Días más tarde, Valery estaba entrando a su chequeo médico habitual como siempre. Tenía que encarar a ese doctor para que le dijera lo que pasaba en realidad con ella. Eso de estar supuestamente embarazada ya era mucho para ella, eso no podía ser cierto y más aún si su esposo no podía tener hijos como todos pensaban.
— Buenos días, señorita —saludó a la secretaria de su doctor—. Tengo una cita médica ahora mismo…
— Claro, venga conmigo por favor —la chica se puso de pie, y luego la guio hasta donde estaba el consultorio—. Pase, él ya la está esperando.
— Gracias, es muy amable —masculló.
Entró al consultorio con su bolso en la mano, el corazón latiéndole a mil por hora y buscando la solución a sus problemas. Le pidió a Harry que se quedara con sus estudiantes durante unas horas en lo que resolvía ese pequeño problema, y que luego irían a comer algo delicioso.
— Buenos días, señora Valery —la saludó el doctor—. Cuando recibí su llamada, consideré que era para saber el estado de su bebé, pero supongo que son otras las circunstancias.
— Sí, doctor —se sentó delante de él y le mostró una foto que les había tomado a los documentos de su esposo—. Zeus no puede tener hijos, y yo estoy embarazada del espíritu santo —ironizó lo último—. ¿Me puede explicar qué está pasando?
— ¿Cómo dice? —preguntó el doctor, incrédulo—. ¿Qué el bebé que está esperando no es de su esposo?
— Pues sí, es lo que le estoy diciendo, señor —dijo enojada—. No he estado con otro hombre nunca, Zeus ha sido mi todo y veo que estoy embarazada y que no es de él. ¿Qué es lo que me hicieron? ¿De quién es el bebé que estoy esperando?
— No sé qué decirle —fue todo lo que se le ocurrió decir al doctor—. Usted vino aquí, vio las imágenes de su bebé y eso de que no sea de su esposo es algo que no sé. ¿Ha tenido relaciones con otro hombre?
— ¡Es lo que le estoy diciendo! —gritó enojada—. Con el único hombre con el que he estado toda mi vida es con mi esposo.
— Espere…
— Escuche, doctor —masculló—. ¿Cómo se supone que le diré a Zeus que estoy embarazada y no sé de quién es?
— Tenemos que calmarnos, puede ser que usted haya hecho algo que…
— ¡¿Me está llamando puta?! —abrió los ojos cómo platos—. ¡¿Es una broma?
— No, cálmese y tenemos que llegar a un arregle, ¿quiere que programemos un aborto?
— ¡Lo único que quiero es que me digan quién es el padre de este niño! —golpeó el escritorio—. Los voy a demandar a todos, porque lo que me han hecho no tiene perdón de Dios, mucho menos que ahora se la quieran dar de víctimas.
— Bien, hagamos una cosa, señora —el doctor le devolvió su celular—. Usted tiene la opción de hacer lo que guste, pero recuerde que no puede abortar luego de las doce semanas y usted ya lleva seis —informó—. Será mejor que piense bien las cosas. Haré todo lo que esté a mi alcance para revisar con detalle cada una de sus citas médicas que ha tenido conmigo a lo largo de los meses, también, si usted ha tenido la cita médica con otra persona antes…
— Con la doctora que se quedó por usted durante sus vacaciones —susurró, recordando que había una mujer que antes la atendió—. Hasta otro personal tenía aquí.
— Comenzaré por ahí, porque si no recuerdo mal, ella también anda de vacaciones y no regresará hasta el próximo mes —el doctor entrelazó los dedos—. ¿Es posible que su esposo haya mandado a congelar sus embriones previamente?
— No lo sé, mi relación con él no es la mejor de todas —suspiró—. Trate de investigar cómo fueron las cosas, por favor —se levantó de su asiento—. Tengo que irme a trabajar, si sabe algo, ya tiene mi número.
No esperó respuesta por parte del doctor. Buscó con la mirada a alguien que se le hiciera conocido de la cita pasada que tuvo con esa mujer, pero no vio a nadie. Fue hasta la parada de taxis, dónde le indicó al chofer que la llevara a la escuela. Este casi se negó a ir hasta ese punto, sin embargo, al ver que era mucho dinero el que iba a ganar, decidió llevarla.
Hasta los transportes tenían miedo de llevarla a esa parte de la ciudad.
— Buenos días —saludó al guardia, y este asintió.
Caminó hasta el salón de profesores en busca de chocolate caliente. Revisó su celular, dándose cuenta de que tenía que ir a su cena con sus padres, Zeus de viaje con alguna de sus amantes y ella más triste que nunca por culpa de sus hormonas. Casi iba a cumplir los dos meses de embarazo y en poco tiempo sus pechos iban a crecer, sus caderas iban a pronunciarse más y ni hablar de que tendría que andarse por ahí en busca de una nueva casa fuera de la ciudad.
— Buenos días —escuchó la voz de Harry desde la puerta—. ¿Por qué no fuiste a salvarme de tus demonios?
— Porque es la hora del recreo —apuntó al reloj que estaba sobre la pared—. ¿Cómo estás?
— Bien, a decir verdad, tus niños son tranquilos —se sentó delante de ella y le pasó una bolsa—. Supuse que ibas a llegar con hambre y ese chocolate no sería suficiente para ti durante el día.
— Gracias, eres muy amable —suspiró cansada—. Comí algo en la mañana, pero no creo que me ayude durante el día aquí.
— Por eso pensé en ti y más que me dijiste que tu esposo salió a hacer un viaje de negocios.
— Así es, si no mal recuerdo, llega hoy en la noche —rodó los ojos—. Por mí, que se quede por ahí, me da igual.
— Veo que no le tienes mucho afecto a él —Harry inclinó la cabeza—. La chica que está yendo contigo a esas clases de baile, ¿es la que se quedará por ti?
— Sí, aprende rápido y mis niños la quieren —jugó con su chocolate—. Supongo que tendré que esperar a que inicie el verano para irme.
— ¿A dónde quieres irte?
— A Tennessee —suspiró—. Quiero alejarme de todo y quince horas de diferencia no es una mala idea.
— Sí, es una pésima idea porque tú te irás y no tendré a quién acosar en las mañanas —ambos rieron luego de eso—. Al menos te hice reír, porque desde que llegaste, la pasas mirando tu celular como si fuera la cosa más interesante de todas y estoy comenzando a sentirme un poco celoso por eso.