Mi odio deseado

6.

Esto no podía prolongarse más. Mía permanecía de pie, mirando directamente a Aril. Por alguna razón, ahora este intercambio de miradas le parecía menos íntimo que el contacto de sus labios.

Percibió detalles que antes había pasado por alto: la sutil barba en su mentón, el reflejo de las lámparas en sus ojos, y cómo apretaba ligeramente los labios, como si ni él mismo estuviera seguro de lo que ocurría. El corazón de Mía latía con fuerza, pero ella se esforzó por mantener una respiración constante.

—Ni se te ocurra tocarme donde no debes —murmuró la chica, tan bajo que solo Aril pudo escucharla.

—¿Es eso una invitación? —los labios del chico se curvaron en una sonrisa astuta.

—Es una advertencia —los ojos de Mía destellaron con enfado.

Este chico la irritaba. Pero al mismo tiempo, el miedo y la ansiedad habían desaparecido.

—Relájate —pronunció Aril solo con los labios—. Y disfruta.

El chico se inclinó primero, y sus labios se encontraron. Mía inconscientemente abrió la boca, permitiendo que la lengua de él entrara. En ese momento, olvidó cómo respirar nuevamente.

Las manos de Aril se deslizaron hasta su cintura, sin bajar más. La chica sentía su torso firme, lo que la derretía aún más. El ligero aroma de su perfume —algo con notas de sándalo y cítricos— hizo que su corazón saltara otro latido. Ahora deseaba intensamente que sus labios tocaran su cuello, acariciaran su piel sensible... que el chico rompiera su advertencia...

El beso fue corto, pero sorprendentemente suave, como si Aril evitara conscientemente cualquier agresividad. Mía retrocedió, sin apartar la mirada de él. Todo se mezclaba en su cabeza, sus oídos zumbaban y sus piernas se negaban a responder.

Aplausos y gritos estallaron en la habitación. Para Mía, todo parecía lejano, como si ocurriera a kilómetros de distancia. Alguien gritó entre risas:

—¡Un Oscar por el mejor drama!

Mía forzó una sonrisa, mientras en su interior rugía una tormenta de emociones: rabia hacia sí misma por haber permitido lo sucedido, curiosidad por Aril, quien resultó ser diferente a lo esperado, y una extraña calidez que persistía después de su contacto.

"Esto era lo único que me faltaba..."

Aril simplemente se encogió de hombros y regresó a su asiento, como si nada hubiera pasado. Sin embargo, Mía captó otra mirada rápida que le dirigió —no burlona, sino pensativa.

—¿Estás bien? —Rayna tocó la mano de su amiga, devolviéndola a la realidad.

Mía asintió, esforzándose por parecer indiferente, aunque su interior seguía ardiendo.

—Estoy bien —añadió—. Pero necesito salir de aquí.

—Vamos, creo que por hoy ya ha habido suficiente espectáculo.

Las chicas se dirigieron lentamente hacia la salida. Al acercarse a la puerta, Mía miró hacia atrás. Temía que no las dejarían marcharse tan fácilmente, pero a todos los presentes parecía darles igual. Ya habían olvidado lo sucedido y continuaban absortos en el juego.

Aril, sin embargo, no lo había olvidado. Se había apartado del grupo y observaba atentamente a Mía desde un rincón. Cuando sus miradas se encontraron, ella bajó rápidamente los ojos y se dio la vuelta.

—Seguro que después de esto me secuestrará —comentó con sarcasmo una vez en el pasillo.

—No exageres —Rayna hizo un gesto despreocupado—. Creo que ahora perderá el interés rápidamente.

—¿En serio, no exagere? ¿Y quién fue la que me estaba alterando en la cocina? —Mía no pudo contener sus emociones.

—¿Ha conseguido unos minutos de intimidad contigo, no? —respondió como si fuera obvio—. Pues ya está. No tiene más razones para perseguirte.

—Qué lógica tan extraña tienes —murmuró Mía, sin ánimos para discutir con nadie en ese momento.

No tenía fuerzas para ello. ¿Quién hubiera imaginado que un simple beso podría agotar tanto?

De repente, la chica se sorprendió pensando que le gustaría repetir esa experiencia. Sus mejillas se encendieron traicioneramente ante tal pensamiento.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Rayna con preocupación tan pronto como la puerta de la habitación se cerró tras ellas.

Tocó suavemente la frente de su amiga y su expresión cambió a horror.

—¡Tienes fiebre! —exclamó con demasiada intensidad.

—Tranquila, es solo por el estrés —Mía hizo un gesto despreocupado con la mano—. Solo necesito descansar un poco.

—Primero te tomas la temperatura —Rayna corrió hacia el botiquín y rápidamente sacó un termómetro—. Toma. Y ni se te ocurra protestar.

Obedientemente, Mía tomó el termómetro y lo colocó bajo su axila, luego caminó hacia su cama y se recostó. El suave colchón la envolvió con una sensación de calma, permitiéndole relajarse un poco.

—Oye, hace algo de frío —comentó.

—Me estás asustando —Rayna se quitaba los vaqueros en ese momento para ponerse unos shorts más cómodos.

—Ya te dije que es solo por el estrés.

—Ya, claro.

Los minutos parecían arrastrarse eternamente. Mía sentía cómo sus párpados se volvían pesados y su cuerpo comenzaba a hundirse lentamente en el sueño. Irónicamente, estaba convencida de que no podría dormir después de todo lo ocurrido.

—Dámelo —la voz de Rayna sonó distante.

Mía tardó un momento en comprender a qué se refería.

—Dame el termómetro —insistió su amiga.

—Ah, claro —extendió la mano para entregárselo—. Toma.

—Bien, veamos qué tenemos aquí... —Rayna lo examinó—. Treinta y siete con uno. No parece nada grave.

—Te lo dije. Y ahora, si no te importa, me gustaría dormir.

—Vale, saldré a tomar un poco de aire fresco.

Con estas palabras, la chica salió de la habitación. Mía se giró sobre su espalda y cerró los ojos. A pesar del enorme cansancio que sentía, el sueño se negaba a llegar.

Recordó de nuevo sus labios. Tan suaves... En su boca aún persistía el sabor a menta.

"Se preparó, bien hecho..." cruzó por su mente.

Entonces Mía recordó que también en la cocina había percibido ese aroma a menta que emanaba de él.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 22.07.2025

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