Mi padre, William Jacob

Capítulo 2 | Perdedor.

Un par de horas después, el vehículo seguía aparcado en la entrada del edificio, sin moverse, habiendo leído un montón de artículos, sin encontrar algo relevante a clases sobre el amor que no fuesen onlines. Por el momento no podía participar de ese seguimiento ni en las horas más libres que tuviera. Justo en momentos como esos se la pasaba investigando soluciones a pequeños problemillas o ayudando a su hermana que aún no acaba la carrera de medicina, aunque se estaba haciendo cargo de la clínica más grande de fertilidad de la ciudad.

Se había enamorado de Boston tanto como de su esposo, no como su carrera de la que a veces escapaba, por ser la segunda, aburrida, aparte de un requisito para poder dirigir el lugar que su padre trabajó durante tantos años.

Llegó a ser médico joven, incluso ofreció sus conocimientos para las personas del ejército, habiéndose enlistado unos años hasta que salió con honores. Por su parte, siendo el mayor de los primogénitos varones, declinó su participación, porque no se consideraba demasiado patriota para enlistarse en algo tan importante como eso.

Lo bueno es que su padre jamás se quejó. A diferencia de muchos, prefería aceptar las decisiones de sus hijos, no solo porque cada uno era distinto, sino porque no le gustaba imponerse a los extremos. Sabía que en ningún momento dejaría de contar historias de esos momentos, por lo que escucharlo hablar de ello le parecía lo más extraordinario.

Fue allí, donde se apasionó mucho más por el cuerpo humano, las reacciones, lo que conllevaba salvar vidas, llegando a usar conocimientos previos para sus compañeros, siendo uno de los que tuvo menores bajas en el equipo que comandaba. Claro que algunos sufrían lesiones, quizás alguna pierna que terminaría con una prótesis o habiendo parado alguna gangrena con plantas, remedios caseros, los recursos que cargaban, convirtiéndolo en un héroe que llevaba otros héroes a casa, con su familia.

Siempre lamentaba si alguno de los suyos fallecía, aunque sabía que no podía lograr una batalla contra el cuerpo, ni los designios que para ese momento se ponían sobre sus manos, permitiéndoles siempre salvarse antes de partir, gracias a su devoción. Una compartida que él no practicaba desde que dejaron de ir los domingos a la iglesia, pero su padre nunca dejó de grabar los mensajes del pastor cada vez que iba allí.

Podía decir que sí era un buen padre, uno de los mejores del mundo, no obstante, su camino se hizo tan diferente que quizás terminó perdiéndose, aunque tomó la carrera de la salud para él.

La pregunta del millón, justo en ese momento, era ¿qué haría con todo lo que ese hombre terminó por heredarle? Ni siquiera tenía idea. Estaba repleto de tantas cosas materiales que le daban ganas de abrir una venta de garaje o una subasta en la puerta de su edificio.

¿Para qué necesitó tantos lujos si nunca lo usaba? Exhaló, tirando el móvil a un lado en lo que encendía el motor, sin saber que la chica observaba hasta por fin verlo irse, porque ya llevaba un largo rato, sin siquiera hacerle caso a los vehículos que buscaban estacionarse en el único espacio que se podía ocupar.

William manejó, deshaciendo el nudo de su corbata en lo que encendía el aire acondicionado, subiendo los vidrios. Por un momento sintió calor y no tenía idea del porqué. Tal vez porque una página de citas candentes se le había puesto en una publicidad de la pantalla, lo que a profundidad le hacía sonrojarse un poco, por mucho que antes haya estado con mujeres.

No era casto. Iba de la mano con algunas experiencias, pero cuando conocían demasiado tus manos, lo mejor era evitar tocar demasiado. Más si algunas eran pacientes que recordaba a la perfección.

Era joven, por Dios. Un hombre joven practicando la ginecología, con un trabajo que hacían muchas mujeres o así veían que era mejor, ayudando a mujeres que apenas llevaban una vida íntima monótona o ninguna, propensas a infecciones, alguna que otra enfermedad de transmisión sexual y por supuesto, no olvidaba a aquellas que necesitaban planificarse antes de lo esperado.

¿Qué era, acaso? ¿Un producto en extinción? Negó, volviendo a la mansión que lo recibió con Vicky saliendo, cargando ese traje de siempre, bajando el vidrio para acercarse, mirándola.

—Victoria—la mujer alzó la vista, encontrándolo con el ceño fruncido, sin saber por qué mencionaba su nombre completo.

—¿Señor?—demandó, acercándose para inclinarse.

Ni siquiera lo pensó, solo sacó la cabeza y lo hizo. La besó, lastimándose con el vidrio que aún no terminaba de bajar, pero era suficiente como para unirse a ella, sin importarle nada más que su momento de descubrimiento.

—¿Pero qué hace?—La morena lo apartó, golpeándose con su medio empujón, en la cabeza, soltando un quejido—. Estoy casada.

—¿Qué?—inquirió, abriendo la puerta con la que la golpeó, haciéndola caer al suelo.

—¡Señor Jacob!—refunfuñó, poniéndose de pie, molesta, antes de voltearle ambos lados de la cara.

—P-Pensé que era soltera—alzó su mano izquierda, mostrando el anillo—. Ups…

—¿Qué le pasa? ¿Se tomó algo que le hizo volver a sus deseos reprimidos?—pasó las manos por sus mejillas, doliéndoles.

—Es que necesito una mujer…

—¿Disculpe?—cuestionó, indignada.




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