Mi Musa

Capitulo 9

CAPITULO 9

Eleni se alisó las mangas del suéter con un gesto automático, sin prisas, mientras observaba por última vez la cocina ahora limpia y ordenada. Había barrido, recogido las cajas del salón, aireado las ventanas, e incluso calentado algo de comida para que Alexander no tuviera excusas. Pero lo más importante, al menos para ella, había sido quedarse en silencio cuando más se necesitaba el silencio.

No dijo mucho. Después de la leche con miel y el pan con queso, simplemente se quedó sentado, mirando la taza vacía con los ojos aún enrojecidos. No pidió explicaciones, y ella no ofreció ninguna. Sabía bien que las lágrimas a veces necesitaban espacio para existir sin ser nombradas, sin ser interrumpidas. Lo había visto antes. Con su madre. Con otras personas que habían amado en silencio.

-Bueno -dijo finalmente, con voz suave, recogiendo su abrigo del respaldo de la silla-. Tengo que volver antes de que se me enfríe la comida en casa. Pero vendré otro día, si no te molesta. A ver cómo sigue todo por aquí.

Asintió con lentitud, todavía sin atreverse a decir mucho. El nudo en la garganta aún no se había disuelto del todo, pero había algo en la calidez de su presencia que seguía resonando en el ambiente, como un eco de algo más antiguo y seguro.

Ella se acercó, le apoyó una mano en el hombro y le dedicó una última sonrisa, esa clase de sonrisa que no necesita palabras ni gestos exagerados. Luego caminó hacia la puerta sin mirar atrás.

Cuando cerró, la casa quedó envuelta en una calma diferente. No era el mismo silencio opresivo de días anteriores. Era otro tipo de quietud. Más real. Más íntima. Como si, por unas horas, la oscuridad que lo rodeaba se hubiera replegado, dándole espacio para respirar.

Se levantó despacio, los músculos aún pesados por el descanso reciente, pero con una sensación diferente en el cuerpo, como si algo se hubiera liberado en silencio. Caminó por la casa con paso lento, deteniéndose en cada estancia donde Eleni había pasado. Todo estaba distinto. Más limpio, más ordenado, pero no era solo eso. Había una calidez nueva en el ambiente, una familiaridad que no recordaba haber sentido desde que había vuelto.

Se detuvo en el umbral de la cocina y la observó en silencio. Las superficies despejadas, los platos bien acomodados, el aroma tenue a comida casera flotando todavía en el aire. Por un instante, fue como si todo lo demás -el libro, las voces, el insomnio, las visiones- no existiera. Casi podía oír a su madre cantando entre susurros, mientras removía algo en la olla, y a su padre durmiendo en el sillón del salón, agotado tras levantarse antes del alba para hornear el pan de todo el pueblo.

Esa sí era la casa que recordaba. No el cascarón vacío y polvoriento que había encontrado al llegar, sino un hogar lleno de detalles pequeños, cargados de significado. Eleni no solo había limpiado. Había reconstruido algo. Le había devuelto una parte de sí mismo que él pensaba irrecuperable. Y ahora, por primera vez en mucho tiempo, el recuerdo de sus padres no dolía como un cuchillo. Dolía como un suspiro pesado, algo que aún podía ser llevado con dignidad.

Permaneció allí unos minutos más, en silencio, respirando hondo, como si necesitara absorber cada rincón de esa calma reconstruida. Luego, sin apuro, se giró y caminó hacia el salón. La casa estaba viva otra vez. Y él, por momentos, también.

Apenas había llegado al salón cuando el sonido del móvil rompió el silencio de la casa. Se detuvo en seco, desconcertado por el timbre, como si no recordara haberlo dejado encendido. Lo sacó del bolsillo trasero del pantalón y miró la pantalla.

Lydia.

El nombre lo golpeó con una mezcla de sorpresa y ansiedad. No esperaba volver a saber de ella. No después de cómo se había comportado. Pensó en dejar que la llamada se perdiera, en fingir que no la había visto. Pero algo, quizá culpa, quizá la necesidad de no cortar del todo ese hilo que aún los unía, lo empujó a contestar.

-¿Hola?

-Hola, Alexander… -La voz de Lydia sonó más suave de lo que recordaba. Un poco tensa, un poco cauta-. No quería molestarte. Solo... quería saber si estabas bien.

Él se pasó la mano por la nuca, buscando palabras que no sonaran a excusa.

-Estoy bien -dijo al fin, con una voz algo más firme de lo que sentía-. Me fui del apartamento unos días. Estoy en la casa de mis... de mi infancia. Necesitaba… alejarme un poco de todo.

-No sabía que te habías ido. -Hizo una pausa-. Te envié algunos mensajes después de nuestra última conversación. No respondías, y... me quedé con una sensación rara. No por mí. Por ti.

Se sintió expuesto, pero también agradecido. Lydia no tenía por qué preocuparse. Apenas lo conocía. Sin embargo, ahí estaba.

-Lo siento -murmuró-. Me encerré demasiado. Supongo que no estoy manejando bien las cosas últimamente. Me dejé llevar. No fue justo.

-No pasa nada -dijo ella, sin rastro de reproche-. Solo… me asustó un poco tu intensidad. Fue todo tan rápido. Y luego ese silencio. No sabía si habías hecho algo... impulsivo. Pensé en llamarte antes, pero no quería empeorar nada.

Alexander se dejó caer en una de las sillas, sosteniendo el teléfono con ambas manos.

-Yo tampoco sabía cómo hablarte. Me avergoncé un poco. No suelo… dejar que nadie vea esa parte de mí.

-Bueno -respondió con cierta ironía amable-, solo me viste una vez y te fuiste de mi casa como si te persiguiera un demonio. Así que sí, fue un poco… inquietante.

Rió por lo bajo. No por diversión, sino por la absurda verdad de la escena. Aun así, esa pequeña burla cargada de empatía le hizo bien.

-Sí. Fue ridículo. Lo sé.

-No ridículo -matizó ella-. Solo... extraño. Pero también he conocido a mucha gente que se encierra cuando las cosas se tuercen. No te estoy juzgando. Solo quería saber que estabas vivo.

Él asintió en silencio, como si ella pudiera verlo. Quiso decir muchas cosas, pero no encontró la forma adecuada. Así que optó por lo más simple.




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