Aril — el extranjero de aquel país con el que el pueblo de Mía mantenía antiguos conflictos — examinó a las chicas con mirada atenta, casi evaluadora, y descendió de la silla sin prisa. Sus movimientos eran calmos pero ágiles, como los de un depredador que ha decidido posponer momentáneamente su cacería.
Aquella audaz morena le había impactado como ninguna otra persona antes. Afilada como una navaja. Ardiente como un chile. Su voz resonaba en su cabeza sin darle descanso, como un eco persistente:
«¿Piensa que me quedaré sentado como un buen chico? ¿En serio? ¿No tengo otra opción? ¿Quién se cree que es?»
Aril sonrió ferozmente al recordar cómo los ojos desafiantes de ella se abrieron cuando acortó la distancia entre ambos. En su mirada no solo había confusión, sino también desafío, lo que estimulaba su entusiasmo —como un cazador que ha encontrado una presa fascinante. Y luego estaba su aroma... ese sutil perfume de flores y canela, tan auténtico y cálido. Por esa fragancia, Aril comenzó a sentir calor y quiso aflojar el cuello de su camisa. ¿Realmente era tan vulnerable ante ella?
—¡Oh, Aril, hola! —exclamó alguien cerca.
El chico se giró y reconoció a Den — un compañero de clase que, aparentemente, vivía en el piso inferior.
—Hola, Den —saludó Aril con un breve asentimiento.
—Oye, esta noche habrá algo interesante, ¿lo sabías? —Den entrecerró los ojos con complicidad, como si estuviera a punto de revelar un secreto de importancia mundial.
—No sé. ¿Qué podría haber de interesante? —respondió Aril con un entusiasmo apenas perceptible.
—Una pequeña reunión para celebrar el comienzo del año académico. ¡Habrá chicas! Una excelente oportunidad para ligar con alguna preciosidad —comentó Den, prácticamente resplandeciendo de satisfacción.
—¿En serio? —sonrió Aril, recordando mentalmente a una de esas preciosidades.
«Vamos, ¿en serio? Déjalo ya... ¿Acaso has olvidado quién es ella?»
—¿Conoces ya a alguna de las chicas? —preguntó, intentando que su voz sonara completamente desinteresada.
—No personalmente. Pero ya he aprendido algunos nombres. Por ejemplo, la chica que entró a la cocina hace unos minutos se llama Rayna.
—¿Y su amiga? —preguntó Aril, fingiendo desinterés.
—¿La morena? Vaya, vaya, no pensé que te interesarías por ella —Den guiñó un ojo con picardía y esbozó una sonrisa reveladora—. Se llama Mía.
—¿Y por qué me miras así? —preguntó Aril, arqueando una ceja con escepticismo.
—No es nada —Den comprendió que era momento de cambiar de tema—. Entonces, ¿vendrás hoy?
—¿Cuándo y dónde? —preguntó Aril.
—A las veintitrés. Habitación trescientos setenta y ocho. Golpea tres veces —pronunció el chico la última frase en tono conspirativo.
—¿En serio? —sonrió Aril—. Bien, estaré allí.
—No te arrepentirás —añadió Den mientras continuaba por el pasillo.
Aril se quedó inmóvil, tomándose un momento para procesar la información que acababa de recibir.
«Mía, dices... Me pregunto si ella asistirá»
Sin embargo, frunció el ceño de inmediato y sacudió la cabeza con determinación, como si quisiera borrar su imagen de su memoria. Pero los ojos de ella seguían apareciendo ante él. Desafiantes, vivos, tan... auténticos. Era cierto que las chicas del país de Mía poseían una belleza extraordinaria. La esposa del tío de Aril era una de ellas. Pero la familia había dejado de hablar con él hace mucho tiempo. Prácticamente desde la boda. Y todos sabían por qué.
Aril emprendió el camino hacia su habitación. Había tenido la fortuna de compartir cuarto con un solo compañero, quien además trabajaba hasta altas horas de la noche.
El chico giró la llave en la cerradura y empujó la puerta con suavidad. Apenas emitió un chirrido.
«Habría que reemplazarla. O al menos engrasarla», pensó.
A su compañero le daba igual. Tras su jornada laboral dormía como un tronco. Sin embargo, Aril tenía dificultades para conciliar el sueño debido al constante ruido del pasillo. El chirrido de las puertas no era el único problema; el principal inconveniente era el pésimo aislamiento acústico.
Al entrar en la habitación, el chico se dejó caer en la cama sin siquiera cambiarse de ropa. Tomó el teléfono y comenzó a revisar las redes sociales. Cuando Aril indicó su lugar de estudios, aparecieron numerosas caras conocidas entre las sugerencias. Y la de ella también...
Aril se suscribió a varios compañeros de clase y aceptó nuevas solicitudes. Sus dedos se movieron casi por voluntad propia, haciendo clic en el avatar de Mía. En la pantalla apareció su perfil — una colección interminable de fotografías.
Las últimas eran fotografías grupales de varias fiestas, probablemente tomadas antes de salir de su país. En las siguientes imágenes, Mía aparecía sola.
Su corazón se saltó un latido. En una de las fotografías, ella posaba junto a un árbol, luciendo un ajustado vestido rojo con una abertura que resaltaba su figura y revelaba una pierna esbelta. Aril elevó la mirada hacia el profundo escote. Era evidente que la chica tenía atributos que mostrar—algo que no había notado en la cocina, cuando vestía una simple camiseta.
Aril deslizó el dedo por algunas fotos más. Desde cada una de ellas, esos ojos desafiantes lo observaban fijamente. Una imagen con la descripción "Hermanas" captó particularmente su atención. En ella aparecían Mía y otras dos chicas muy parecidas a ella. A diferencia de Mía, sus hermanas parecían algo intimidadas y menos seguras de sí mismas—exactamente como se había mostrado Mía en la cocina cuando Aril se acercó demasiado.
El chico esbozó una sonrisa depredadora. Después de todo, sería mejor olvidarse de ella.
Una llamada repentina interrumpió sus pensamientos. El teléfono se iluminó: era su hermana.
—Te escucho —respondió Aril, girándose de costado y acercando el teléfono a su oído.