Mi Musa

Capítulo 3

CAPITULO 3

<<Kallias caminaba lentamente por el ágora de Atenas, un lugar vibrante y lleno de vida. Los sonidos del mercado llenaban el aire: el murmullo constante de las conversaciones, los gritos de los mercaderes ofreciendo sus productos, y el tintineo de las monedas que cambiaban de manos. El sol de la mañana bañaba la escena con su luz dorada, resaltando los colores brillantes de las telas, frutas y especias dispuestas en los puestos.

A medida que avanzaba, algunos de los habitantes de Atenas lo saludaban con respeto. Aunque Kallias era joven, sus poemas ya habían dejado una huella en la ciudad. Su talento para capturar la belleza y la tristeza de la vida con palabras lo había convertido en una figura conocida y admirada.

Una mujer con un cesto lleno de flores se acercó a él, extendiéndole una pequeña rosa. -Para ti, poeta-, dijo con una sonrisa cálida. Kallias aceptó la flor con gratitud, inhalando su fragancia dulce y fresca. -Gracias, Lykia. Las flores de tu jardín siempre son las más hermosas.-

Continuó su paseo, observando a los mercaderes que vendían de todo, desde frutas y verduras hasta joyas y pergaminos. El ágora no era solo un mercado; era el corazón de la vida social y cultural de Atenas, un lugar donde las ideas y las noticias se intercambiaban junto con los bienes materiales. Aquí, los filósofos discutían sobre la naturaleza del universo, los ciudadanos debatían sobre política, y los artistas encontraban inspiración en la riqueza de la vida cotidiana. Cada rostro, cada voz, cada pequeño gesto, se convertía en una posible línea de un poema, una metáfora que capturaba la esencia de la experiencia humana. Mientras caminaba, su mente se llenaba de imágenes y palabras, de historias que esperaban ser contadas.

Mientras cruzaba entre dos puestos, un carro tirado por un caballo se desvió bruscamente, escapando del control de su conductor. El animal, asustado y desbocado, galopaba hacia él. Kallias, atrapado en sus pensamientos, no se dio cuenta del peligro inminente hasta que fue casi demasiado tarde.

Un grito de advertencia rompió el bullicio del ágora. -¡Cuidado!-

Kallias giró la cabeza justo a tiempo para ver el caballo acercarse a él con velocidad. Instintivamente, saltó hacia un lado, pero su pie tropezó con una piedra suelta, y cayó al suelo. El carruaje pasó a pocos centímetros de donde había estado, las ruedas levantaron una nube de polvo mientras pasaban peligrosamente cerca.

El poeta se quedó en el suelo, respirando con dificultad mientras su corazón latía desbocado en su pecho. Sentía el sabor metálico del miedo en su boca. Varias personas se apresuraron a ayudarlo, levantándolo y asegurándose de que no estuviera herido gravemente.

-¿Estás bien, muchacho?- preguntó un hombre mayor, con el rostro surcado de arrugas y una expresión de genuina preocupación.

Kallias asintió, todavía aturdido. - Sí, solo fue un susto. Gracias.-

El anciano lo examinó con ojos sabios, viendo más allá de la superficie. - Tuviste suerte. Podría haber sido mucho peor.-

-Lo sé,- respondió Kallias, aún tratando de calmar su respiración. - Estaba tan absorto en mis pensamientos que no me di cuenta del peligro.-

El hombre asintió, una sombra de entendimiento cruzando su rostro. - La mente de un poeta a menudo vaga lejos de donde están sus pies. Pero debes tener cuidado, joven. La vida es frágil, y no siempre tendremos advertencias a tiempo.-

El anciano sonrió ligeramente y le dio una palmadita en el hombro. - Ve con cuidado, muchacho. Atenas necesita a sus poetas tanto como a sus guerreros.-

Kallias asintió, agradecido por el consejo. Mientras se alejaba del ágora, la experiencia lo dejó con una sensación de vulnerabilidad. Aunque no había sufrido más que unos rasguños leves, el incidente lo dejó sacudido. Mientras caminaba de regreso a su hogar, no podía dejar de pensar en la fragilidad de la vida y en cómo un simple accidente lo podría haber cambiado todo.>>

Alexander se detuvo un momento, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. Las palabras fluían de su pluma con una intensidad que no había sentido en mucho tiempo. Era como si una fuerza desconocida lo guiara, empujándolo a explorar las profundidades de sus propios miedos y deseos a través de Kallias.

Su propio cuerpo reaccionaba a las emociones que plasmaba en el papel: el miedo palpable del peligro inminente, la adrenalina que seguía al escape por un pelo, y la profunda reflexión que venía después. Era como si él mismo hubiera estado allí, en el ágora de Atenas, enfrentando la muerte y emergiendo con una nueva comprensión de la vida.

Decidió tomar un breve descanso, levantándose para estirarse y aclarar su mente. Miró el viejo libro sobre su escritorio, preguntándose sobre su origen.

Su estómago rugió, recordándole que no había comido nada desde la mañana. Era el momento perfecto para salir a buscar algo que le llenase el estómago y darle fuerzas para seguir escribiendo.

Se puso una chaqueta ligera y salió de su apartamento, descendiendo las escaleras con pasos lentos. El aire fresco de la tarde le hizo bien, disipando la pesadez que sentía en la cabeza.

Decidió dirigirse a su deli favorito, una pequeña tienda familiar que servía comida griega casera. Mientras caminaba, sus pensamientos vagaban entre las imágenes de Kallias y la musa, la intensa conexión que había descrito y una inquietante sensación de que algo podría pasar en cualquier momento.

Las calles estaban más concurridas de lo habitual, con transeúntes apresurándose a terminar sus compras antes del anochecer. Las luces de las tiendas y cafés empezaban a encenderse, creando una atmósfera cálida y acogedora. Alexander se perdió momentáneamente en la belleza de la escena, dejando que el bullicio y la vitalidad de la ciudad lo envolvieran.




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