Mi Otra Mitad

Capítulo 6

Estamos camino a... no sé dónde en realidad, porque cuando bajamos noté una diferencia: no veníamos en el mismo Jets. ¿Cómo es que no me di cuenta? Bueno, tiene nombre y apellido, Xuban Butler. Parece que alguien más duerme personas de otra manera, no sé cuál es su método pero si no logro averiguarlo por mí misma tendré que sacarle información a la fuerza a su hermano.

—¿Ya llegamos?

—No.

—¿Ya llegamos?

—No.

—¿Ya llegamos?

—Todavía no —me contesta cansado mi escolta.

—¿Ahora sí?

—¡No!

—¿Entonces cuándo?

Hay silencio en la parte de adelante de la camioneta, hasta que habla.

—Llegamos.

¡Bien! Estoy cansada de estar sentada.

Secundaria de Seattle.

Es lo primero que veo cuando bajo y luego un gran edificio de dos pisos.

Hay algunos que entran y salen.

Hablan con otros.

Ríen.

Caminan sin preocupaciones.

Cuando me doy cuenta, estoy de nuevo dentro de la camioneta sentada abrazando a mis piernas.

—¿Tanto molestabas hace un rato y ahora tienes miedo? —miro mal a mi escolta y desvío la mirada avergonzada.

—Entiende que es nuevo para nosotros. Ustedes a lo mejor se relacionan con miles de personas, nosotros solo con las personas de las reuniones que tenían nuestra familia y hablábamos cuando se nos permitía —la voz de Dante suena algo irritante—. Así que no jodas Butler.

—Bien —levanta las manos y vuelve a su lugar mirando el volante como si fuese la gran cosa.

—Ava...

—Agatha.

—¡Que te calles! —se escucha un suspiro por parte de él haciendo caso—. Sé que estás algo... abrumada pero te acostumbrarás, puedes hacerlo.

No digo nada. Si llego abrir mi boca rompo en llanto.

¡Sí que soy madu...! ¿Qué digo? ¡Madurar es para frutas!

Siempre he tenido ese sexto sentido de que algo va a pasar o cambiará lo que está. Díganme loca, paranoica y muchos otros apodos, pero la mayoría han pasado y no fueron bonitos momentos que digamos. Tal vez sea algo normal el presentimiento por lo que seré nueva en todo lo que llegue a pasar estos dos años pero...

¡Agh, maldito pero!

Respiro hondo limpiando mis lágrimas, me armo de valor y salgo nuevamente. Las piernas y manos me tiemblan, espero no decir o hacer alguna estupidez porque ahí ya habré arruinado todo.
Entro al gran establecimiento observando un poco. Es algo común, colores pasteles y alguno que otro color oscuro por muchas partes. No hay ni un alma por los pasillos y no sé si alegrarme o asustarme.

—¿No debería de estar en clases? —la voz de un hombre me asusta acelerando aún más mis pulsos ya agitados—. Disculpa, no fue mi intención.

Giro para observar quién es, se ve que es un hombre con ya algunos años, unas pocas hebras grisáceas se asoman en su cabello castaño oscuro, al igual que unas arrugas en el rostro. Su ropa es todo un traje marrón con corbata roja. Se ve bastante serio pero no intimidante.

—Yo... bueno... soy nueva —intento no sonar nerviosa pero me es imposible.

—Entonces ve a clases.

No se ve malo.

—Tengo que ir a secretaría, debo confirmar mi inscripción —mi voz a dejado de temblar y lo agradezco porque ya parecía ridícula.

—Al tercer pasillo, a la derecha —hace una leve inclinación de cabeza y se retira dándome la espalda—. Nos estaremos viendo entonces.

Sigo como me ha indicado y entro. Una chica joven me atiende y pide la documentación que debía traer, le paso todo sacando primero del sobre las hojas y documentos para verificar.

—Listo, sus padres dejaron en claro tu situación.

—¿Mi situación?

¿Qué?

—De que ellos están de viaje y estarás sola —frunce leve el ceño mirándome obvia.

¡Cierto!

Antes de llegar estuvimos hablando de cómo sería nuestra historia. La mía iba a ser de que mis padres son "diplomáticos" por lo tanto viajo a muchas partes y ellos nunca están conmigo. Me mandaron aquí a terminar mis estudios porque nos mudamos justo en plena mitad de ciclo lectivo.

Buena historia, ¿no?

—Sí, disculpe, ando un poco perdida —suelto una risita nerviosa para sonar un poco más creíble.

—Bien. Serás dirigida a un departamento compartido para alumnos que tienen tu caso —me pasa unas llaves y una hoja con mis horarios—. El director terminará de explicarle mejor las cosas.

—Gracias —guardo en el sobre algunas hojas y salgo.

El timbre suena y el lugar que antes parecía ser fantasma, se convierte en una marea de alumnos.

¡Rayos!

—Disculpen. Perdón. Permiso —pido cada vez que chocan conmigo.

¡¿Qué nadie puede ver por dónde va?!

Mi frente y nariz sufren de repente un dolor que me deja un poco mareada.

Maldita... sea.

—¿Qué...? ¡Ay disculpa! Enserio. ¿Estás bien?

No.

—Nada grave —digo con una mueca de dolor.

—No fue mi intención, venía distraída y... —suena alterada y lo que hago es interrumpirla para que no se ponga peor.

—Estoy bien, pasará —parpadeo tratando de enfocar a la chica. Es de mi misma estatura, cabello castaño, ojos verdes oscuros y sus facciones son delicadas.

—¿Sabes dónde está la oficina del director?

—En el piso de arriba a mano izquierda, última puerta. ¿Quieres que te acompañe?

—No gracias estaré bien.

—¿Eres nueva, verdad? —me mira de arriba abajo pero lo curioso que no lo hace de manera desagradable como las miradas que estoy acostumbrada a recibir junto a críticas también.

—Sí.

—Bienvenida entonces. Ven, te acompaño.

—Gracias.

—¿Cuál es tu nombre?

—Agatha, Agatha Matthews.

Soné dudosa, espero no lo haya notado.

—Lucy Carter —extiende su mano y yo la estrecho—. ¿Qué te trae por aquí?

—Soy hija de diplomáticos y bueno... viajan mucho así que paramos aquí en Seattle y me mandaron a esta escuela.

—Oh, entiendo. ¿Vivirás en los departamentos compartidos o no?

—De hecho —levanto y le muestro las llaves que tengo en mano—, me las acaban de dar.




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