Mi Musa

Capitulo 5

CAPITULO 5

Se dejó caer en el sillón de su apartamento, sintiendo el peso del cansancio en cada músculo. Cerró los ojos y respiró profundamente.

La tranquilidad de su hogar no lograba disipar las imágenes que se habían grabado en su psique. La cara de Lydia, superpuesta con la de la joven asesinada en su visión, se negaba a desvanecerse. Se levantó y caminó hacia la pequeña cocina, encendiendo la luz tenue sobre la encimera. El reflejo de su rostro en el cristal del microondas le devolvió una imagen demacrada, con ojos cansados y ojeras profundas. Abrió el refrigerador y sacó una botella de agua, esperando que el líquido frío le despejara un poco la mente.

Mientras bebía, los recuerdos de la visión volvieron a inundarlo. La escena se repetía una y otra vez en su mente, como una pesadilla de la que no podía despertar. Kallias, su personaje, estaba en el mercado, conociendo a una joven de sonrisa brillante. Cada detalle era vívido, como si hubiera estado allí.

No había escrito esas palabras, pero estaban tan grabadas en su mente que parecían suyas. El horror de la escena lo había dejado paralizado, y la visión del rostro de Lydia en el de la joven asesinada había sido el colmo. Era como si la musa estuviera jugando con su mente, alimentando sus miedos y celos hasta llevarlo al borde de la locura.

El terror que había experimentado en el apartamento de Lydia aún lo invadía. Recordaba cómo, en medio de una conversación aparentemente inocente había visto a Kallias, su propio personaje, cometer un asesinato brutal.

Se dejó caer nuevamente en el sillón, frotándose las sienes. Las risas nerviosas brotaban de sus labios entre bocanadas de aire agitado. Intentaba convencerse a sí mismo de que todo había sido una mezcla embriagadora de cansancio, alcohol y el estrés de tener que entregar la obra pronto. Quizás, pensó con desesperación, había sido simplemente los nervios de estar con Lydia, esa mezcla de atracción y temor que había despertado en él.

-Solo fue el vino -murmuró para sí mismo, con los ojos cerrados como si quisiera ahogar las imágenes que aún danzaban detrás de sus párpados.- Solo fue el estrés.

Pero por más que intentaba racionalizarlo, el eco de la visión persistía en su mente. Y la presencia ominosa de la musa, seguía acechando en el rincón más oscuro de su conciencia.

Se levantó con brusquedad y fue hasta la ventana, necesitando desesperadamente aire fresco. La noche estaba tranquila, con la luna derramando su luz plateada sobre los tejados de la ciudad. Alexander se apoyó en el marco de la ventana, tratando de encontrar calma en el paisaje urbano iluminado por la noche.

-Solo es mi mente jugándome trucos -se dijo en voz alta, aunque las palabras sonaron huecas en la quietud de la habitación. Respiró profundamente, tratando de apaciguar los latidos frenéticos de su corazón.

-Tengo que concentrarme en terminar la novela. Todo se resolverá cuando termine la novela.

El teléfono vibró sobre la mesa, interrumpiendo sus pensamientos. Miró el nombre en la pantalla: Un nudo se formó en su estómago mientras decidía si contestar o no. Finalmente, con un suspiro de resignación, deslizó el dedo para aceptar la llamada.

-Hola, Lydia -dijo, tratando de sonar calmado.

-Hola, Alexander -respondió Lydia, su voz era suave y amielada.

-Quería asegurarme de que llegaste bien a casa. Te veías... muy asustado cuando te fuiste.

-Sí, estoy bien -mintió él, esforzándose por sonar convincente-. Solo necesitaba un poco de aire fresco. Lo siento por haberme ido tan abruptamente.

-No te preocupes. Solo quería saber si estabas bien -hubo una pausa antes de que continuara-. Si necesitas hablar o desahogarte, estoy aqui ¿vale?

Sintió una punzada de culpa. Era amable y comprensiva, y él se estaba viendo arrastrado a un abismo del que no podía hablar con nadie, le tomarían por loco. No quería involucrarla en sus problemas, pero tampoco quería alejarla.

-Gracias. Lo aprecio de verdad -dijo, con sinceridad en su voz-. Nos vemos pronto, ¿de acuerdo?

-Claro. Cuídate...

Colgó y dejó el teléfono a un lado, mirando al techo. La luz tenue de la lámpara del escritorio proyectaba sombras largas sobre el techo, danzando como si tuvieran vida propia. El silencio era tan espeso que podía oír su propia respiración, irregular y entrecortada. Sabía que no podía seguir ignorando lo que había experimentado, pero por ahora, necesitaba concentrarse en mantener su cordura… y terminar la novela. Esa historia maldita que no paraba de escribirle desde dentro.

Se pasó una mano por el rostro, sintiendo el ardor en los ojos resecos, el peso de cada músculo cargado por las horas sin descanso. Su cuerpo empezaba a rendirse, pero su mente aún divagaba en bucles, saltando entre fragmentos de diálogo, visiones turbias y frases inconclusas que se negaban a apagarse. El murmullo de la nevera en la cocina era lo único que rompía el silencio, como un zumbido lejano que se colaba por la rendija entre la razón y el desvarío.

Se dejó caer en el sillón con un suspiro pesado, hundiéndose en el terciopelo ajado como si el mueble lo absorbiera. La habitación se volvió borrosa, más allá de su campo de visión, y los pensamientos empezaron a perder forma, como tinta diluyéndose en agua. Los párpados se le cerraron lentamente, no con suavidad, sino como si el sueño fuera una fuerza que lo arrastrara hacia abajo sin opción de resistencia.

Un cosquilleo en la nuca. Un escalofrío sin causa. La sensación absurda de que alguien lo observaba desde la penumbra. Trató de abrir los ojos, de resistirse, pero el cuerpo no respondió. La última imagen que vio antes de perderse fue la de su cuaderno abierto sobre la mesa, con una frase escrita que no recordaba haber escrito. Y entonces, sin advertencia alguna, se encontró en un lugar desconocido, envuelto en una oscuridad densa que parecía tangible, como si lo aprisionara. Como si el sueño no fuera refugio, sino una trampa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.