Valery no quería moverse de su sitio, estaba cansada de tener que sonreírles a las personas de ese sitio. Zeus la mantenía quieta, mientras conversaba con los inversionistas, y ella tenía que dar su mejor sonrisa para que no se dieran cuenta de que su matrimonio era una vil mentira que ella descubrió hace mucho tiempo.
— Cada vez que nos vemos en este tipo de reuniones, su esposa se ve hermosa —dijo uno de los socios de su esposo, y ella sonrió lo mejor que pudo ante las palabras—. Lamento mucho que estén casados…
— Mi esposa es hermosa y es una excelente mujer —dijo Zeus, besando su cabello levemente—. Me siento el hombre más afortunado de todos.
— Por eso lo digo —el hombre levantó la copa en señal de brindis—. Cuídala, porque mujeres como ella no hay.
— Lo sé.
Ella mostró una sonrisa ladina al escuchar esas palabras. Su esposo era un buen actor y en esos cinco años de matrimonio nunca le mostró algo de afecto en privado y cuando lo tenía, se debía a que estaban con muchas personas. Luego de haber visto esos documentos sobre el escritorio de Zeus, quería morirse porque no entendía el motivo por el cual se encontraba embarazada de él.
La última vez que estuvieron juntos, fue cuando él llegó borracho a la casa e hicieron el amor, después todo se volvió frío. Quitó el brazo de su esposo, caminó hasta la puerta que daba al jardín trasero y vio a algunas parejas conversando o pasando el rato. Vaya mentira en la que vivía que ni ella misma podía entender bien cómo aguantaba tantas miserias.
— Hermana —levantó la mirada al escuchar la voz de su hermana mayor—, ¿qué estás haciendo aquí?
— Vine para pasar un rato a solas conmigo misma —sonrió a medias—. ¿Y tú?
— Bueno —su hermana se aclaró la garganta—. La fiesta de gente millonaria no es lo mío y eso lo sabes, Valery.
— Lo sé, Mariel —suspiró, y le dijo que se sentara—. Veo que sigues casada con ese sujeto.
— Sí, es mi esposo y será de ese modo por mucho tiempo —dijo Mariel, levantando la mano—. Supongo que debemos hacer todo hasta que la muerte nos separe.
— Al menos estás feliz porque tienes a alguien que te quiere y te ama —una mirada triste fue la que instaló en sus labios—. Mi esposo no quiere ni verme y si le digo que duerma conmigo me manda al demonio.
— Zeus nunca te ha querido, solo a la empresa de nuestro padre —Mariel sonaba seria—. No sé por qué sigues casada con un dictador de porquería como ese. Tienes el dinero suficiente para huir, hacer una vida…
— No lo entenderías —inconscientemente llevó una mano a su vientre—. Es complicado.
— Huye, puedes hacerlo ahora que eres joven, no tienes nada a lo que temer y más aún ahora que tienes el mundo en tus manos.
— Lo voy a pensar —susurró—. Ahora quiero tomarme un momento conmigo misma para no cometer ciertas locuras en el proceso —observó a su esposo hablar con una mujer a través de la ventana—. Ni siquiera presta atención a que ya no estoy cerca de él.
— Tu matrimonio es así por culpa de nuestro padre —chistó Mariel, enojada—. Eres joven, el casarte por un contrato tampoco es una buena opción, y más cuando tú sabes que puedes llegar a más cosas con tu inteligencia.
— Lo haré —se limpió la mejilla—. Haré mi mejor esfuerzo para salir de esto y más ahora que tengo que luchar por alguien más.
— ¿De qué me estás hablando?
— No lo entenderás por más que te lo explique —se burló de su hermana—. Hablamos más tarde, tengo que hacer un par de cosas ahora mismo.
— De acuerdo.
Se levantó de la banca, fue hacia el estacionamiento, apagó el celular antes de pedirle al chofer que la llevara a la playa más cercana.
— ¿Su esposo sabe a dónde iremos, mi señora? —preguntó el hombre, y ella suspiró—. Lo siento, es por precaución.
— No, él no sabe nada —subió al auto—. Si te llama, le dices que me fui a dormir, recuerda que él vino en su auto.
— Entiendo.
Se quitó los zapatos de tacón y se puso una bufanda en el cuello y le ordenó al chofer que condujera a hacia su destino. Era hermoso ver el mar de noche, uno de sus pasatiempos favoritos que no cambiaría por nada en el mundo. Zeus no le prestaba la atención que quería, ella salía a despejar su mente lejos de él.
— Buenas noches —ella saltó en su lugar al escuchar la voz de alguien cerca de ella—. ¿Puedo sentarme con usted?
— Ni siquiera estoy sentada —farfulló caminando hacia otro lado—. Me retiro.
— Espere —el desconocido la agarró del brazo para que no se fuera—. Lo siento si fui muy atrevido, es que la playa está a oscuras y usted se encuentra sola.
— No tiene de qué preocuparse, ya me iré —intentó quitar el brazo del sujeto de su muñeca—. Por favor, suélteme.
— Lo siento, no quise asustarla —la soltó—. Soy Harry, es un placer.
— ¿Me va a secuestrar?
— Para nada, señorita —sonrió Harry—. Estaba por aquí, vi que se bajó del auto y el hombre que está ahí —señaló al chofer—. No deja de mirarla.
— Es mi chofer, él siempre está conmigo y le sugiero que mantenga distancia entre ambos, por favor.
— Lo haré, no se preocupe —dijo Harry, levantando las manos—. Siento mucho haberla asustado. Mi casa está cerca de aquí, por si tiene dudas de mi estadía cerca de usted.
— Entiendo —Valery se sintió incómoda—. Debo irme, lamento haber llegado a su propiedad sin aviso, no tenía idea de que le pertenecía.
— No se preocupe —el hombre tenía un aire dominante que a ella le pareció interesante.
Se podría decir que podría hacerle competencia a su esposo de ser necesario, sin embargo, ni ella misma podía llegar a tanto.
— ¿Ya se tiene que ir?
— No, me quedaré un rato más…
— ¿Entonces puedo hacerle compañía? —preguntó, mirándola fijamente—. No quiero que entre al mar y se mate.
— Eso no pasará, vine para estar un momento en paz, pero parece ser que usted no entiende eso.