Mi padre, William Jacob

Capítulo 1 | Puedes ir a un psicólogo.

Las escrituras de la enorme mansión se hallaron en sus manos en cuanto destapó el cajón, encontrando allí también aquel viejo testamento que por muchos años su padre guardó, decidiendo no entregárselo al ver el camino que su hijo había tomado y del que nunca tendría retorno por más que lo intentara.

Pasó las manos por los papeles, sacándoles el polvo en cuanto procedió a leer los documentos que quedaban a su nombre, habiendo sido el único hijo de todos que no encontró la forma de hacer una familia.

Por muchos años, evitó convertirse en una tradición y al final, lo logró, pues su padre había fallecido mientras él seguía soltero, desligado a cualquier compromiso, a cualquier fémina que pasara por su lado, excepto por algunas noches que tuvo, apenas siendo nada para él.

Nunca fue acorde con todo lo que ellos profesaban. Algunas veces, ninguno de los pasos que se daban al serio, funcionaban, por lo que decidió dar un paso al costado desde que sus hermanos empezaron a tener novias, con el fin de ampliar un legado que llevaba años de pie.

¿Por qué era necesario una mujer a su lado si podía ser autosuficiente? El romance, al fin y al cabo, nunca llamaba a su puerta ni siquiera en los regalos de Navidad. Prefería dejarlo de ese modo, por la paz que todos necesitaban, por lo que vetó el tema en las reuniones con el cuarteto de masculinos, siendo el mayor de todos.

Tomó asiento en el sillón recargable, mirando las escrituras aunadas a las fotografías de todos los cambios recibidos, cómo comenzó su historia, lo cual estaba redactado, hasta lo que se plasmada en la actualidad con su  nombre puesto allí como único dueño, aunque podía cederlo si algún día no lo quería.

Prefirió no pensarlo mucho. Todo lo que era material estaba cayendo en sus manos, pero no buscaba alejarlo, sino darle un uso o si acaso, revender lo que nunca iba a usar.

Suspiró, mirando la fotografía de los seis en ese parque de golf, su sonrisa enorme, su cabellera libre, con el cáncer habiéndose llevado todo, aunque había vencido la enfermedad, sin embargo, el tiempo que le quedó después de ella apenas sí lo vivió.

Las quimios fueron difíciles, demasiado agobiantes, sin tener apoyo de su esposa porque su madre había fallecido cinco años atrás.

Ese fue uno de los últimos días donde lo vio feliz. Se había levantado con más ánimo, terminó por pegar la pelotilla hasta que cayó al hoyo, por lo que celebraron todos la victoria, felices, sin saber que semanas después moriría en paz.

Estaba durmiendo, una sonrisa se adornaba en sus labios, como si recibiese la Gracia del descanso y no lo culpaba. Ese sueño profundo, de por vida, era lo único que necesitaba, después de todo.

Unos toques en la puerta lo hicieron dejar la muestra en su lugar, acomodándose al mirar la madera.

—Pase—enunció, calmado.

—El señor Wilde está aquí—anunció la ama de llaves.

—Que pase—indicó—. Gracias, Vicky—murmuró.

—Con gusto, señor—despidió, dejando pasar al hombre que ocupó espacio en la estancia, cargando su bata natural, pensando si había nacido con ella.

—Te la puso tu padre desde niño y nunca te la has quitado—bromeó.

—Tus dedos mágicos también tienen historia—rezongó, divertido—. ¿Cómo estás, William?—Sacudió su cabeza, cansado.

—Asediado—admitió—. Quisiera decir que me gusta tener un montón de cosas para mí, pero mientras más se acumula, más vacío se siente—completó.

—Debiste elegir la primera opción—acotó—. ¿Qué costaba elegir una esposa?

—Sé que Oscar Wilde dijo que el hombre puede estar con cualquier mujer mientras que no la ame, es solo que yo no estoy en tu familia—su amigo rió—. Respeto mucho lo que es el amor.

—Parece monja—una carcajada se le escapó, llenando la sala de vida—. Vamos, amigo, aunque sea una sola vez. Una cita a ciegas, al menos—instó—. ¿Sabes qué? Carlisse tiene a Isabelle. Ella está soltera.

—En primera, es demasiado joven para mí. No asalto las cunas que aún utilizan—el hombre en frente evitó una carcajada, sonriendo—. En segundo, deja a tu esposa ocuparse de sus cosas. Yo no haré citas a ciegas.

—¿Por qué?—refunfuñó.

—Porque veo demasiado bien—le guiñó un ojo—. Prefiero terminar con todo esto.

—De acuerdo—alzó las manos en señal de rendición—. ¿Qué pasará con la clínica de fertilidad? ¿Te la dejó a ti?

—No, a mi hermana—indicó—. La primera hija que tuvo antes de mamá. Ella es su primogénita, yo voy después—concretó—. Los cuatro tenemos nuestras partes, pero es la dueña del mayor porcentaje allí.

—¿Te afecta?—negó.

—Tengo mi clínica de ginecología, así que no lo pienso mucho—concluyó—. Ojalá hubiese llamado, pero…—su voz se quebró—. Será difícil, Jon—lo miró—. Era mi padre.

—Lo sé—susurró, poniéndose de pie para llegar a él, tomándolo en sus brazos para abrazarlo, acariciando su espalda con calma—. No es fácil superar una pérdida, solo te pido que vivas el momento—sostuvo su rostro—. Carlisse y yo casi tiramos la toalla, lo sabes.

—Sí—sorbió su nariz—. Vamos, te invito una comida familiar. Eso te ayudará a replantearte tu soledad—se mofó.




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