Mi padre, William Jacob

Capítulo 6 | Muerto.

El sol de la mañana pareció arribar desde la ventana en la pequeña habitación, con los dos descansando en ese colchón donde ambos cupieron, con sus respiraciones calmadas en lo que William aún la sostenía, esta vez con el brazo cruzado en su cintura, con la cabeza cercana a su cuello, enredadas las piernas como si hubiesen pasado más que una noche de sueño juntos.

La primera en abrir los ojos fue la mujer, quien se espantó un poco, incorporándose al descubrir que su permiso de varios minutos fuera de la estación, se convirtieron en horas pesadas, aferrada a ese cuerpo caliente, a esa sensación de protección que hacía tanto tiempo desapareció de su vida.

Buscó apartar su brazo, a la vez que lo sentía moverse, esperando que despertara pronto, habiendo el sedante abandonado su sistema. Tenía que dar muchas explicaciones y si él no se presentaba disponible para declararse su secuestrador, iba a incendiarlo, por supuesto, de manera metafórica si no se le cruzaban un poco los cables.

Liberó el aire al sentarse en el colchón, notando que parte de sus prendas no estaban, al igual que su chaqueta del uniforme. ¿Cómo…? Debió haber estado somnolienta si se levantó a desvestirse, seguramente por el calor, aunque casada por el peso como para irse por la puerta y dejarlo solo.

Sinceramente, no tenía idea de qué la había llevado a quedarse entre sus brazos, si apenas conocía un poco más quién era él. Lo que su madre le hubiese dicho, era irrelevante con todo lo que se cargó encima, recibiendo una tonelada de peso que pronto se convertiría en vergüenza si le contaba a esa mujer lo pasado.

Suspiró, cansada al ir por sus zapatos, la blusa que cubría su franelilla de tirantes y la dignidad que estaba debajo de la cama, sacándola a como diera lugar, sin percatarse lo cerca que estaba de la ventana, queriendo solo mirar mientras se terminaba de vestir.

—Buenos días—la chica soltó un grito, pegándose un golpe en el vidrio tras ella en lo que las cortinas se abrían de manera automática, dejándola ver con su cabellera desarreglada, su respiración hecha un desastre, intentando calmarse por el susto que le dio—. ¿Estás bien?—indagó.

—Después de haber sido aplastada por todo su cuerpo la noche anterior, creo que es lo único que me queda—sonsacó, bufando al terminar de arreglarse.

—Disculpa—negó—. ¿Qué pasó?

—Te pinchaste con un sedante uno de tus glúteos—frunció el ceño.

—¿Que yo qué?—La pelinegra lo vio, suspirando.

—Fui a llevarte las donas y no pasó un segundo para que te durmieras—pasó las manos por su rostro. Su móvil resonó en un mensaje, levantándolo en lo que ella hacía lo mismo con el suyo, mostrándose ambos la fotografía—. Estás en mi grupo de amigos.

—Y tú en el grupo de mi familia—masculló, sorprendido—, mis amigos y la clínica—cerró los ojos—. Mi secretaria nos vio.

—Bueno, no solo tu secretaria, William, mi jefe también acaba de preguntarme qué rayos sucedió—hizo una mueca—. Todo por hacerte caso.

—¿Hacerme caso?—inquirió.

—Me pediste que me quedara contigo. Lo dijiste en latín—alzó las cejas—. ¿Qué fue lo que dijiste?—Lo vio, extrañada.

—Tal vez que me picaba el glúteo, porque yo no hablo latín—se tapó la boca. La mujer lo vio, furiosa—. Perdón.

—De cualquier modo, me retuviste con la tonelada de metro ochenta y tantos que tienes—sacudió su blusa—. Tengo que irme—avanzó, pasando a su lado en lo que tomaba su muñeca, acercándose de un tirón hacia él—. No tendré un romance contigo, William. Deja de ver películas románticas—expuso, zafándose.

Antes que pudiese decir algo, la vio salir del espacio, cerrando con un portazo que casi le lleva la cara, si no es porque dio varios pasos atrás.

—Dios—exhaló, colocando la cabeza en la madera, apretando los puños. Sintió un pequeño vacío apoderarse del sitio, como si de verdad su presencia le hiciera falta, por lo que no dudó en mover la perilla, saliendo a pasos rápidos de allí, buscando la puerta por donde se fue.

Ni siquiera la vio por los alrededores al salir, dándole la vuelta completa a la mansión o las habitaciones si acaso se estaba escondiendo. Se había ido más rápido de lo que pensó, teniendo esa sensación de nunca volver a verla. Al menos no en circunstancias fuera del área de trabajo.

Si hacía un incendio en ese instante, ella no iba a volver. Posiblemente otra estación u otro camión tuviese que ir a él, por lo que la primera opción de atracción no valía la pena. Si acaso pensaba en algo, sería en un perro para ser bombero. Eso sí sería lindo.

Inspiró profundo, calmándose con un largo baño, esta vez teniendo el reloj a buena disposición para llegar temprano al trabajo, tanto así que no quemó el desayuno, porque no probó nada de lo que había en el refrigerador, aunque no evitó comerse una de esas donas cuando llegó a su oficina. No eran muchas, esperó que fuesen suficientes, sin embargo, Ivana solo había llevado una en el cartón, por lo que no dudó en disfrutarla.

Tomó el trago de agua, frunciendo el ceño al notar en el suelo su chaqueta de trabajo, esperando tuviese una de repuesto para ese día, si es que iba al turno de la mañana o de la noche.

Sentado, acercó la prenda a su nariz, respirando su olor, imaginando que si tan solo lo hacía, podría salir volando de allí o explotar en partículas de cenizas si es que acaso ella cargaba algún súper poder desconocido. Primero lo había salvado con la fuerza empleada para sacarlo de allí y a él se le ocurría que ella era una súper héroe. Tenía que estar bromeando o pensando de más, si acaso.




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