se fijó en mí y sonrió—. Tú debes ser Aurora. La abuela me habló de ti. Un gusto, soy Iris. 

Sacudí mi mano, tímida. Estaba segura que no solo había escuchado de su abuela cosas sobre mí. Lo que hice la noche anterior era el tema principal en el campus. 

—Un gusto. 

—Veo que mi abuela te está dando consejos, no me sorprendería si fue ella la que te aconsejó quemarle los zapatos a Helios Donovan. 

Enrojecí—. ¡No fue así! —suspiré—. No fue mi intención, es decir, sí fue mi intención, pero no lo fue. 

—Tranquila. También estoy en primer año y apenas me entero de las cosas, pero al estudiar leyes, debo saber que nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario y estudiar bien los hechos. 

—Mi pequeña Iris es mucho más racional que yo, Aurorita. Si le explicas la situación, puede darte un mejor consejo que yo, uno que no te perjudique. 

Volví a relatar mi desgracia. Iris asintió, meditabunda. Había personas que con sólo verlas podías adivinar a qué se dedicaban e Iris era una de ellas. Era la versión joven de su abuela; alta, delgada, pálida y de mirada calculadora. 

—En mi opinión, deberías hacer lo que te dijo tu compañera de cuarto. Si hablas con él y los dos aclaran la situación, será más fácil para ti. Además, si es hijo del decano y aún no te han llamado del decanato, significa que él no ha levantado ninguna queja y eso es una buena señal para ti. De seguro sabe que fue un error y no quiere perjudicarte. 




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