— ¿Tomamos un café? —Rayna miró a su amiga con la pregunta en los ojos.
— Vamos —asintió Mía, sin apartar la mirada de Aril.
Tenía la sensación de que si desviaba la vista, él aparecería inmediatamente a su lado.
"No es una mala idea... ¿En qué estoy pensando?"
Por suerte, su amiga no se percató de este gesto. Mía se alegraba sinceramente de que ella no pudiera leer sus pensamientos. Y tampoco el propio Aril.
Poco después, las chicas cruzaron el umbral de una acogedora cafetería donde inmediatamente las envolvió una atmósfera de calidez y tranquilidad. El interior estaba decorado en suaves tonos pastel: paredes rosa polvo, acentos beige claro y un delicado aroma a repostería fresca en el aire. A lo largo de las paredes laterales se disponían cómodos sofás con cojines, junto a mesitas con velas en candelabros de cristal. En el centro había varias mesas clásicas con sillas, donde reinaba un ambiente relajado y animado. La iluminación, cálida y difusa, emanaba de numerosas lámparas en el techo y apliques en las paredes, creando la sensación de estar en un acogedor mundo donde el tiempo se ralentizaba.
— Este es mi lugar favorito —anunció Rayna con orgullo—. Vengo aquí a menudo con mi padre.
— Es muy bonito —Mía contemplaba la sala fascinada—. ¿Así que tus padres también viven en esta ciudad?
— No, pero vienen a visitarme con frecuencia —respondió su amiga con calidez en la voz.
— Eso es genial. Ya me estaba preguntando por qué vivías en la residencia —sonrió Mía—. Entonces, ¿qué me recomiendas?
— Me encanta el latte de pistacho. Si te gustan las bebidas dulces, es la opción perfecta.
— Perfecto, vamos a probarlo.
Las amigas pidieron sus bebidas y se acomodaron en uno de los sofás ubicados en un acogedor rincón. Tapizado con suave tela de terciopelo color leche condensada, envolvía el cuerpo agradablemente, invitando a la relajación. Los cojines laterales eran tan cómodos que las chicas se dejaron llevar por una conversación desenfadada, sintiéndose como en casa.
— ¡Vaya, qué suavidad! —exclamó Mía entusiasmada—. ¿Podríamos tener uno así en nuestra habitación?
— Ya había pensado en eso —se rió Rayna.
Poco después, un camarero apareció junto a su mesa con el café. Colocó cuidadosamente los vasos altos y se marchó, dejando a las chicas a solas.
— Guapo, ¿verdad? —su amiga le guiñó un ojo con picardía a Mía.
— ¿Quién? —ella la miró extrañada, como si acabaran de arrancarla de sus pensamientos.
— El camarero —susurró Rayna.
— ¿Eh? —Mía estiró el cuello, intentando ver al hombre que ya atendía junto al mostrador—. Ni siquiera me fijé en él.
— Empiezas a asustarme un poco —su amiga le lanzó una mirada confundida.
— Mira, un chico me ha dejado tantas impresiones que me mantendrá alejada de ellos por mucho tiempo —en la voz de Mía aparecieron notas metálicas.
— Oooh —Rayna arqueó una ceja con escepticismo—. ¿A quién crees que engañas?
— Rayna, no empieces, por favor.
Mía se llevó el vaso a los labios y dio un pequeño sorbo. Inmediatamente entrecerró los ojos de placer. Nunca había probado un café tan delicioso.
— ¿Y bien? —Rayna la observaba expectante, atenta a cada gesto.
— Increíble —suspiró Mía con deleite.
— ¿Mejor que los labios de Aril? —los ojos de Rayna brillaron con picardía.
— ¡Por favor, Rayna, ya basta!
Una llamada telefónica interrumpió su conversación.
— Disculpa —Rayna miró la pantalla más tiempo del necesario antes de contestar—. ¿Diga?
Tras hablar durante medio minuto con su interlocutor invisible, se levantó visiblemente agitada y apoyó las manos sobre la mesa.
— Vuelvo enseguida, ¿vale? —sus ojos resplandecían.
— Vale —respondió Mía, con un tono ligeramente confundido.
— Espérame, ¿de acuerdo?
— Sí, tranquila.
Rayna se marchó y Mía se acomodó mejor en el sofá, sujetando el vaso entre sus manos. Inexplicablemente, presentía que su amiga tardaría en regresar.
Surgió un momento para la reflexión. La chica cerró los ojos mientras saboreaba la deliciosa bebida.
«Rayna viene aquí a menudo con su padre... Qué genial... Le tengo envidia. De la buena, claro.»
Por un instante, Mía pensó en sus propios padres. Le resultaba imposible imaginar una salida familiar a una acogedora cafetería, o a cualquier otro lugar.
Un ya familiar aroma a mentol llegó hasta su nariz. Se sobresaltó ligeramente al sentir que alguien se sentaba frente a ella. Al abrir los ojos, vio a Aril con una ligera sonrisa, como si su presencia allí fuera completamente natural.
—¿Me estás siguiendo? —preguntó ella, atravesándolo con la mirada.
—¿O quizás eres tú quien me sigue a mí? —respondió él, observándola atentamente.
—Yo no me siento contigo en cafeterías —replicó Mía—. No me digas que este es tu lugar favorito.
—No, es la primera vez que vengo aquí.
El camarero se acercó a la mesa con un menú en las manos. Por la mente de Mía cruzó un pensamiento fugaz: decirle que el chico de enfrente la estaba acosando y pedir ayuda. Pero cuando su mirada se deslizó por el rostro de Aril, por sus ojos tranquilos y profundos, las palabras se le atascaron en la garganta. Algo en él la detuvo, no era miedo, sino una extraña sensación palpitante en algún lugar de su pecho.
Aril pidió un espresso con voz despreocupada, como si sentarse a tomar café con desconocidos fuera lo más natural del mundo. El camarero asintió y se marchó a preparar el pedido.
—¿Qué más quieres de mí? —preguntó Mía, esforzándose por sonar irritada, aunque sin mucho éxito.
—¿Y qué puedes ofrecerme? —Aril ladeó ligeramente la cabeza mientras la observaba.