Capítulo 1
Dorian
Los lugares ruidosos y con luces intermitentes nunca me gustaron, ni cunado era un adolecente. Pero, por órdenes médicas, más precisamente de mi psicólogo, debo asistir a reuniones sociales. Ya sean con amigos, exmilitares como yo, o con quien sea. Aunque ya no estoy activo en el ejército aún tengo que cumplir con esta tontería.
También tengo la opción de venir solo, así que opté por lo último. En esta ocasión terminé en un antro, uno de los más famosos y caros de la ciudad. Pero mierda, para mí todos los antros son iguales, sin importar el precio o el nombre o las filas que se hacen fuera del lugar para poder ingresar.
La escena es siempre la misma, gente gritando, saltando, música estridente que me taladra los oídos, hombres y mujeres metiéndose alguna sustancia pensando que nadie los ve o follando en los baños.
Esta mierda no es para mí. Tengo 38 años, estrés postraumático supuestamente y una lesión en el brazo que me permitió retirarme del ejército antes de tiempo. Han pasado nueve meses desde mi jubilación anticipada, y hay algo que si me preocupa, durante todo este tiempo no he tenido sexo.
Ese es uno de los motivos por los que el buen Richard, mi psicólogo, insiste en que salga. Aunque, según él, lo preocupante no es la falta de sexo en sí, sino mi total desinterés por las mujeres... o por cualquier otra persona. Dice que mi trauma tiene algo que ver con eso. Yo no veo la conexión entre la sangre, la muerte, el dolor… y que no me interese follar.
Me termino mi trago de un solo golpe. Estoy harto de este lugar. Ya vine, cumplí con lo que me pidieron, no encontré nada, ni nadie que me interesara. Hora de largarme.
Cuando estoy a punto de salir, un grupo de tres mujeres ruidosas entra, me hago a un lado para que puedan pasar. Y entonces la veo a ella.
Es rubia, de cabello un tanto rizado que cae por sus hombros. Sus ojos parecen verdes, aunque con las luces del lugar es difícil asegurarlo. Tiene la nariz respingada y un rostro afilado que, estoy seguro, podría cubrir una de mis manos.
Mi mente vuela. La imagino debajo de mí, su piel suave contrastando con mis manos callosas. Mierda….
Ya se me puso dura.
Tal vez no estoy tan jodido como pensaba.
Estoy tan ensimismado en mis pensamientos de mi dulce rubia que casi no noto cuando dos tipos entran detrás de ellas. Ambos son altos, aunque un poco más bajos que yo. Uno tiene una expresión seria, casi molesta, mientras que el otro parece relajado y jovial.
Por un momento, pienso que alguno podría estar con ella. Mi mandíbula se aprieta al imaginarlo. Pero mi alivio llega rápido cuando veo que los hombres se acercan a las otras dos mujeres. Perfecto, ninguno está con ella. Pueden vivir.
Me retiro de la puerta, buscando una mesa desde donde pueda observarla mejor. La rubia conversa animadamente mientras pide tragos, riéndose con una confianza descarada que deja claro que está acostumbrada a que todo gire a su alrededor. Habla con ademanes exagerados, y a veces mira alrededor como si el mundo entero le perteneciera. Es una pequeña reina mimada, eso está claro.
Cuando se levanta a bailar, no puedo evitar mirarla. Su vestido es corto y ceñido, dejando poco a la imaginación. Cada movimiento suyo es fluido, seguro, y envuelve la pista como si fuera su escenario personal.
Entonces, un imbécil cualquiera se le acerca. Mi mandíbula vuelve a tensarse al punto de doler. El tipo se atreve a poner sus manos en su cintura, inclinándose hacia su oído para hablarle. Ella sonríe al principio, pero luego, cuando el maldito intenta besarla, mi paciencia llega a su límite. Me pongo de pie, listo para intervenir y arrancarle la cara a golpes.
Pero antes de que dé un paso, ella lo aparta con un empujón. Sin mediar palabras, le da una cachetada tan fuerte que el sonido resuena incluso por encima de la música. El tipo se queda ahí, boquiabierto y humillado, mientras ella regresa con su grupo de amigos como si nada hubiera pasado, todavía con el ceño fruncido.
La observo, fascinado. Hay una chispa de rebeldía en ella, un fuego que me intriga más de lo que quiero admitir. Un pensamiento cruza mi mente, claro como el día.
La haré mía.
Y nada ni nadie se interpondrán en mi camino sin sufrir mi furia.
………………………………………………..