Capítulo 40
Dorian
Olivia realmente creyó que podía arruinar mi vida. ¿Solo porque me atreví a ser feliz sin ella?
Que se joda.
Si pensaba que podía entrometerse como si nada, entre Sabine y yo, entonces le demostraría lo equivocada que estaba. Y empezaría por donde más le dolía, su carrera dentro del ejército.
El aire en el despacho del Coronel Wilkins era denso, cargado de poder y autoridad. Conocía a Wilkins desde hace muchos años, fue uno de los que se enojaron, cuando ascendí a coronel siendo tan joven en ese entonces, aunque después cambio de parecer al ver mi trabajo de campo y en ocasiones habíamos servido juntos.
Era un hombre de principios, recto hasta los huesos, y esa rectitud se notaba ahora más que nunca, con lo apretada que estaba su mandíbula y la frialdad en sus ojos.
—¿Me estás diciendo que Olivia Mckenna, una oficial bajo mi mando, utilizó su posición para interferir en tu vida personal? —preguntó con la voz tan grave que podría haber asustado a un recluta.
—Sí, señor. —Me mantuve erguido, la espalda recta y los brazos cruzados sobre el pecho. No mostraría emociones, solo los hechos. —No se me ocurre de que otra forma consiguió esa información, que fue enviada a mi suegro desde su correo electrónico. Le dio información privada sobre mí vida y manipuló los eventos a su favor para desacreditarme y crear una disputa conmigo y la familia de mi esposa y todo fue por celos, en el pasado Mckenna y yo tuvimos algo pasajero y al parecer no soporto que ahora tenga una esposa y sea feliz con ella.
Wilkins entrecerró los ojos, visiblemente molesto por la situación, apesar de todo era un hombre con más de treinta años casado, sabía de la importancia del matrimonio.
—No puedo creerlo. Olivia ha estado bajo mi supervisión por más de una cinco años. Siempre fue… reservada, pero competente. Nunca pensé que llegaría a cometer esta clase de cosas.
Si bien, todos usábamos nuestras influencias para obtener un beneficio personal… yo también lo había hecho no hace mucho con el hijo de puta de Leo, cuando hay una acusación formal, la situación se hace visible y problemática. Así que prácticamente Olivia estaba en serios problemas.
—Con respeto, Coronel. —dije con firmeza. —Un oficial que usa su experiencia, su posición y sus contactos para fines personales no debería formar parte de su equipo. Lo que hizo fue un abuso de poder.
El coronel se quedó en silencio, observándome. Luego, asintió con lentitud.
—Tienes razón. Su comportamiento afecta directamente la integridad de esta institución. Me encargaré personalmente de su destitución. Será degradada y se iniciará una investigación. Dependiendo de lo que se descubra, podría enfrentar cargos formales y ser daba de baja definitivamente.
—Gracias, señor. —Incliné ligeramente la cabeza poniéndome de pie y dándole la mano, sabía que él le daría un castigo digno.
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Por la tarde Sabina estaba sentada en el sofá, con una manta sobre las piernas y una taza de té de manzanilla entre las manos. Sus ojos brillaban mientras hojeaba un libro sobre maternidad, con marcadores de colores sobresaliendo entre las páginas.
Se veía tranquila y tan condenadamente hermosa. Como la paz hecha persona.
Me acerqué y le besé la frente.
—¿Vas a salir? —preguntó con voz suave cuando alzó la mirada hacia mí.
—Sí. Tengo que resolver algo.
—¿Con Olivia?
No podía mentirle.
—Sí. Pero esta será la última vez que escuchemos su nombre.
Su expresión cambió ligeramente, una mezcla de preocupación y fe en mí. Acarició mi muñeca con los dedos.
—Ten cuidado y regresa con nosotros rápido.
—Así lo haré Solecito, no te preocupes por nada.
Salí de la casa, sin querer dejar a mi mujer, pero tenía que hacerlo.
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Sabía exactamente dónde encontrar a Olivia si estaba en la ciudad.
El gimnasio en el que entrenaba desde hace años. Un sitio discreto, con sacos colgados del techo, olor a sudor y metal, y ecos de golpes constantes. Había ido un par de veces en el pasado, pero odie el lugar.
Entré sin hacer ruido, y fue cuando la vi.
Estaba dándole al saco con rabia, como si tuviera motivos de expresar esa furia. Sus puños volaban con precisión, pero sus hombros estaban tensos y su respiración irregular. Estaba perdiendo el control. Y no siquiera le había dicho lo que viene a decirle.
Me detuve a unos metros y esperé.
Cuando termino, se giró para tomar agua y fue cuando me. Su expresión no fue sorpresa, sino una sonrisa.
—Dorian… sabía que eventualmente vendrías a mi. —dijo quitándose los guantes con fingida calma.
—No por lo que esperabas. —respondí en seco.
—¿Qué? ¿No vienes a agradecerme por decirle la verdad a tu suegro?