-Sucedió en Liberia, hace no mucho tiempo-
— ¿Ya has pensando en que te gustaría pedir para navidad, Etweda?
—Nada – contestó la niña, en un tono seco y decepcionado.
—¿Por qué estás tan “animada” al respecto? –preguntó su padre con gran preocupación.
—Solo me anticipo a lo que seguramente sucederá. Al que nada espera, nada lo decepciona.
Un silencio incomodo inundó la habitación. Mientras Etweda jugueteaba a trenzar el pelo de su muñeca de trapo, su papá intentaba buscar las palabras adecuadas para reconfortarla, lo cual era en extremo complicado considerando la situación: la pobreza los estaba asfixiando, la falta de un empleo formal les impedía tener una vida estable y por si faltara algo, el miembro más joven de la familia, Samuel, se encontraba internado en el único hospital de la ciudad.
No se le ocurría nada salvo una cosa y decidió hacer uso de ella:
— Pues entonces hazlo al revés, igual que Bayka.
— ¿El viejo Bayka? Papá, antes que nada, el demonio del campo es un cuento para niños, ni siquiera Samuel lo cree, y además, ¡Ese anciano pide cosas! No es conocido por regalar nada… ¿Cómo puedo actuar “al revés” si hago lo mismo que él?
Por primera vez en la conversación, el padre de Etweda se sintió con cierta ventaja. Tomó su taza de café y le sopló de forma exageradamente calmada y pausada. Le gustó sentir esa mirada mezcla de curiosidad y desesperación en los ojos de su hija. Finalmente, agotado también por el suspenso que él mismo había creado, prosiguió:
— Bayka no pide regalos. Contrario a lo que se pueda pensar, él no es un méndigo. Es un hombre de gran riqueza, no monetaria, sino espiritual. Sale a las calles para rezar por nuestras almas, nos regala bendiciones y a cambio, no pide absolutamente nada.
Etweda observó a su padre con incredulidad. ¿Sería que su progenitor se había vuelto loco? ¿Pretendía acaso que se vistiera con harapos rojiblancos y saliera a la calle a repartir buenos deseos a diestra y siniestra? Eso era de locos…
— No me mires así, pequeña. Lo que pretendo que hagas es que cambies tu forma de ver al mundo. Piensa en dar antes que en ignorar la Navidad. A veces el mejor regalo es saber que estás haciendo lo correcto – aseguró el padre de la niña mientras daba pequeños sorbos a un café que hacía varios minutos estaba frío.
La jovencita sonrió desganada y salió a la calle con su muñeca en mano. El día apenas comenzaba, y como era víspera de Navidad, no tenía por qué asistir a la escuela ni hacer tareas. Camino algunas calles mientras pensaba en lo que su padre le había dicho. ¿Sería que la verdadera respuesta a su problema estaba en dar? ¿Dar qué? Era tan pobre como todos en el lugar.
Y justo cuando suspiraba con resignación producto de su “mala fortuna”, una señora mayor tropezó frente a ella. La endeble bolsa de papel en la que transportaba algunos vegetales se había roto y la anciana se movía a gatas tratando de recuperarlos.
Etweda sacudió la cabeza y rápidamente se puso a ayudarle. Reunió sin demora los víveres extraviados y los colocó en una bolsa plástica que alguien más había desechado. La vieja sonrió con la dentadura incompleta y acarició la mejilla de la pequeña mientras musitaba:
—Mi navidad en ti…
Y luego dio se dio la vuelta para casi instantáneamente desaparecer entre el gentío. Etweda se sintió orgullosa de su buena acción y pensó en regresar a casa para contárselo a su padre, pero asuntos más importantes requerían su atención: un pequeño de 3 o 4 años luchaba por desatorar su pantalón de una vieja cerca de madera, y de no tener cuidado en la maniobra no solo rompería su pantalón, sino que también correría el riesgo de rasgar su pierna. Las enfermedades como el tétanos no eran un juego en Liberia, así que debía de auxiliarlo pronto.
La pequeña Etweda corrió hasta donde se encontraba el niño y le pidió paciencia con las manos. El niño, aunque enfadado, accedió a tener calma. Con un rápido movimiento ascendente las manos de la niña desatoraron el pantalón. El chiquillo dio un par de saltos de gusto y dijo bien fuerte:
— ¡Mi navidad en ti!
Y sin esperar siquiera a que su “salvadora” le respondiera, emprendió una veloz carrera hacia una sastrería, en la que al parecer, laboraban sus padres.
Etweda aspiró hondo y abrazó a su muñeca. Dos buenas acciones el día de la víspera de Navidad no eran cualquier cosa. ¿Sería eso a lo que se refería su padre? Sumida en sus reflexiones, no vio que en la acera donde caminaba había un mendigo que extendía la mano esperando recibir alguna moneda. Tropezó con uno de sus pies y cayó al suelo. Su muñeca salió disparada hacía el frente sin que pudiera hacer nada.
Editado: 07.12.2018