Mi padre, William Jacob

Capítulo 3 | Incendio.

Buscó adaptarse a la luz de la mañana que entraba por la ventana, habiendo dejado las cortinas abiertas la noche anterior tan pronto subió a dormir, lo que lo llevó a trabajar el resto de la noche, terminando de completar unos documentos necesarios con respecto al fallecimiento de su padre, lo que le mantenía un peso sobre los hombros, habiendo dejado una carga en él que ya no quería.

Comenzaba a cuestionarse si todo el tema de no haber complacido a su padre con lo que quiso siempre de acuerdo a la rectitud, le traería de consigo, no solo mala suerte con las mujeres, también fracaso en parte de lo que le quedaba de vida, porque de ninguna manera quería sentirse tan sumergido en la soledad.

Ni siquiera Victoria que había estado en los años de crecimiento, se quedó con él y no podía quejarse, ni culparla. Había hecho las cosas muy mal con ella, así que debía pensar en cómo remediarlo.

Se incorporó, pasándose las manos por el rostro en lo que salía de la cama para ir al baño, tomando una ducha rápida que lo calmó.

Había dormido sobre las hojas que revisaba, sin embargo, no las babeó como creyó, por lo que eso era un punto bueno y a su favor. Un indicio de que sí sería un buen día, al menos.

Bajó los escalones, pensando en las miles de cosas que podría comprarle o conseguirle a esa mujer, intentando averiguar qué le gustaba o si acaso encajaba en algunos spas donde pudiesen hacerle una reconstrucción facial.

Hizo una mueca, con la taza de café cerca, tomando un sorbo frío que escupió de inmediato, negando.

—William, estás solo—se repitió—. Es obvio que es café de hace días—regañó en un tono molesto, tirando la mezcla en el fregadero.

Liberó el aire, preparando la cafetera tan pronto colocó un tutorial sobre regalos para mujeres femeninas en su reproductor de vídeos, atento para anotar algunas cosas relevantes.

—Entonces no les regalo pastas de dientes, ni jabón—enunció, leyendo los contra—. Perfume y una cita a cirugía sí. A muchas mujeres les encanta cuando incluso le hablan de rinoplastia—anotó—. Muy bien.

Buscó su móvil, marcando el número de su amigo al tiempo que esperaba con el café ya a un lado de la libreta de anotaciones, servido, golpeteando en la hoja mientras veía el vaho del líquido, sintiendo un olor extraño tras él.

Olfateó, pensando que era su ropa que cargaba esa sensación de quemado, seguramente por pensar todas las cosas que a las féminas pudiesen gustarle, con la cabeza hecha neuronas fritas de tanto maquinar en los mejores obsequios, mucho más si quería tener una vida amorosa plena e igual tener de vuelta a Vicky.

El teléfono por fin fue contestado, lo que le hizo suspirar, liberándose de un poco de carga cuando escuchó su voz.

—¿William?—preguntó el hombre, asombrado.

—Sí, Max, ya sé que no estás acostumbrado a que te llame—emitió—. La cosa es que necesito ayuda de tu parte.

—Un ginecólogo que necesita cirugía facial—se burló—. No me esperaba eso—Wlliam salió de la casa, negando al quedarse en la entrada donde respiró aire fresco, esperando las neuronas quemadas recibieran ventilación.

—No es para mí, es para la señora que atiende mi casa—explicó—. Yo sigo siendo lindo.

—Claro—se mofó, con la carcajada en el teléfono—. A ver, dame una descripción.

—Te vas a espantar, mejor te mando una foto más adelante, ¿de acuerdo?—Su risa siguió—. Solo quiero que me ayudes a regalarle esta reconstrucción de rostro. Ponlo como una oferta, que llegue ahora mismo a su correo, porque iré a comprarle unas margaritas—indicó.

—Vale, envíame la foto al correo con su dirección de e-mail para hacerle llegar la proposición—prosiguió—. Espero que no pierdas la cara por esto.

—Tranquilo, le llevaré chocolates también—concretó, cerrando la llamada.

Giró hacia la puerta, abriéndola cuando vio el torrente de agua llenar en piso, siendo mojado en cuanto pasó adelante por los sensores que se activaban si había algún incendio.

—¡Ay Dios!—exclamó, corriendo en lo que veía la cocina llena de humo, dándose cuenta que no había apagado la estufa siquiera cuando sirvió el líquido. Mismo que ya estaba frío otra vez.

Se regañó, negando en cuanto supo que era imposible que sus neuronas se estuviesen quemando, porque sin duda, tampoco podría sentir el olor, aunque algunas personas sí tenían la capacidad de oler cosas que otros no.

Se apresuró a apagar todo en cuanto vio que la cafetera estaba encendida, usando un paño para apagarla, aunque solo terminó por quemarse un poco la mano con la flama del fuego, tirándolo al suelo hasta pisarlo en medio del agua que lo apagó.

Miró a su alrededor, abriendo el grifo de agua donde echó, como pudo, el recipiente, con el sonidillo de incendio dejando de sonar por fin, oyendo los toques en la puerta, intentando sacarse el negro de la cara que había sido causado por su despiste.

¿Cómo podía siquiera ser tan tonto? Definitivamente, no sabía ni podía estar solo. No iba a lograr nunca poner las cosas en orden y para colmo, todo lo que llevaba trabajado con los documentos, al igual que la nota de deseos de chicas, estaba arruinado al punto en que no iba a recuperarlo aún si le ponía secador de pelo, porque estaban hechas desastres encima del desayunador.




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