Sabía que había otra entrada lejos de la parte principal por lo que nadie podría verme. Las manos me temblaban y el vestido me dificultaba subir los escalones, con el brazo intenté abrir la puerta pero esta no cedía.
—Per favore —susurré dejando caer lágrimas, nadie pasaba por ahí, nadie podía ayudarme.
Me deslicé sobre la puerta hasta caer sentada, en medio de esa oscuridad, en medio del silencio.
Una vez más era infeliz en mi propio hogar.
—¡Hey! —abro mis ojos al escuchar una voz femenina—. Te ayudo, ¿necesitas entrar? —solo doy un asentimiento de cabeza para separarme lentamente de la puerta y escuchar que ella la abre—, déjame ayudarte.
Siento como ayuda a ponerme de pie y me conduce por el pasillo oscuro, sentía sus pasos algo dudosos pero yo seguía, sabía del lugar, este terminaba y seguía por la izquierda con ya un poco más de iluminación, al llegar a la otra puerta ella abre esta y por fin llegamos por uno de los pasillos normales del castillo. Era el segundo piso, seguí caminando con ella saliendo de la parte oscura para llegar a la iluminada, al parar en unas grandes puertas me detuve.
—Oh es aquí —abre estas y entro con ella.
—Grazie —creí que era una de las mucamas pero al verla me dejó totalmente sorprendida—. Princesa Primrose, maldición, discúlpeme yo no quería que...
—Estás herida —su clara mirada estaba fija en mis manos que sangraban y en otras partes habían una que otra espina incrustada—, iré por el botiquín, espera.
—No es... necesario —hace caso omiso a mis palabras. Por mientras voy al tocador encontrándome con una imagen deplorable de mí, el vestido arruinado, el maquillaje corrido, mi cabello desordenado y manchas de sangre tengo en mi rostro.
—Ven —me señala en una de las sillas y tomo asiento mientras ellas se agacha enfrente mío—, dolerá pero intentaré ser cuidadosa.
—No vayas arruinar tu imagen, podrían regañarte y no es mi intención eso —ella me ofrece una sonrisa tranquila que me calma en parte.
—No te preocupes —hago muecas de dolor cuando pasa el algodón con alcohol sobre las heridas— ¿Cómo es que pasó esto?
—No lo sé, yo... no me di cuenta —no podía decirle la verdad.
—Haremos que te creo, deberías buscar otro vestido porque todavía ni la cena hemos pasado y el baile tampoco.
Merda, merda, merda.
¿Cómo voy a explicar esto? No me van a creer si les digo que fue Alessandro quien me hizo este daño, también dirá que es mi culpa por haber salido de la gala y haber estado en el jardín. Al final nadie va a creer en nada.
El otro tema es el vestido, no sé cuáles hay aquí que sean adecuados, el problema es que todos son llamativos y no quiero ni tengo la actitud para que varios hombres se me acerquen e intenten conquistarme o hacer buenos ojos para mis padres, total yo no soy importante como persona con derechos, soy la inversión.
Observo a la chica que me da curiosidad, no es como las otras princesas donde son todo serenidad y miradas altivas que voltean el rostro. La cabellera rubia de ella cae en ondas por debajo de sus hombros, está perfectamente peinada y maquillada, su vestido blanco marfil sin una arruga a pesar de su posición en este momento, contrasta con su piel bronceada que realmente le queda muy bien.
—Listo, tendrás que estar vendada un poco pero es discreto, si te colocas unos guantes tal vez sea menos que soportar —y tiene razón, eso no lo había pensado.
—Buscaré —me puse de pie sintiendo ardor aún pero más soportable que hace un momento.
Fui al vestidor en búsqueda de un buen vestido discreto y lo único que encontré fue uno violeta con vuelos en diagonal desde el busto hasta la cadera. No tuve más que quitarme el que tenía y colocarme el otro. La verdad es que me había encantado el nuevo pero me trajo mala suerte.
"Si un vestido da mala suerte, este se destruye quemándolo".
Mi madre desde niña me decía eso, cuando sucedía habían veces que iba a escondidas a las afueras del pueblo para poder quemarlo tranquila. ¿Funcionaba? Sí, por lo menos para mí sí. Y si quiero que esta mala suerte termine, debo terminarlo de raíz.
Mis zapatos también los cambié por unos negros con plataformas y una tira que aseguraba el que no se salieran a mitad del baile, es vergonzoso eso. Encontré unos guantes largos más oscuros que el color del vestido pero no quedaba mal. Me dirigí al tocador quitandome las diademas para poder quitar las hojas y pequeñas ramitas que quedaron incrustadas.
—Déjame ayudarte —siento que con delicadeza quita lo que había mientras busco nuevas diademas en mi cajón—. ¿Quién pudo hacerte esto? ¿Un guardia? —no iba abrir mi boca a pesar de su insistencia, no podía...—. ¿Tu hermano?
Merda.
Intento con todas mis fuerzas no delatarme, pero mi cuerpo tenso y mis manos quietas lo dicen todo.
Ni para mentir sirvo.
—¿Por qué?
—No te acerques a él —digo en un susurro siguiendo con buscar algo para adornar mi cabello—, es muy peligroso.
—¿Alessandro? —la miro por el espejo—, no voy a negar que es guapo pero no me acercaría.
Si ella no me hiciera caso, sería capaz de buscar a su hermano y advertirle, aunque puedo hacerlo si ocupo el secreto real del cual nadie puede romper eso porque sería como una traición.
—Mantente alejada, per favore —cuando deja mi cabello, lo tomo y cepillo para arreglarlo nuevamente.
—Ya capté, tranquila —ella sonríe y yo me mantengo serena.
Intenté arreglarme lo más rápido que pude para así irnos, me coloqué perfume por último y la miré satisfecha con mi arreglo. Ambas nos fuimos por la parte normal, eran muchas escaleras que bajar pero iríamos por dentro al salón.
—Grazie mille —después de unos minutos en silencio hablo.
—Hubieras hecho lo mismo por mí, ¿o me equivoco?
—No te equivocas —me hace sonreír. Así sea alguien que no me agrade, ayudaría de igual manera.
—¿Ves? No estoy equivocada —soltamos una pequeña risa mientras llegamos al primer piso y giramos nuevamente a otras escaleras.
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Editado: 05.11.2024