Mi odio deseado

7.

En su cabeza, sorprendentemente, se sentía ligera. Ningún pensamiento—solo vacío. Simplemente iba hacia la cocina, sosteniendo la tetera y tarareando una cancioncilla con palabras extrañas.

Una puerta se entreabrió frente a ella, y una chica se asomó. Mía recordaba haberla visto ayer en la fiesta.

"¿Cómo se llamaba?... Mmm... ¡Ah, claro, Carolina!"

Carolina sonrió de manera torcida, descarada, casi burlona.

—Traidora —resonó claramente cuando Mía pasaba por su lado.

—¿Qué quieres decir? —se detuvo, mirando a la chica con incredulidad—. Explícate.

—Traicionaste a los tuyos. Besaste a Aril —la sonrisa se transformó en una auténtica mueca burlona.

—¿Y qué? ¡Me obligasteis! —refunfuñó, creyendo que era un argumento irrefutable.

—Pobrecita —Carolina hizo una mueca—. Si no hubieras querido, no lo habrías besado. Yo lo vi todo.

Dio un paso adelante, y Mía sintió como si sus pies se hubieran clavado al suelo.

—¿Y sabes qué? —continuó Carolina—. Todo estaba escrito en tu cara. Querías que continuara. Y si no fuera por nosotros... Habría pasado de to-do.

—¡Cállate, pervertida! —Mía entrecerró los ojos furiosa—. No todos son como tú.

—¿Y tú me conoces bien, Mía? —la burlona inclinó la cabeza a un lado—. ¿Por qué iba yo a... Ni siquiera te conoces a ti misma. ¿Verdad?

Con estas palabras, Carolina se metió bruscamente en la habitación y cerró la puerta. Mía continuó su camino, pero las palabras resonaban dolorosamente en su cabeza:

"No te conoces a ti misma... Querías que continuara... Traidora..."

Se agarró la cabeza con las manos. Estas acusaciones no eran nuevas. Ya había escuchado algo similar de su madre cuando le comunicó que había decidido estudiar en el extranjero.

"¡Que piensen lo que quieran! ¡Ellos mismos inventaron este juego con sus reglas salvajes!"

Al entrar en la cocina, Mía vio algunas caras conocidas. Todos la miraban de una manera... diferente.

—¿Y a vosotros qué os pasa? —preguntó bruscamente.

—Nada —respondió una de las chicas—. Es solo que ahora eres toda una estrella.

—¿Cómo estás? —preguntó otra.

—Bien —contestó Mía con desdén—. He venido a prepararme un té relajante.

Puso la tetera en la cocina. Durante todo ese tiempo sentía las miradas sobre ella, aunque entre los presentes fluía una conversación cotidiana sobre temas neutrales. Mía sabía que en cuanto saliera, el rumbo de la conversación cambiaría.

"¿Por qué se han ensañado precisamente conmigo? ¡No soy la única que besó a un desconocido!"

Las lágrimas afloraron a sus ojos. El murmullo de voces a su espalda la irritaba cada vez más. Era evidente que el té relajante no iba a ser suficiente...

De repente, las conversaciones cesaron. Solo se escucharon unos pasos firmes. Alguien había entrado en la cocina. Mía se dio la vuelta y se quedó paralizada. Era Aril.

Él la miraba directamente. Mía retrocedió indecisa.

—¿Qué quieres, Aril? —su voz tembló involuntariamente, revelando sus nervios. Él permanecía en silencio, avanzando hacia ella con aquella sonrisa segura en su rostro.

—¡Di algo, al menos! —Mía miró a su alrededor confundida, buscando ayuda. Pero todos los presentes simplemente observaban en silencio, sin mostrar intención alguna de intervenir.

«¿Qué está pasando aquí?...»

Un repentino contacto con el frío metal le recorrió el cuerpo, haciéndola estremecer. Su espalda chocó contra el refrigerador. No había escapatoria. Aril, en dos zancadas, se colocó junto a ella. El mismo aroma a mentol invadió su nariz. Los ojos del chico la atravesaban, provocando que todo en su bajo vientre se retorciera en un nudo apretado.

Aril la estudiaba en silencio. La tensión en el cuerpo de Mía aumentaba. Estaba a punto de empujarlo cuando él tocó suavemente su hombro. Una descarga eléctrica le recorrió todo el cuerpo. Se mordió el labio. Al notar su reacción, Aril sonrió y deslizó los dedos por su brazo hasta la muñeca. Mía se quedó inmóvil, hipnotizada.

En ese momento se asustó de sus propios pensamientos: no quería que Aril se detuviera.

—¿Repetimos lo de ayer? —susurró él con insinuación.

—¿¿¿Qué??? —Mía dirigió bruscamente la mirada hacia los demás.

Pero ellos permanecían sentados como estatuas, como si ni siquiera estuvieran allí.

Aril se inclinó, peligrosamente cerca de sus labios...

Y en ese instante Mía abrió los ojos. A su alrededor, oscuridad. Solo un fino rayo de amanecer se filtraba por la ventana.

"Un sueño... Fue solo un sueño..." —la chica exhaló con alivio.

Pero en ese mismo momento algo se movió a su lado. Una silueta.

—¿Rayna? —llamó tímidamente.

No hubo respuesta.

—¿Quién está ahí?

—Adivina a la primera vez —respondió una voz familiar.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

—¿Qué haces aquí, Aril? —ella se sentó, extendiendo instintivamente la mano hacia la mesa buscando algo para defenderse—. ¿Cómo entraste?

—Vine a ver cómo puedes dormir tan tranquilamente después de todo esto. ¿Me enseñas? —él avanzó hacia ella.

—¡No te acerques! ¡Voy a gritar! —le advirtió—. ¡Te estás comportando como un maníaco!

—¿En serio? —Aril ni siquiera ralentizó su paso.

Se detuvo muy cerca y se puso en cuclillas. Mía se echó hacia atrás, pero él la atrapó rápidamente con una mano y la devolvió a su sitio. Con la otra le acarició suavemente el mentón.

—Fuiste tú quien me besó —susurró.

—Me obligaron —respondió Mía, con la voz traicioneramente ronca.

Nunca admitiría, ni siquiera a sí misma, que se derretía con sus caricias.

—¡Jamás lo habría hecho voluntariamente! —frunció el ceño—. ¿Crees que me resultó agradable?

—Podrías haberme besado simplemente en la mejilla —sonrió Aril con malicia—. Nadie dijo que tenía que ser específicamente en los labios.

Las mejillas de Mía se encendieron. Apartó bruscamente su mano y se movió hacia un lado.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 08.08.2025

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