Capítulo 26
Sabine
La casa estaba en silencio, que solo era interrumpido por el leve tintineo de los cubiertos contra los platos mientras cenábamos. Dorian le había pedido a Martha que preparara algo especial esa noche, aunque el motivo seguía siendo un misterio.
Tal vez era una disculpa por la discusión de la tarde o una forma de acercarnos tras lo ocurrido. No importaba. Lo único que sabía era que sentarme frente a él, sin la tensión habitual, se sentía extrañamente bien.
—¿Quien te hablo en la tarde?... digo si puedo saber. —
—Era el gerente que lleva la mayor parte de mi empresa, necesitaba que aprobara una transacción.
—mmm, bien, tampoco es como que me debería de importar, además…
—Además ¿Qué?. —.
—Solo estaba pensando que no se nada de ti, solo superficialmente. Nunca te había preguntado algo tan simple como... ¿cuál es tu color favorito? —me atreví a decir mientras tomaba un sorbo de vino.
Él levantó la mirada de su plato, sus ojos brillando bajo la luz tenue del comedor. Ahora tenía su atención totalmente en mí
—No lo sé. Supongo que me gusta el negro, es práctico. ¿Y tú? — dijo mientras tomaba un trago de su copa.
Sonreí sintiendo que la pregunta había roto una pequeña barrera entre nosotros.
—El dorado y el rojo. Siempre me han parecido colores llenos de vida.
Él asintió, como si estuviera guardando esa información en un rincón importante de su mente.
—El dorado combina contigo. —dijo con un tono tan casual, pero supe que lo decía con una seriedad que me tomó desprevenida. —Es brillante, elegante... único, como tú.
No pude evitar sentir cómo el calor subía por mis mejillas, pero me obligué a desviar la conversación.
—¿Alguna vez jugaste algún deporte? —pregunté intentando sonar indiferente mientras jugaba con mi tenedor.
—Baloncesto, cuando era adolescente. Era bueno, aunque nunca lo tomé en serio.
—¿Por qué no?
—Porque tenía otras prioridades, en realidad no me interesa nada tanto... Después vino el ejército y creí que eso sería mi pasión durante toda la vida, pero luego se volvió tan… pesado y lo deje.
Hizo una pausa, bebiendo otro trago de su copa, esta vez mas grande, como si las palabras pesaran demasiado.
—¿Y no lo extrañas? —pregunté con cuidado.
Él negó con la cabeza, su expresión era serena pero puede ver la incertidumbre en su mirada.
—No. Los primeros meses después de salir fueron extraños, como si me faltara algo. Pero ya no. Estoy bien ahora.
Sus palabras parecían sinceras, pero había algo en su tono que me decía que no era toda la verdad. Decidí no insistir.
—¿Y crees que algún día esta obsesión que tienes por mí se pase? —mi pregunta salió más rápido de lo que esperaba, y no pude evitar morderme el labio al ver cómo sus ojos se fijaban en los míos.
Dorian tomó lo último de su vino, dejando la copa vacía sobre la mesa con un movimiento rápido.
—No hay forma de que eso pase... Nunca.
Su voz era firme, sin lugar a dudas y algo en su mirada me hizo temblar ligeramente.
Y no tenía ningún impulso de empezar una pelea con él por esto.
…………………………….
Esa noche, subimos juntos al cuarto. La incomodidad entre nosotros era evidente, pero no era una tensión por alguna pelea, era otra cosa, pero ninguno dijo nada. Me cambié rápidamente y me metí a la cama, consciente de cada movimiento de Dorian mientras él hacía lo mismo. La cama nunca se había sentido tan grande, y aun así, el espacio entre nosotros parecía inexistente.
Podía sentir su calor cerca, su respiración lenta y controlada. Mi cuerpo estaba tenso, pero no de la manera incómoda de antes. Era diferente, como si cada fibra de mi ser estuviera alerta, esperando o queriendo... algo.
—Sabine. —susurró de repente.
Me giré hacia él, encontrando sus ojos en la penumbra y esperando lo que tenía que decirme.
—Buenas noches. —Fue lo único que dijo antes de cerrar los ojos, dejando que el silencio volviera a envolvernos, pero se volvió a acercar a mi y me abrazo.
…………………………………
A la mañana siguiente, después de desayunar, algo me impulsó a hablarle de una idea que había tenido durante días.
—Quiero redecorar una parte de la casa.
Dorian levantó una ceja, dejando de lado el periódico que estaba leyendo.
—¿Qué parte?
—El salón principal. Es bonito, pero creo que necesita algo más... cálido.
Para mi sorpresa, asintió casi de inmediato.
—Haz lo que quieras.
—¿En serio? —pregunté incrédula.
—Sí. Yo me encargo de todo lo que necesites. Es tu casa también ahora, si eso hace que te sientas más cómoda, hazlo.
Su declaración me tomó por sorpresa. Sentí un extraño nudo en el estómago, algo entre emoción y nerviosismo.
—Gracias.— le di una sonrisa, sincera. —Pero me gustaría que tú también te involucres en todo lo de la decoración…. Claro si tienes tiempos.
—Solecito, por supuesto que tengo tiempo para ti y todo lo que quieras si eso me deja pasar tiempo contigo.
No había pensado en eso, pero no me desagrada la idea de pasar tiempo con él.
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Pasamos el resto de la semana visitando tiendas de muebles, mirando catálogos y discutiendo opciones de colores. Bueno, en realidad, yo discutía las opciones. Dorian simplemente asentía, como si cualquier cosa que yo eligiera fuera perfecta.
—¿Qué te parece este sofá? —le pregunté en una tienda, señalando un diseño moderno en tonos beige.
—Si a ti te gusta, me gusta.
Rodé los ojos, riendo.
—No tiene gracia. Necesito tu opinión, Dorian.
Él me miró, sus labios curvándose en una sonrisa pequeña pero genuina.
—Mi única opinión es que quiero que estés feliz.
Sus palabras eran simples, pero su sinceridad me desarmó.
A medida que pasaban los días, algo cambió entre nosotros. Las risas se volvieron más frecuentes, las miradas más largas. Cada vez que sus dedos rozaban los míos mientras hojeábamos catálogos, sentía un cosquilleo inexplicable.