Mi Otra Mitad

Capítulo 21

Todavía faltan dos horas para vernos nuevamente con mis amigas, por lo tanto voy directamente a mi piso ya que de pronto me surgieron algunas dudas que sólo dos libros que me traje de Sitanova (sí, hasta libros me llevé), pueden responder a mis preguntas, o eso espero.

Al llegar me aseguro de cerrar la puerta con llave, cerrar las ventanas y por último cerrar con llave la puerta de mi habitación. Una vez a oscuras solamente prendo dos lámparas, voy hacia el escondite que es en la esquina de mi habitación, bajo las tablas donde encontré un perfecto hueco. No sé si alguien más ha ocupado este espacio o realmente no le han dado el verdadero mantenimiento a este edificio. Lo bueno es que me sirvió para ocultar el bolso grande y otro más chico. El bolso grande que contiene las coronas y las bandas, ubico a cada una en la cama, estos son de diferentes tamaños y texturas, uno con diamantes, otras lisas pero hechas de oro o plata, medallas que penden de las bandas y por último está la de Dante que no tiene ninguna medalla. Observo con detenimiento estas, no encuentro nada específico, o eso creía.

—Ustedes vengan conmigo —digo sacando dos libros antiguos, muy pesados pero en buen estado—. Veamos.

Tomo el primer libro que está tapizado de un azul marino con bordes de hilos dorados, el escudo de mi nación brilla en la parte superior de la tapa y en el medio dice su nombre: Sitanova. Este es el libro de historia, acá está relatado lo que ha sucedido hace más de doscientos años, prácticamente desde que mi familia fundó la nación.

—No es que dude de lo que me han contado y he estudiado, pero... no lo sé —doy una mirada nuevamente a cada corona—. Si entre los libros y ustedes pueden darme una pista de mi hermana, entonces dudaré de mis conocimientos y con los que he crecido.

Respiro profundo, dándome unos segundos, hasta que por fin abro el libro.

Sitanova, año 1792.

Hace diez años se comenzó a construir la población de esta isla, hace diez años escapé de la esclavitud, no estaba registrado de donde venía por lo que haber escapado con mis dos picos y un puñado de pepitas de oro, fueron mis pases a la libertad. Recuerdo que compré un pequeño y viejo bote en un muelle, ellos sin darme tanta importancia me concedieron lo pedido y más si mi pago era elevado. Me emprendí hacia el oeste, si conseguía llegar algún país en Europa al cuál podría ocultarme un tiempo, luego podría viajar a América: el continente soñado. Pero el destino tenía otros planes hacia mi persona. Una tormenta me azotó en mitad del camino, perdí el rumbo en plena noche, sólo sentí que había chocado con algo, y tras el estrés y cansancio por mis largas horas de viaje, me desvanecí.

Al despertar quedé atónito, mis ojos no creían lo que veían ante mí. Estaba en tierra firme. ¿Dónde? No lo sabía en aquel entonces. Mi estómago rugía sonoramente, mi instinto fue el ir a buscar comida y más si podía seguir con mi viaje. Afortunadamente mis cosas estaban casi intactas, tomé un pico y algunas pepitas por si encontraba alguna aldea que me pudieran facilitar la comida. Unos grandes campos me recibieron, estos eran de trigo, podía diferenciarlos, kilómetros y kilómetros de extensión y ninguna señal de vida humana encontraba. Fueron horas que no me rendí, me gustaba insistir hasta lograr mi objetivo, así es como encontré un camino de manzanos. Con desesperación corté muchos de estos y los comí sin dudar.

Unos pasos me alarmaron, al girarme me encontré con un pequeño niño de ojos azules y rubia cabellera, me observaba con curiosidad, su degastada ropa parecía ser cocida a mano como las que yo tenía, pero se notaba que no era una costurera con experiencia como las que suelen tener los señores. Él hizo un movimiento con la mano indicándome que lo siguiera, dudé un momento, me hicieron desconfiar de todo, nuevamente mi intuición me hizo actuar haciendo que caminara detrás suyo. Tras unos cuántos metros del camino de tierra, pude notar una casa de madera, al parecer tuvo sus mejores años, estaba casi destruida. Una mujer mayor salió de esta y con sorpresa nos observó. No sabía qué idioma hablaba o si tal vez me entendería pero lo intenté, varias veces intenté creyendo que era inútil sabiendo que estaba en... aún no sabía dónde. Pero unos segundos después la mujer se comunicó conmigo, por fortuna hablaba el mismo idioma que yo, pronto me puso al corriente de la ubicación en que estaba, era muy lejos de mi destino, podría volver con suministros y seguir con mi viaje, no obstante, la mirada cargada de inocencia y tristeza del niño hizo que me quedara... por un tiempo.

Descubrí que era una pequeña aldea de no más de cincuenta habitantes. Me dieron la bienvenida, escucharon mi historia y ellos me contaron la suya, todos éramos prófugos de la esclavitud. Pregunté, de curioso, de quien o quiénes eran esas tierras, las cuáles ellos dijeron que de nadie, eso me sorprendió. Decidí pasar más tiempo con las personas, eran amables y serviciales, eso me gustaba, todos se mostraban respeto cuando tranquilamente alguien podría revelarse pero no, no en este caso. Mi curiosidad crecía cada vez más por el territorio, campos y campos vacíos eran los que se veían, pero a lo lejos se podía vislumbrar una alta montaña. Pregunté por ella y aseguraron que quiénes habían subido jamás regresaron. Yo quise cambiar esa trama. Tomé mi abrigo y mis picos, estaba listo para subir y buscar, tal vez, alguna mina, ya que era muy parecida a las que trabajé toda mi vida. Tres personas me acompañaron al inicio de la montaña, eran hermanos ellos, la mujer iba en búsqueda de especias para hacer remedios, el segundo hermano la ayudaría y el tercero me indicaba el camino que debía tomar, no era tan fácil pero tampoco difícil. Me desearon suerte antes de seguir.

En verdad era un poco complicado escalar, no había un camino marcado como a los que estaba acostumbrado asique debía crear el propio. Unos metros considerables había logrado subir, me detuve a descansar y comer una manzana, el frío era realmente grande y más por el viento que con fuerza soplaba. Di una mirada a toda la extensión del lugar, parecía una isla, una inmensa isla que era libre. Una luz brillante llamó mi atención, me puse de pie junto con mis cosas, era una cueva con difícil acceso, asique prendí mi lámpara de aceite procurando que el viento no la apagase y así poder trabajar en despejar las rocas molestas. Fue tal vez trabajo de una hora o más, pero a medida que avanzaba más luces brillantes relucían. Piqué una de ellas al rededor y con mucho cuidado, de un último golpe seco, cayó a mis pies una pieza que jamás en mi vida había visto de ese tamaño: una esmeralda. Creo que las más hermosa que mis ojos han podido ver. Ya motivado por este descubrimiento, me dispuse con más energía a buscar y extraer piezas de hasta otras joyas como rubíes, oro, plata y más que desconocía de su existencia. Guardé todo en el degastado bolso que llevaba y antes que el sol desapareciera del todo, bajé de la montaña. Caminé por la noche alumbrando con mi lámpara, una gran sonrisa adornaba mi rostro, estaba emocionado por volver y contarle a las personas mi descubrimiento. ¿Se lo tomarían a bien? ¿Me quitarían todo? Eran preguntas que temía de sus respuestas, pero ya no tenía más que perder, asique confié ciegamente... e hice lo correcto.




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