Mi odio deseado

5.

La tensión en la habitación aumentaba con cada segundo. Mía sintió que su corazón saltaba un latido. No apartaba los ojos de la botella, como si pudiera hacerla cambiar de dirección y señalar a otra persona. Pero el largo cuello ya se había detenido, señalando inexorablemente a él — a Aril.

El aire parecía haberse espesado. Todas las miradas estaban fijas en ellos.

Aril estaba sentado frente a ella, con la cabeza ligeramente inclinada. Tranquilo, impasible... Su rostro no mostraba emoción alguna, pero en sus ojos ardía algo peligroso. Un brillo depredador que hizo que Mía sintiera calor, a pesar de la distancia entre ellos.

—Bueno —pronunció lentamente el organizador de la fiesta, frotándose las manos con satisfacción—. Ha llegado el momento de elegir la prueba.

El chico tomó un disco de colores con una flecha, dividido en sectores con diferentes tareas, y lo hizo girar. Mía quedó inmóvil, conteniendo la respiración mientras observaba los colores mezclarse caóticamente. Sus dedos apretaron sin querer los bordes de su camiseta. Ahora solo podía reprocharse no haber revisado antes qué tipo de pruebas podría enfrentar.

La flecha fue ralentizando. Clic.

Mía estiró el cuello, intentando ver qué tendrían que hacer. Sin éxito.

En el rostro del organizador floreció una sonrisa astuta y satisfecha que la hizo sentirse aún más inquieta. Se aclaró la garganta y recorrió a todos los presentes con una mirada cómplice.

—La tarea para Mía y Aril...—hizo una pausa dramática, saboreando la tensión—. Un beso.

La habitación pareció explotar. Un murmullo de voces, risas y gritos de aprobación llenaron el espacio. Mía sintió la sangre subir a su rostro. Sus mejillas ardían. Lanzó una mirada a Rayna—una súplica silenciosa de apoyo. Pero su amiga estaba sentada con la boca abierta, tan atónita como ella. Por un instante, Mía supo que tendría que ingeniárselas sola.

—¿Es en serio? —susurró ella, esforzándose por hablar con firmeza, pero su voz traicioneramente temblaba—. ¿Es... obligatorio?

—¡Las reglas son las reglas! —gritó alguien desde la multitud, y todos volvieron a reírse.

—¡Sí! ¡Y además el público exige un espectáculo! —añadió el presentador con tono triunfal.

Mía dirigió la mirada hacia Aril. Su cabello oscuro le caía sobre la frente, y su rostro permanecía tranquilo, casi indiferente. Pero en sus ojos, profundos y oscuros, había algo que aceleraba el corazón de Mía. Sus pómulos estaban claramente definidos, y la ligera sonrisa que jugaba en sus labios le daba una mezcla perfecta de descaro y encanto. De repente, Mía se dio cuenta de que llevaba mirándolo demasiado tiempo.

Apretó los puños, intentando concentrarse. En su cabeza bullían pensamientos contradictorios: recuerdos de la antigua enemistad entre sus pueblos, las advertencias de Rayna sobre el "secuestro", su propio deseo de demostrar que estaba por encima de cualquier estereotipo. Y sin embargo, en lo más profundo, nacía en ella una extraña curiosidad.

«¿Quién es él realmente? ¿Y por qué no puedo apartar la mirada de sus ojos?»

Aril se inclinó ligeramente hacia adelante. Sus ojos brillaban con deleite—estaba esperando la reacción de Mía, saboreando el momento.

Y fue precisamente esto lo que la impulsó a actuar. De repente. Con determinación. Mía se puso de pie, sin apartar los ojos de Aril, y luego giró bruscamente y salió corriendo de la habitación. Sin decir una palabra.

El murmullo a sus espaldas se elevó como una tormenta. Alguien gimió decepcionado. Alguien se rió. Rayna se levantó discretamente y siguió a su amiga. No tuvo que buscar mucho—Mía estaba sentada en la cama de su habitación, abrazando sus rodillas con la cabeza inclinada.

—¿Mía?...—llamó la amiga con cautela.

La chica levantó la cabeza. Sus ojos—claros, sin lágrimas—revelaban algo nuevo: ira, determinación y una sombra de miedo.

—No empieces a compadecerte de mí —advirtió Mía.

—Ni lo pensaba hacer. —Rayna se sentó cuidadosamente a su lado—. Sabes que no puedes negarte. Tienes que afrontarlo. De lo contrario, no te dejarán en paz en la residencia.

—Lo sé —Mía apretó las rodillas con más fuerza—. Es solo que... no quería hacerlo para entretener a otros.

—Entonces di que tienes novio —sugirió Rayna—. Que te asignen otra prueba.

Mía miró fijamente a su amiga. Sus ojos ardían.

—No voy a huir —declaró con firmeza—. No soy débil. Simplemente... volveré y lo haré.

Con estas palabras, se levantó de la cama y se dirigió decidida hacia la habitación trescientos setenta y ocho.

En cuanto Mía entró, el alboroto estalló como una tormenta. Aplausos, gritos, abucheos jubilosos. Todos esperaban el espectáculo.

Recorrió la habitación con la mirada. Aril estaba junto a la ventana, apoyado en el alféizar. Su sonrisa seguía siendo despreocupada, pero en sus ojos apareció un interés apenas perceptible.

Mía se dirigió hacia él. La determinación se evaporaba con cada paso, le faltaba el aliento y las piernas le flaqueaban traicioneramente. Se detuvo a medio metro.

«¿Qué estoy haciendo?..»

El mundo a su alrededor enmudeció. Solo existían ellos dos, con la tensión entre ambos vibrando como una cuerda tensa.

Aril se inclinó ligeramente hacia ella.

—Si tienes miedo, puedes negarte —dijo en voz baja, pero lo suficientemente alto para que todos lo oyeran. Su voz grave llevaba un ligero tono burlón, aunque sin malicia.

Mía apretó los labios.

«¿Negarme? ¿Delante de todos? ¿Delante de él? ¡Jamás! Ya se burlan porque huí.»

Lentamente levantó la cabeza, mirando a Aril directamente a los ojos.

—¿Miedo? —su voz sonó firme—. No te hagas ilusiones.

La habitación estalló en risas, y la tensión se volvió casi palpable. Mía sentía las palmas sudorosas, pero mantuvo la mirada fija. Aril pareció sorprendido por su respuesta, pero su sonrisa se ensanchó. Sus ojos recorrieron el rostro de ella con curiosa lentitud.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 23.07.2025

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