Su corazón se encogió dulcemente mientras sentía una ligera tensión recorrer su cuerpo. Mía no comprendía por qué reaccionaba así ante él. Deseaba mostrar más compostura, pero ¿lo lograría?
Al girarse lentamente, se encontró con Aril. Estaba demasiado cerca. Vestía una camiseta deportiva negra que se ajustaba perfectamente a su torso, destacando sus músculos, y unos shorts grises. La mirada de Mía recorrió involuntariamente sus brazos definidos y tatuados antes de clavarse rápidamente en el suelo. Su presencia irradiaba fuerza y peligro, provocando que el corazón de ella latiera con fuerza. Mía tragó saliva nerviosamente mientras sentía el rubor subir a sus mejillas.
—Bonito traje de baño —dijo Aril, recorriendo a la chica con una mirada evaluadora que se detuvo en las zonas descubiertas—. Ese color te favorece.
—Gracias —respondió ella, momentáneamente cohibida y sin control, hasta que recordó quién estaba frente a ella—. ¿Qué haces aquí?
La pregunta escapó de sus labios con una ligera irritación. Este chico la atraía y asustaba al mismo tiempo.
—Vine a refrescarme —respondió él con voz despreocupada—. ¿Qué pasa? ¿Ya no me dejas entrar en las zonas comunes?
En los ojos de Aril destellaron chispas depredadoras —ardientes, desafiantes, seguras. Le quemaban más intensamente que cualquier contacto físico. Mía se mordió ligeramente el labio, tratando de contener la oleada de emociones. Él estaba demasiado cerca. Con cada respiración, el aroma a menta la envolvía como una ola —embriagador, penetrante, casi insoportable. La cabeza le daba vueltas, el corazón le latía en la garganta, y el mundo se redujo a un solo punto: él.
"Mía, ¿estás loca? ¡Contrólate, es solo un chico irritante!"
—¿No te parece que hay suficiente espacio como para no plantarte justo a mi lado? —dijo ella, sin reconocer su propia voz.
Un leve temblor en su voz traicionó completamente a Mía. Apartó la mirada rápidamente, esperando que Aril no lo hubiera notado. Pero sabía que él lo había captado todo.
—¿Por qué siempre quieres huir de mí? —preguntó el chico en voz baja, y sus labios se estiraron en una sonrisa apenas perceptible, casi tierna—. ¿Tienes miedo?—¡Porque me irritas! —espetó Mía mirándole desafiante directo a los ojos—. ¡Y además, ya estoy harta de ti!
—¿De verdad? —Aril dio un paso más, quedando peligrosamente cerca.
La chica se enderezó bruscamente y cruzó los brazos sobre el pecho en gesto defensivo. Por dentro, todo se contrajo en un nudo tenso y caliente. Intentaba mantener la mirada firme, pero cada segundo lo hacía más difícil. Recordó que estaban en un lugar público, con otras personas alrededor.
"No va a atreverse a hacer algo así delante de todos, ¿verdad?"
—Déjame en paz —siseó ella, fulminándolo con la mirada ardiente de sus ojos bronce—. Ve a jugar a la botella con alguien más.
—No quiero —la voz aterciopelada de Aril atravesaba todas sus defensas, llegando directamente a su corazón—. Ya me cansé de jugar.
—¡No me gustan los arrogantes insolentes! —Mía mantenía su mirada penetrante, tensa hasta el límite.
—¿De verdad? —el chico se relamió como un depredador—. Tu reacción dice lo contrario.
—¿Qué pasa, eres un experto en lenguaje corporal o qué? —le soltó ella con descaro, luchando por mantener el control.
—No hace falta ser un experto para esto, Mía.
Aril pronunció su nombre lentamente, con una entonación especial que le provocó un hormigueo en el pecho mientras la parte baja de su vientre se tensaba en un nudo apretado. Esa sensación era precisamente lo que más la asustaba.
—¡Basta! —Mía se movió bruscamente hacia adelante—. ¡Déjame pasar!
Él ni siquiera se inmutó. Permanecía inmóvil como una roca, insolente y tranquilo.
—¿Me estás escuchando? —ella empujó con fuerza el pecho del chico. El calor de su cuerpo se transmitió a sus palmas, pero Aril no retrocedió ni un centímetro. Al contrario, pareció afirmarse aún más en su posición.
Irritada, Mía dio un paso atrás, pisando el borde de la piscina. En ese instante, su pie resbaló en las baldosas mojadas. Un grito escapó de sus labios, pero no llegó a caer: Aril la sujetó de inmediato por los hombros.
Sorprendida, se aferró instintivamente a su camiseta, quedando por un momento suspendida entre la caída y el abrazo.
—¿Oh, cambiaste de opinión? —sonrió Aril con satisfacción, observándola sin disimulo.
Él no esperaba encontrársela aquí, en la piscina. Pero tampoco podía desaprovechar semejante oportunidad.
—Suéltame —su voz tembló, no por miedo, sino por rabia hacia sí misma.
—¿Y por qué estabas sentada aquí sola? —preguntó Aril con fingida preocupación, inclinándose más cerca—. Todos están nadando y tú aquí enfadada... ¿Quizás necesitas refrescarte?
—¡Ni se te ocurra! —advirtió Mía con tono amenazante—. ¡Bájame! ¡Ahora mismo!
—Pero si tú misma te subiste aquí —el chico se encogió de hombros, y su sonrisa se tornó más peligrosa.
Y en el siguiente instante, él simplemente... la soltó.
—¡Aril! —solo alcanzó a exclamar Mía, aferrándose a él con más fuerza.
Cayeron juntos al agua como un rayo. La superficie lisa de la piscina estalló en cientos de salpicaduras, como si no hubiera resistido la química entre ellos.
Aril emergió primero —mojado, despeinado, pero con la misma sonrisa confiada. Con una mano sacó fácilmente a Mía del agua, sosteniéndola por la cintura con la otra. La chica, sin pensar, se aferró a él abrazándolo por el cuello, ya fuera por sorpresa o por instinto.
Sus miradas chocaron —los ojos bronce de ella ardían de ira, mezclada con una explosión interna de emociones. Aril recibió esa mirada completamente tranquilo, incluso desafiante.
—¿Sabes qué? —la miró directamente a los ojos. No de forma depredadora, no con insolencia —sino con seriedad. Y esto, por alguna razón, resultaba aún más peligroso...— Me gustó cómo pronuncias mi nombre.