El aire en la cocina estaba cargado de electricidad. La tensión era palpable. Rayna colocó la caja de especias sobre la mesa y miró a su amiga, aún sintiendo el eco de la reciente presencia del chico.
—Te lo dije —susurró, inclinándose hacia ella—. Uno así seguro que secuestra a alguien. ¿Viste cómo te miraba?
—No solo me miraba —Mía puso los ojos en blanco—. Tienes razón, está loco.
—¿Qué ha hecho? —Rayna se tensó, y en sus ojos brillaron chispas de enfado.
—Nada, déjalo —su amiga hizo un gesto con la mano—. Simplemente me mantendré alejada de él.—Ya, claro —Rayna hizo una mueca, pero decidió no insistir con el interrogatorio.
Las chicas retomaron la preparación de la comida y pronto la cocina se impregnó con los aromas de carne asada y especias. Rayna lanzaba miradas preocupadas a su amiga ocasionalmente.
Ambas se sentaron a cenar en la gran mesa de madera, retomando su conversación.
—Por cierto, ¿qué te pareció la clase de hoy? —preguntó Rayna, eligiendo un tema neutral—. Para mí tuvo demasiado relleno. Espero que no todas las asignaturas sean así.
—No puedo decir que estuviera entusiasmada —respondió Mía mientras se servía ensalada—. Creo que el problema fue la monotonía. Por momentos sentía que me quedaría dormida.
—Exactamente —suspiró Rayna—. La próxima vez llevaré un termo enorme de café. Menos mal que nadie revisa los apuntes.
—Sí, pero la profesora dejó claro que tener apuntes al final del año mejora la nota. No sé tú, pero yo definitivamente aprovecharé esa opción.
—Déjalo, falta una eternidad para el final de año... Ya me haré amiga de algún empollón y le convenceré de que escriba tanto por él como por mí.
—¿Con letra diferente? —preguntó Mía con una sonrisa.
—Mía, aún no conoces de lo que son capaces los hombres enamorados —respondió Rayna con picardía.
Las chicas rieron y la tensión se disipó en un ambiente ligero. Sin embargo, a Rayna seguía rondándole una pregunta: ¿qué había ocurrido realmente en la cocina? Por ahora, decidió no insistir.
—¡Casi lo olvido! —exclamó de repente—. Nos han invitado a una reunión esta noche. Jugaremos a la botella.
Mía arqueó una ceja.
—¿A la botella? ¿Hemos vuelto al instituto?
—¡Vamos, será divertido! —insistió Rayna con entusiasmo—. Podremos conocer a todos.
Su amiga suspiró, pero un destello de curiosidad iluminó sus ojos.
—De acuerdo. Pero si me aburro, me iré sin más.
Tras la cena, recogieron rápidamente la mesa y volvieron a la habitación para arreglarse.
Rayna sacó un vestido corto azul marino y se lo colocó por delante.
—¿Qué te parece? —preguntó, girando frente al espejo.
—Rayna, ¿adónde vamos exactamente? ¿A un club nocturno o solo a visitar a los vecinos? —preguntó Mía con evidente escepticismo.
—¿Y si entre los nuevos hay alguien interesante? Podrías conocer a alguien... —Rayna le guiñó un ojo con picardía.
—No estoy de humor ahora —Mía se encogió de hombros—. Quiero al menos terminar bien el primer semestre.
—Qué aburrida —suspiró Rayna mientras guardaba el vestido.
—¿Qué puedo hacer? No quiero volver a casa.
—¿Tan mala es la situación?
—Demasiado control —explicó Mía mientras se ponía unos jeans negros ajustados y una camiseta blanca con estampado—. ¿Cómo me veo?
—Discreta, pero bonita —Rayna levantó el pulgar en señal de aprobación—. Aunque los jeans no son mala idea.
Finalmente, Rayna eligió unos jeans anchos y una camiseta de tirantes finos con un escote pronunciado. Mía solo sonrió.
—¿Ya empiezas con artillería pesada? —comentó.
—Sí. Y te recomendaría lo mismo —respondió Rayna—. Aunque bueno, te permito estudiar durante un semestre más.
Las chicas se maquillaron y arreglaron sus peinados. El reloj marcaba las once menos cinco. Era hora de irse.
Mía y Rayna salieron de la habitación. Por la noche, la residencia cobraba vida. Los pasillos resonaban con risas, música y fragmentos de conversaciones. En el aire se mezclaban aromas de pizza, perfumes y café. En la gran sala común del segundo piso se había reunido un grupo diverso: algunos se acomodaban en sofás desgastados, otros en el suelo sobre alfombrillas. Sobre la mesa había patatas fritas, refrescos y algunas velas "para crear ambiente".
Las amigas se abrieron paso entre la multitud y finalmente entraron en la habitación trescientos setenta y ocho. Dentro, el ruido de voces era ensordecedor. Los estudiantes procedían de diferentes países, y se notaba en sus acentos, gestos e incluso en sus risas. Algunos discutían sobre música, otros explicaban las reglas del juego. Mía recorrió la sala con la mirada, evaluando con quién podría sentirse cómoda.
De repente, su mirada se detuvo en una figura familiar. El chico de la cocina —Aril, como había averiguado por los vecinos— estaba sentado en un rincón, sosteniendo un vaso de cola. Sus miradas se cruzaron por un instante —y Mía sintió un vuelco en el corazón. Apartó la vista rápidamente.
—Oh, y él está aquí —susurró Rayna, dándole un codazo—. Te lo digo, mantente alejada de él.
—Ya lo he entendido —masculló Mía, aunque había una nota de inseguridad en su voz.
Uno de los organizadores, un chico alegre de pelo rizado, anunció:
—¡Eh, todos! ¡Vamos a jugar a la botella!
Varias personas vitorearon alegremente, otras pusieron los ojos en blanco, pero todos empezaron a sentarse en círculo. Mía dudaba, pero Rayna la arrastró del brazo.
—¡Venga, será divertido! —insistió.
Mía se sentó, sintiendo un ligero nerviosismo. La botella empezó a girar. Después de varias rondas de bromas y pruebas incómodas, se detuvo apuntando hacia ella. Un murmullo recorrió el grupo.
Otra vuelta. Y la botella señaló a Aril. Se hizo el silencio, roto únicamente por la risa nerviosa de alguien.
—Vaya, esto será interesante —comentó el chico de pelo rizado, sonriendo.