Capítulo 24
Dorian
Caminé hacia la entrada, no le había preguntado a Martha quien me buscaba a estas horas, maldita sea, por poco y besaba a Sabine
Abrí la puerta con la expectativa de que sería algún asunto trivial y que mandaría a la mierda a quien estuviera del otro lado. Sin embargo, cuando vi quién estaba parado ahí, mi cuerpo se tensó de inmediato.
—Coronel Walter Finch. — dije manteniendo mi voz neutral, aunque una corriente de incomodidad se deslizó por mi pecho.
—Dorian Hayes. —respondió con un leve asentimiento de cabeza, como si todavía esperara que me cuadrara frente a él.
Finch era un hombre corpulento, con cicatrices visibles y una presencia que exigía respeto. Había servido como mi superior durante mis primeros años en el ejército, y aunque los años habían pasado, esa aura autoritaria seguía intacta.
—¿Qué hace aquí? —pregunté, mientras me hacia un lado para que pasara
Se quedó observándome como si midiera cada centímetro de mi ser, antes de pasar.
—No vine para una visita social, Hayes. Vine porque hay un asunto que te involucra directamente.
El tono grave en su voz hizo que mi espalda se pusiera rígida. Finch no era de los que se presentaban sin una razón de peso.
—Adelante, sígueme por favor. —dije haciéndole un gesto hacia mi despacho, no quería que mi solecito lo viera.
Una vez dentro, cerré la puerta y me apoyé contra el escritorio, cruzando los brazos. Finch se mantuvo de pie, con las manos detrás de la espalda, como si todavía estuviera en servicio.
—¿Recuerdas a Omar Al Farid? —preguntó, su mirada fija en la mía.
El nombre cayó como una bandeja de agua helada. Lo recordaba perfectamente. Cuando supe de él, era un operativo clave en contra de una red terrorista que mi unidad había ayudado a desmantelar hace más de cinco años.
Durante la operación, su hermano, otro miembro de la red, había muerto en un enfrentamiento directo conmigo. Había sido una acción necesaria, pero las imágenes de ese día seguían grabadas en mi memoria.
—Imposible olvidarlo. —respondí, mi tono seco.
—Escapó de prisión hace dos días.
El impacto de esas palabras me golpeó como un puñetazo en el estómago.
—¿Cómo diablos sucedió eso? —pregunté, mi voz más dura de lo que pretendía.
—No importa cómo. Lo que importa es que este tipo no olvida, y sabemos que tiene una lista. Tú estás en ella, Hayes. Eres el hombre que mató a su hermano y el que lideró la operación que lo puso tras las rejas.
El aire pareció volverse más denso en la habitación. Finch me observó detenidamente antes de continuar.
—Por lo que he escuchado, Tu vida ya no es solo tuya. Ahora tienes a alguien más que proteger. Tu esposa
Mi mandíbula se tensó, maldito Richard. Pero no fue eso por eso. La imagen de Sabine apareció en mi mente, primero sonriente en el jardín con Leslie y luego una versión distorsionada, una fantasía retorcida de ella en peligro, gritando, herida... o peor.
—¿Sabes dónde está? —pregunté tratando de mantener la calma.
—No por ahora. Pero créeme, es cuestión de tiempo antes de que intente contactarte o vengarse directamente.
—Que lo intente, esta vez no va a volver a prisión.
Finch me dio un leve asentimiento, como si entendiera perfectamente lo que esas palabras significaban. Después de un breve intercambio de más detalles, se marchó, dejándome solo en el despacho con una mente que ahora corría más rápido de lo que podía controlar.
Mis manos apretaban contra los bordes del escritorio mientras mi mente giraba en espirales de posibilidades oscuras. Cada escenario que se formaba en mi mente terminaba con Sabine lastimada, o peor, muerta. No podía soportarlo.
El aire se volvió pesado, como si cada respiro fuera insuficiente. Sentí cómo mi corazón comenzaba a latir más rápido, con un ritmo descontrolado que retumbaba en mis oídos, por inercia me lleve las manos a la cabeza. La habitación pareció achicarse, y mi visión se nubló.
No, no ahora.
Respiré profundamente, tratando de calmarme, pero cada pensamiento me llevaba de regreso a Sabine. El miedo y la desesperación se mezclaban en una fuete de ira que me estaba hundiendo.
Justo entonces, la puerta del despacho se abrió lentamente y Sabine asomo lentamente la cabeza.
—¿Dorian quien era el hombre que acaba de salir? ... … ¿Dorian?—preguntó, su voz llena de preocupación al verme sentado con las manos en mi cabeza.
No pude responder de inmediato. Todo mi cuerpo estaba rígido, como si estuviera atrapado en otro lugar.
—Dorian, ¿qué te pasa? —insistió, acercándose rápidamente a mí.
Me obligué a levantar la cabeza, viendo su rostro preocupado. No podía decirle la verdad, no podía cargarla con este peso.
—Nada. —respondí con mi voz ronca.
—¿Nada? Estás pálido como un muerto y respirando como si hubieras corrido un maratón.