Mi odio deseado

22.

Mía, con manos temblorosas, colocó el teléfono boca abajo y se apretó las sienes, intentando calmar los latidos acelerados de su corazón. Durante la última media hora había revisado el chat quince veces. Sin cambios.

"¿Para qué escribí esto? ¿Qué esperaba conseguir?" — los pensamientos, como serpientes venenosas, se retorcían en su cabeza, mordiendo sin piedad su autoestima.

La chica volvió a agarrar el teléfono y, conteniendo la respiración, clavó los ojos en la pantalla. En su pecho ardía la certeza de lo irreal de la situación. Incluso si Aril accediera a ayudarla, de todos modos no podría llegar a su país. Sus dedos temblorosos se dirigieron por sí solos hacia el mensaje.

"¿Borrarlo o dejarlo?"

Tras una agotadora lucha interior, Mía, reuniendo los últimos restos de su autocontrol, decidió que no podía empeorar las cosas y simplemente cerró el chat. Los latidos de su corazón fueron calmándose poco a poco.

Un ligero golpe en la puerta la devolvió a la realidad. Mecánicamente lanzó el teléfono sobre la cama y lo cubrió con una almohada, intentando inconscientemente ocultar su conversación con Aril de su familia, aunque era poco probable que sus padres fueran a quitarle el dispositivo.

— Hola —tras la puerta apareció el rostro sonriente de su hermana, después de lo cual Neonila se deslizó hacia la habitación con un montón de cajas en sus manos.

— Hola, Nila —respondió la chica con indiferencia—. ¿Qué es todo esto?

— Necesito tu ayuda para elegir zapatos —las cajas cayeron ruidosamente al suelo—. No pude decidirme, así que los compré todos.

— ¿Y qué piensas hacer después con todo esto? —Mía puso los ojos en blanco—. Lo siento, Nila, pero hoy no estoy de humor.

— ¿Es por Emil? —Nila se sentó en el suelo y comenzó a abrir las cajas.

— Es por todos ustedes. Podrías haberme avisado —en la voz de la chica vibraban notas de reproche.

— Yo tampoco lo sabía. Jessie me lo dijo hoy —respondió la hermana con naturalidad—. Vamos, Emil es un chico genial: rico, influyente y guapo. Deberías alegrarte de tener un prometido así.

— ¿Entonces por qué no te casas tú con él? —espetó Mía con ira—. Si es tan estupendo y guapo.

— Todavía soy muy joven —sonrió Neonila—. Además, él te quiere a ti.

— Me alegro mucho por él —siseó Mía entre dientes.

— ¿De verdad tienes novio? —preguntó repentinamente la hermana, sus ojos brillando con curiosidad—. ¡Por fin! —aplaudió teatralmente—. Aunque, sabes, todos lo imaginábamos un poco diferente.

— No tengo a nadie —Mía sintió cómo las últimas gotas de paciencia se evaporaban mientras sus mejillas comenzaban a arder de irritación.

— ¿Y ese beso? —insistió Neonila, acercándose con una sonrisa astuta—. Vi la foto. ¡Parecía bastante apasionado!

— Era solo una fiesta universitaria —Mía puso los ojos en blanco, intentando ocultar su vergüenza—. Estábamos jugando a la botella. Nada especial.

— ¡Vaya, yo también quiero ir a una fiesta así! —Neonila dio un saltito en el sitio como una niña pequeña.

— Sin comentarios... —Mía se pasó la mano por la cara con cansancio—. Mejor muéstrame lo que has traído.

Mía sabía que su hermana no se rendiría. Siempre había sido así — persistente como una aplanadora e igual de inflexible. El lema de Nila era: "Es mejor que hagas lo que yo quiero — y nadie saldrá herido". Su dulce sonrisa ocultaba una voluntad de hierro, y a veces Mía lamentaba haber sido siempre esa niña obediente que cedía ante su hermana en todo.

Mientras revisaban los zapatos, el tiempo pasó más rápido y la situación se volvió menos insoportable. Sin embargo, en el fondo de su alma, Mía sentía que era solo un respiro temporal.

Tras las largas pruebas, Nila, satisfecha como una mariposa, salió revoloteando de la habitación, dejando tras de sí un caos de cajas y zapatos esparcidos. Mía suspiró con cansancio, sintiendo cómo regresaba la tensión — no tenía ni fuerzas ni deseos de limpiar aquel desorden.

La noche, sorprendentemente, transcurría tranquila. Mía comenzaba a relajarse poco a poco cuando el silencio fue interrumpido por pasos en el pasillo, y poco después entró a la habitación la empleada doméstica.

— Mía —dijo la mujer en voz baja, mientras arrastraba la aspiradora hacia la habitación—, su padre la está llamando. Y no parece estar de muy buen humor hoy.

— Gracias, Isolda —Mía se levantó de golpe, sintiendo cómo su corazón comenzaba a latir con fuerza.

Su frágil esperanza se hizo añicos por completo. Era poco probable que su padre hubiera cambiado de opinión; más bien, le esperaba algo aún peor.

— Esto es realmente insoportable —susurró Isolda, sus ojos llenos de compasión maternal—. Entregar a una chica tan maravillosa a ese... Emil. Después de tantos años trabajando aquí, he aprendido a ver la verdadera naturaleza de las personas...

— Aquí ni siquiera hace falta una mirada aguda —sonrió Mía con amargura, sintiendo un nudo en la garganta— para entender quién es él realmente.

— Escúchame bien, niña —Isolda tomó su mano con dedos cálidos—. Protege a quien verdaderamente vive en tu corazón. Eso te dará fuerzas para resistir. Vivimos en tiempos diferentes ahora, así que no importa quién sea él. Lo único importante es que tu corazón cante a su lado.

— Gracias, Isolda... —susurró Mía, apenas conteniendo las lágrimas—. Será mejor que vaya a ver a mi padre.

Salió de la habitación, sintiendo sus mejillas arder de vergüenza y conmoción.

"Tengo la impresión de que todo el país ya sabe sobre mi beso con Aril... ¿Qué clase de familia es esta?"

Mía se detuvo frente a la puerta maciza y llamó. No hubo respuesta. Entonces entró. El despacho de su padre la recibió con su habitual frialdad severa. La chica se estremeció. Ronald había vuelto a poner el aire acondicionado al máximo, como si intentara congelar no solo el aire, sino también cualquier manifestación de emociones.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 08.08.2025

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