Mi odio deseado

1.

Mía y su nueva amiga Rayna preparaban la cena en la espaciosa cocina de la residencia estudiantil, impregnada con aromas de carne asada y hierbas frescas. La suave luz del atardecer se filtraba por las grandes ventanas, mientras sobre la mesa se acumulaban verduras, salsas variadas y vajilla.

Las chicas reían, conversando con naturalidad sobre diversos temas —desde películas favoritas hasta divertidas anécdotas escolares. A pesar de haberse conocido apenas el día anterior, ya habían desarrollado una conexión espontánea.

—Oye, quería preguntarte algo —dijo Rayna, vacilando un momento—. Aunque no estoy segura si es apropiado... ¿Puedo?

—Pregunta nomás —Mía se encogió de hombros—. Responderé si puedo.

—¿Cómo te atreviste a venir a estudiar hasta aquí? Por lo que sé, allá ustedes tienen... bueno, costumbres un poco diferentes. Parece que son más apegados a la familia, al hogar...

Rayna había dado parcialmente en el blanco. El país donde nació Mía era conocido por su hermetismo; de allí rara vez emigraba alguien. Era una comunidad pequeña, casi aislada, donde todos se conocían entre sí y vivían según reglas establecidas hace mucho tiempo. Aunque había algo acogedor y cálido en ello, también se convertía en una trampa.

—¡No quiero ofenderte ni a ti ni a tus compatriotas! —añadió Rayna apresuradamente, agitando las manos—. Solo es... curiosidad, nada más.

—Ya me han hecho preguntas así antes —Mía sonrió, intentando aliviar la tensión—. Es simple: esas reglas no van conmigo. No quiero vivir según el guion de otra persona: estudiar donde me digan y luego casarme con quien la familia apruebe. Eso no es para mí. Yo valoro mi libertad.

—¡Vaya! —respondió su amiga con admiración—. Yo tampoco podría vivir así.

En ese momento, un chico desconocido entró en la habitación. Mía y Rayna intercambiaron miradas instintivamente. Él, sin duda, también era extranjero—se notaba en su apariencia, mirada y postura. Sin embargo, no procedía del mismo país que Mía, sino de aquel con el que su pueblo mantenía antiguas discrepancias.

En el pasado, entre sus países habían surgido disputas—tensas, aunque no profundas. Ahora todo se había calmado, dando paso a una ligera cautela. La memoria de estos desacuerdos no había desaparecido, simplemente se había vuelto menos evidente, ocultándose tras sonrisas corteses y miradas recelosas.

El desconocido lanzó una breve mirada indiferente a las chicas, se colocó los auriculares y, sin decir palabra, se dirigió a la mesa de la cocina. Se sentó en un taburete alto, dándoles la espalda—un comportamiento inesperado y desafiante.

—Oh... —murmuró Rayna ante la situación.

—¿Mmm? —Mía la miró sorprendida—. ¿Lo conoces?

—Es la primera vez que lo veo —respondió Rayna, observando atentamente la reacción de su amiga—. Solo que no imaginé que os alojarían en la misma residencia. Mala idea.

—¿Por qué? —preguntó Mía confundida—. Creo que se mantendrá callado, como un buen chico. No tiene otra opción.

—Ya, claro —Rayna hizo una mueca escéptica—. ¿Y si comienza a molestarte? ¿O incluso te secuestra?

—¿Aquí, en la residencia? —Mía arqueó una ceja con incredulidad.

—Quién sabe, todo puede pasar. He oído historias terribles sobre ellos.

—Tranquila —respondió Mía en voz baja, esbozando una ligera sonrisa—. No inventes cosas. Dudo que vaya a molestarme. Parece inofensivo.

—Bueno, como quieras —Rayna lanzó otra mirada suspicaz hacia el chico.

—¿No has traído las especias? —preguntó Mía, recorriendo la mesa con la mirada.

—No. ¿Crees que faltará sal?

—Creo que sí. Hay que resaltar el sabor de la carne. Esto le dará al plato...

—Vale, vale, ahora las traigo —interrumpió Rayna con una sonrisa—. Pero dime, ¿cuáles?

—En mi mesa hay una caja azul con frascos de especias —explicó Mía—. Busca el número cuatro, los frascos tienen etiquetas.

—De acuerdo —asintió Rayna y se dirigió rápidamente hacia la salida.

Mía continuó cortando las verduras, intentando concentrarse en los movimientos rítmicos del cuchillo. Sin embargo, la presencia del chico a sus espaldas la incomodaba. Su silencio parecía deliberado, como si las ignorara intencionadamente para demostrar cierta superioridad. Mía apretó los labios.

«¿Por qué es tan arrogante?» pensó, sintiendo cómo la irritación crecía en su pecho.

Su mente comenzó a divagar.

«¿Serán ciertos los rumores sobre ellos?»

En su país circulaban estereotipos sobre las personas de la nación de él: supuestamente eran demasiado directos, impulsivos e impredecibles.

«Pero eso son solo prejuicios, ¿no?»

Intentó apartar estos pensamientos, pero su imaginación continuaba dibujando escenarios inquietantes.

«¿Y si Rayna tiene razón? ¿Y si realmente es peligroso?»

Mía le lanzó una mirada discreta por encima del hombro. El chico simplemente estaba sentado, revisando su teléfono, aparentemente ajeno a su presencia. Sin embargo, su tranquilidad parecía forzada, como si estuviera pendiente de la reacción de ellas.

Mía volvió a su tarea, intentando ignorarlo. Sin embargo, apenas unos segundos después, escuchó pasos detrás de ella.

—¿Olvidaste algo? —preguntó al girarse, y se quedó paralizada.

Justo frente a ella estaba aquel mismo desconocido. Dio un paso adelante —demasiado cerca, invadiendo su espacio personal. Las manos del chico se apoyaron en la mesa a ambos lados, encerrándola como en una trampa.

Sus ojos, oscuros y penetrantes, se detuvieron en ella un instante más de lo necesario. Luego, esbozó una sonrisa apenas perceptible —no amistosa, sino cargada de burla juguetona.

—¿Y de dónde sacaste que no voy a molestarte? —pronunció con sarcasmo, mirándola directamente a los ojos.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 17.07.2025

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