Hoy hace un año que Franco murió. Nosotros: Daniel, María y yo, recibimos la noticia desde Francia. Creo que aquel día fue uno de los más felices de mi vida. Todo lo que hizo el régimen franquista con Francisco Franco al frente provocó el sufrimiento y la muerte de miles y miles de personas. Personas que éramos inocentes, que simplemente queríamos tener derecho a pensar diferente, a ser nosotros mismos y a defender aquello que amábamos o deseábamos alcanzar. Fuimos castigados por no renegar de quienes éramos, por preferir marcharnos antes que renunciar a nuestros principios, a nuestros valores, a nuestra cultura...
Sí que pusimos sobre la mesa la idea de volver a España, pero al final nos quedamos en Francia, porque es donde nuestra hija ha hecho su vida. Aquí hemos vivido todos estos últimos años desde que salí de la Maternidad, que fue clausurada por los alemanes cuando el régimen de Hitler invadió el país. En España ya no me queda nada; al final pude confirmar lo que mi madre y yo sospechábamos. Sí, mi madre y yo. Estoy segura de que era una sospecha compartida, aunque nunca nos atrevimos a decirlo en voz alta: mi padre y Josep habían muerto en la guerra. Mi madre falleció en el campo de Argelers. Daniel tiene a su madre en Francia, pero no sabe dónde está su padre; trató de encontrarlo durante años, pero no encontró ningún indicio que indicara su paradero o su estado.
Yo evito pensar en mi familia, porque siento como si los hubiera dejado atrás. Es una herida que aún no está cerrada y que sangra cada vez que intento curarla. Me resulta imposible olvidar lo que ocurrió. Soy incapaz de perdonar y de superar la muerte de mi familia. La herida no está cerrada, pero me vi obligada a esconderla para poder seguir adelante, para que mi hija pudiera crecer en un buen entorno.
Ahora ya solo me quedan pocas líneas vacías en esta libreta. Cada vez que escribo algo, me vienen imágenes de cuando no había pasado nada, especialmente cuando mi hermano me regañaba por escribir aquí: "¡Margaret, ya te he dicho mil veces que no escribas aquí, que están mis deberes!", decía, pero igualmente dejaba la libreta y el lápiz encima de la mesa del comedor para que yo la viera, y nunca la recogía hasta que debía marcharse a la escuela. Las primeras páginas de este cuaderno tienen su letra, los deberes que él hacía. Después aparecen mis escritos y se mezclan mi letra con la suya. En las últimas ya no queda ningún rastro suyo, solo está mi voz. Tal vez eso podría ser un buen resumen de todo. Una representación de todas aquellas personas que empezaron a escribir su historia, pero que se vieron obligadas a cerrar la libreta antes de poder llenarla. Tal vez algunas serán llenadas por alguien más, dejando así un testimonio vivo. Otras, sin embargo, quedarán a medio camino y perdidas vaya a saber dónde, haciendo desaparecer así la memoria de un gran número de personas.
Para terminar, quiero dar las gracias. Sí, las gracias, porque entre toda esta desgracia he tenido suerte. He tenido suerte de conocer a personas que no dejaron de luchar hasta su último suspiro y que aún conservaban su humanidad, que querían el bien.
Gracias madre, padre y hermano por luchar hasta el final. No estáis presentes físicamente, pero vuestro recuerdo está tan vivo dentro de mí que es lo que me motiva a seguir luchando yo. Prometo que compartiré esta historia para mantener viva una parte de vuestra memoria y combatir la injusticia que sufrimos. Y gracias, Elisabeth, por darme la oportunidad de empezar de nuevo y de dejar llena esta libreta.
Margaret.
20/11/1976