Mi padre, William Jacob

Capítulo 4 | Mascarilla.

Sostuvo el vaso donde la mujer había echado el café, dándose cuenta que no era un recipiente que tenía en su casa, sino uno que le pertenecía a ella en cuanto encontró su nombre en la parte de abajo, causando con eso que terminara su camisa manchada y su pecho quemado debido a su nivel de curiosidad.

¿Por qué no solo lo tomaba y ya? Se había preguntado, no obstante, prefirió ser más rebuscado, algo que jamás le había pasado y justo después que su padre fallecía, luego que esa chica lo enviara al psicólogo, su vida estaba en una temible línea de la mala suerte, porque quizás, karma no era.

Por mucho tiempo había hecho las cosas bien. Lo único que hizo mal, si no mal recordaba, era exactamente no darle una nuera a su padre o madre, antes que falleciera, por lo que le resultaba realmente extraño que después de tanta negatividad, ahora pareciera que todo se volcaba en su contra.

Con el pecho quemado por el café negro y la camisa manchada, tuvo que salir de la casa gracias a la llamada de Max, quien le indicó que ya había enviado el correo con lo que le pidió después de recibir la fotografía y la dirección del e-mail.

Pudo haber pensado antes si a Vicky le gustaban las margaritas, sin embargo, no tenía tiempo para eso y por supuesto, aunque era su establecimiento, aún no llegaba al trabajo, llevando más de dos horas de retraso.

Genial. Genial y más genial, se dijo, exhausto tan pronto tocó la puerta de la casa, tomando un sorbo del líquido al que por fin le prestaba atención.

Aún estaba caliente y dulce, como ella… Sacudió la cabeza, mirando el objeto, intentando no volver a alucinar con ese pensamiento tan extraño, agradeciendo al menos que esa mezcla no tuviese vida propia para caerle en la cara, como parecía que todo estaba haciendo, sin entenderlo.

Suspiró, dando un segundo toque, esta vez más insistente, esperando ver a alguien llegar a la puerta, así fuese solo para decirle que ella no estaba.

—¿Vicky?—demandó, alto, volviendo a tocar, esta vez sin parar, hasta que la madera se abrió y continuó tocando, esta vez cambiando la textura de a dónde se dirigían sus dedos.

—Señor Jacob…

—¡Ay santo cielo!—exclamó, dando un salto al verla por fin, con el rostro cubierto de lo que parecía ser una mascarilla, la misma que ahora estaba en sus nudillos por haber estado tocando su frente un par de veces—. ¿Vicky?—carraspeó—. Vicky, qué linda estás—sonrió, intentando no ofenderla—. Esa mascarilla te sienta muy bien, ¿de qué está hecha?—indagó.

—Oh, señor Jacob, es preparada de manera natural—le restó algo de importancia con sus manos—. La hago de heces de lagartijas. Las colecciono en casa, señor Jacob—la sonrisa se le borró de inmediato, limpiándose en sus pantalones la mezcla que apenas miró—. ¿Algo más que quiera saber?

—Le traje margaritas, mire—declaró, alzando el ramo para acercárselo a su cara, intentando sonreír—. ¿Hoy le llegó algún correo importante?—La mujer le abrió paso para que pasara, entrando en lo que se quedó cerca de la puerta, viendo que olfateaba las flotes.

—Huelen como si las hubiesen cortado de hace días—frunció el ceño—. ¿O las orinaron?—Acercó un poco más el ramo, estornudando cuando un poco de la mezcla le cayó en el rostro. Hizo una mueca de asco, buscando quitarse la supuesta mascarilla, intentando no vomitar por la textura de la misma—. Lo siento.

—No se preocupes, creo que me lo merezco—enunció—. ¿Revisó su correo?

—¿Envió mi paga al buzón?

—No, el electrónico. A ese me refiero.

—Aún no, aunque esta mañana estuve buscando nuevos trabajos. ¿Quiere ver mi hoja de vida?—William amplió los ojos, alzando la mano que sostenía el vaso de café al igual que la otra, negando.

—No, no, voy tarde, en realidad—declaró.

—¿Y qué hace aquí? No me convencerá de volver con un ramo de flores orinado por los perros de la cuadra donde vive—su rostro decayó—. Por cierto, los ramos no se hacen así y las margaritas no se cortan de esa manera.

—De acuerdo, soy pésimo, pésimo fingiendo—admitió—. Pensé que podría volver a trabajar conmigo si le regalaba una reconstrucción facial y unas plantas, cuales fueran, ni siquiera me fijé cuando las cortaba mientras un perro me mordía el trasero—liberó, cansado—. Me duele un poco el glúteo, ¿puede darme algo?—Cerró los ojos, pasando las manos por su rostro al embarrarse todo lo que aún no se quitaba, con el orificio donde salía el café, recibiendo una gota de la supuesta mascarilla, mezclándose de inmediato allí.

—Claro que sí—habló la señora, en lo que respiraba aliviado, antes de escuchar un rugido de un perro que llegaba frente a la mujer, quien le tiró el ramo, indicándole al perro que fuese por el.

—Ay santo Dios—gritó, dando pasitos hacia atrás hasta que tocó la puerta y en cuanto movió el pomo, salió de allí, no sin antes golpearse el rostro tan pronto cerró, generando que cayera por las pequeñas escaleras, quejándose—. Pero, ¿qué fue lo que hice?—chilló al cielo, con toda la mezcla del café cayéndole encima—. Genial. Café y heces de lagarto en mi rostro…—arrastró las palabras y antes que pudiese darse cuenta, las rejas de la comisaría lo encerraban.

ᵠᵠᵠ

—¿William?—El hombre alzó la cabeza, hundido en la cama de la celda, con los brazos sobre su regazo, contando cuántas gomas de mascar estaban pegadas en el techo, preguntándose cómo habían llegado ahí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.