Mi padre, William Jacob

Capítulo 5 | Sedante.

Seis de la tarde. La mayoría de las personas en el edificio estaban saliendo a sus hogares y él, solo veía la fotografía en su escritorio, una de esas antepenúltimas y otra a un lado que marcaba el día en que ambos recibieron su título al su hijo graduarse.

Nunca había visto a su padre bailar y ese día sí lo hizo, con una energía increíble, como si él se estuviese graduando también, hasta que lo decepcionó esa noche al decirle que su decisión de una familia estaba aplazada a unos largos años que no sabía cuándo podrían hacerse realidad.

Se sentía culpable, sin embargo, tenía claro que nunca se le había dado, ni siquiera en la universidad, la oportunidad con ninguna chica. Cada una parecía tomar su rumbo. Ninguno quedaba en nada concreto debido a los sueños, los deseos, todo eso que parecía interponerse antes que una familia, que ver un futuro con hijos o viviendo juntos en un mismo espacio.

Posiblemente por ello no se preocupó tanto, aunque terminó más oxidado de lo que esperó y esas dos mujeres que pasaron por su vida, ni siquiera fueron significantes. Seguramente dos pacientes que no reconoció, aunque con una sí quiso intentarlo, solo que de un momento a otro, desapareció, descubriendo años después que se había casado en una de esas Islas llenas de riquezas y lujos como parecía solventarse la fémina.

Definitivamente, nunca sería su tipo. Nunca iban a encajar para bien.

Unos golpecitos en la puerta lo hicieron alzar la cabeza, preguntándose en qué momento había comenzado a llorar siquiera.

Suspiró, pasando los brazos por sus mejillas al guardar lo que tenía, echando la silla corrediza hacia atrás para ponerse de pie.

Ya estaba cambiado. Fue un milagro encontrar ropa de repuesto en su casillero porque cuando llegó, su segundo al mando estaba ayudando a las pacientes, pasado de hora, por lo que solo fue al baño en cuanto encontró prendas, prefiriendo continuar con el día.

Claro que no obviaba los incidentes de una pinza lastimando a una señora, una joven a  la que le gritó “planificación” y otra que nuevamente golpeó su entrepierna, como si buscaran dejarlo sin hijos para siempre.

No podía controlarse. No podía luchar con el destino, por mucho que intentara hacer las cosas bien, todo se iba al retrete, por lo que solo lo dejó pasar. Si tenía que recibir bofetadas lo haría y listo. Estaba cansado de tanto.

—¿Sí?—Abrió, dejando pasar a quien sea que entrara, cerrando tras de sí en lo que volvía a su silla, acomodándose sin alzar la vista.

—¿No va a saludarme, señor Jacob?—preguntó, pareciéndole demasiado lejana la pregunta.

—No. Se acabó la jornada ya. Vuelva mañana—masculló, sin gracia al dejar caer la cabeza en el escritorio.

—¿William?—indagó, frunciendo el ceño, dejando en el escritorio la caja con las donas en lo que se acercaba para verlo—. ¿William?—volvió a emitir. Tocó su hombro, sin rastros de que fuese a verla, por lo que se agachó a su lado, notando que su respiración estaba algo lenta, como si se hubiese dormido en segundos.

Era extraño. Apenas se había levantado a abrirle, si tan solo… Cerró los ojos, llenándose de valor para rebuscarle, escuchando un balbuceo de su parte cuando fue bajando, como si intentara despertar del trance donde estaba metido.

Suspiró, llegando a sus glúteos. No era la mordida del perro, eso sin duda fue superficial, pero había algo más, como si tocase algo de ¿plástico? Lo movió un poco, mirando con atención en lo que sacaba la jeringa pequeña de su cuerpo, lo que lo hizo saltar en su sitio, quejándose.

William la miró, con el enojo en su rostro, ladeando la cabeza en lo que trataba de comprender qué rayos estaba sucediendo hasta que la notó alzar su mano, viendo que la mini jeringa estaba vacía. El sedante que guardaba allí no estaba y haberlo sacado seguro le había dolido como el infierno.

—No tiene suerte, señor Jacob—enunció.

—Me despedí de usted, ¿qué hace aquí?—inquirió, volviendo a sentarse en lo que intentaba pasar por alto el mareo que lo estaba azotando.

Las fuerzas de su cuerpo parecían querer volver a flaquear, como si haber despertado solo fuese un reflejo.

—Dijo que quería donas, ¿no?—Parpadeó, echando un poco la cabeza adelante—. ¿William?

—Sedante—murmulló—. Tengo mucho sueño—arrastró las palabras, como si no pudiese decir nada más—. Dulce… como Ivana—se desplomó en la madera, con la pelinegra viendo el objeto y luego a él, elevando las cejas.

—Increíble cómo una agujita tan pequeña puede destruir a un hombre tan grande—sopesó, dejando el componente en el cesto de basura en lo que soltaba el aire, obviando las demás palabras que había escuchado.

Quizás solo escuchó un mal balbuceo. Era imposible que dijera algo así, porque de dulce, no tenía ni las uñas de los pies.

Sacudió la cabeza, sacándose la chaqueta del uniforme en lo que fue por él, corriendo sus brazos sobre sus hombros en una pésima posición cuando buscó ponerlo de pie, terminando los dos sobre el escritorio, notando que era un peso muerto.

Respiró, ofuscada, con el pecho latiéndose demasiado rápido en cuanto lo notó mover la cabeza, todavía en el sueño, logrando que ambos estuviesen demasiado cerca de sus rostros, de cada parte de las facciones e incluso de sus labios.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.