Mi padre, William Jacob

Capítulo 8 | Cabo Ronaldo.

Suspiró, mirando la hora en el reloj en lo que volvía a cubrirse el rostro de agua, mirándose al alzar el rostro al espejo, intentando alejar el rastro rojizo de su rostro, aún si parecía imposible alejarlo de allí.

Se había instalado allí desde que lo vio por última vez en la tarde, sin poder apartarlo en el resto del día, con su turno terminando unas horas después de haber ayudado a su desastre entre los pantalones.

No entendía cómo un hombre tan grande como él, parecía estar teniendo la peor suerte del mundo ante las cosas más pequeñas. Por si fuera poco, le sonaba absurdo que justificara su desestabilización intestinal con el hecho de haber comido la dona, considerando que no eran precisamente de ese estilo. En realidad, podían conservarse muy bien, además de comerse porque ya lo había hecho antes, solo que él terminó con la peor suerte que alguien pudiese tener.

Extraño. Demasiado, a su parecer.

Sacudió su cabeza, recogiéndose el cabello en un moño desaliñado para buscar el bolso de maquillaje, empezando a colocarse un poco, mientras captaba el revoltijo en su estómago, deteniéndose en el instante.

¿Qué estaba haciendo? Posó las manos en el lavabo al exhalar con ruido, sin volver a ver su reflejo en el lugar.

 No podía tan solo tomar esa invitación de esa forma, encargarse de vestirse bien, de asistir a una casa con un hombre que no le parecía el mejor partido, por muy atractivo que fuera.

Tenía que medirse. Necesitaba dar un paso atrás antes que las cosas se fuesen a un lado distinto del cual iba a tener que escapar, porque aún no estaba lista. Menos después de lo sucedido.

Parpadeó, volviéndose para pegar su espalda en el espacio, quedándose allí, presionada en lo que movía su cabeza, dejándose llevar por las cuestiones en su cabeza, olvidando dónde estaba hasta que buscó sentarse en la cerámica, cayendo al suelo en un fuerte rebote hasta que sintió su trasero doler, quejándose.

—Rayos—se dio la vuelta, notando que comenzaba a mojarse su espalda, terminando con el rostro empapado por la corriente de agua que se liberó, soltando un chillido—. ¡Ah, no puede ser!—balbuceó, golpeteando el agua al querer alejar el torrente que la empapó en segundos, llevándose consigo el poco maquillaje que ni siquiera terminó de hacerse—. ¡William Jacob!—gruñó, molesta, alargando su nombre en medio de la queja.

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Pisó la alfombra, tocando el timbre al esperar en la entrada, con el bolso en sus manos, esperando respondiera al llamado antes de romperle la puerta y destruir todo desde dentro. Estaba furiosa como nunca, teniendo la opción de hacerlo pagar hasta que llorara de arrepentimiento por haberle pasado su mala suerte.

A diferencia de otras ocasiones donde podía reparar el tubo del lavabo hasta que dejara de caer agua, no logró siquiera detenerla, llenándole la habitación del torrente y otras más en el edificio donde convivía, escapando de allí para que su acompañante se encargara de ello.

Seguro la nota iba a remojarse si se inundaba por completo el lugar, aunque eso no le importaba tanto como poder darle un puñetazo a la cara a ese hombre, necesitada de alejarlo de su vida.

No más hombres. No más desastres. Tenía suficiente con sus problemas en la estación para que eso empeorara su estatus allí o en su día a día, como a él le pasaba.

Aún con todo, nunca pensó que esa mala suerte iba a ser contagiosa, por lo que tendría que buscar las formas de sacársela de encima o al menos, ir juntos para hacerse una limpia en caso de ser la última opción para el momento.

Exhaló, sacudiendo su cabeza al volver a tocar, acercándose a la ventana más cercana, pisando el pasto que ni siquiera pensó en inspeccionar hasta que sintió el primer corrientazo alcanzarla, removiendo su cuerpo en balbuceos.

Dio un paso atrás a duras penas, mareada, tambaleándose al tiempo que se sacudía un poco, quedando completamente idea hasta que volvió a avanzar, esta vez llevándose consigo la carga más alta que hizo a las luces parpadear.

William notó el cambio en la energía de la mansión, saliendo del baño al cubrirse con la bata para sacarse los audífonos mientras bajaba a la primera planta, secándose su cabello. Tras él, la mujer seguía recibiendo descargas de las que no se percató, yendo a la nevera por un vaso de agua, apagando las luces que no necesitaban estar encendidas mientras volvía para ver que un muñeco de flecos alzados parecía moverse en la ventana.

Por supuesto, era Octubre, ¿cómo olvidar las bromas de las personas en esos momentos? No celebraba Halloween, así que tendría que hablar con los demás alrededor, queriendo evitar bochornos en ese sentido.

Bufó, cerrando la cortina en lo que llegaba a la puerta, caminando descalzo, fuera, soltando el aire.

—Estos chicos—rodó los ojos—. Cada vez los hacen más humanos—farfulló al notar que el muñeco bailarín buscaba verlo, yendo para sacarlo de ese lado, terminando por recibir un corrientazo—. Auch.

—William—escuchó, arrastrado, espantándose en lo que abría sus ojos en sorpresa, encontrando conocido el rostro de la fémina, tirando el vaso al suelo para mirar a su alrededor.

—¡Ivana!—vociferó, corriendo para golpear su cuerpo con el suyo en lo que la alejaba de allí, notando lo empapada que estaba.




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