Mi padre, William Jacob

Capítulo 10 | Mocos lindos.

—Eso es todo—la historia concluyó en medio del silencio de la mujer, quien lo miraba desde el frente, boquiabierta en lo que su acompañante suspiraba, agradecido de poder sacar lo que llevaba guardado con la noche anterior tan incómoda a la que tuvo que aferrarse.

Ni siquiera comió. Lo único que hizo fue pedirle un servicio de comida casera con sus gustos, aparte de lo indicado por el médico, dejándola en la cocina al término de limpiar el desastre, con el pollo habiendo dejado su sazón por estar tan expuesto al agua, decidiendo guardarlo para el día siguiente donde podría tener más suerte a la hora de cocinar si ella no estaba en el medio.

Dormir se le hizo complicado. Aún cuando no quiso, la observó toda la noche, preocupado de su estado, concentrado en ayudarla con los medicamentos, aparte de cualquier cosa que necesitara, siendo cerca de las cinco de la mañana cuando cerró los ojos.

Ivana lo dejó descansar. Lo supo porque la alarma ni siquiera sonó, al igual que llevaba fuera de la mansión como una hora, evitándola cuando la miró en el área de lavabo, sin querer preguntarle nada.

Solo tomó un baño, llamó a la mujer y se juntaron en el mismo espacio donde se hallaban, necesitado de hablar. No iba a ir a terapia como se lo dijo Isabelle. Bueno, aún no.

—Eso fue intenso—bufó—. Claro, William. Digo, solo llevas unos días conociéndola y ya estás enamorado—pregonó.

—Puede que solo sea algo pasajero—indicó—. Me arrepiento de habérselo dicho—declaró al bajar la cabeza.

—Ay, jefecito, ¿cómo va a decir eso?—La miró hacer un puchero—. Yo creo que ella también debería decirle a usted que le gusta. Es que se le nota.

—¿En qué?—inquirió.

—Pues en la cara, mínimo será en las nalgas—tomó aire, soltándolo con fuerza.

—Será ahí, entonces, porque Ivana es todo menos una persona que reacciona ante las cosas sentimentales—habló—. Marta, esto es serio. Necesito consejos. Tú eres mujer—apuntó.

—Pues sí y no me gustaría que un hombre al que le ayudé siendo mi trabajo, me diga días después que está enamorado—miró sus uñas—. Usted lo prohíbe a sus pacientes, aunque para serle sincero, no es nada fácil—enunció, posando las palmas en la mesa—. ¿Le gustan mis uñas?—Su mirada fue severa—. ¿Ve? Por eso no tiene novia.

—¿Por qué? ¿Porque tus uñas sucias no me impresionan?—refunfuñó al oírlo.

—Me las hicieron ayer—se quejó—. Aparte, esto es un plus—habló—. Debería cobrarle por estos consejos.

—Para eso te pago bastante bien—acotó.

—Sí, tiene razón, señor Jacob—asintió—. Mire, a las mujeres le gusta que noten el detalle que nadie ha visto, que se lo alaben, ¿entiende? Así sea el sucio de las uñas—masculló en lo que alzaba las palmas, rindiéndose—. Averigüe qué le gusta a ella. Llévele algo y pídale perdón por lo de anoche.

—¿Perdón? Yo no hice nada—declaró, indignado.

—Es que esas cosas no se dicen así—señaló—. Puede hacerlo en una velada romántica, en el cuchi cuchi o en algún otro escenario que sea bonito—encogió sus hombros—. Verá que será de ayuda.

—Eso espero, Marta—acotó, dejándola entretenerse con su teléfono, mirándola con detenimiento en lo que pensaba qué podía hacer.

Ivana tenía muchas cualidades. Era hermosa desde fuera, ese cabello negro parecía ser pariente de la noche, además de ese color en sus ojos como una chocolatada con pan a la cual comerse incluso como antojo. No decía que sus ojos eran dos tabletas de chocolate, literalmente, pero el color de los mismos era envidiable.

Él no los tenía tan pronunciados como ella o no con ese brillo que ella cargaba desde que la vio, recordando la forma en que le centelleaban al verlo de vez en cuando.

Aparte de eso, su cuerpo era precioso. Lo que podía ver, claro. Ella era la única que lo había visto desnudo y para ser sincero, su burla ni siquiera fue a su entrepierna. No como ese paramédico lo hizo cuando se subió a la ambulancia, importándole poco lo sucedido.

Al final, ella estaba mejorando. No fue grave y no tenía idea de qué forma el voltaje bajó. Pudo haber sido un milagro no costarle la vida luego de hacerla pasar por tanto sin merecerlo.

Sacudió la cabeza, desayunando al oír a la mujer hablando por teléfono, chillando hasta que sus oídos dolieron, olvidando la compostura cuando los demás miraron en su dirección, teniendo que achicarse en la silla mientras comía la avena pedida.

Marta continuó en su labor, sin prestarle atención a nadie, maquillándose al término de la llamada, observando su reflejo en el espejo con una notificación en el teléfono que le mostró a su jefe tan pronto pudo, teniendo que casi meter el móvil en el recipiente para que le prestara atención.

—Mire—insistió—. Envié a una de mis amigas a seguirla. Ella salió de la mansión—alzó las cejas—. Dice que fue por algo a una tienda de cosas íntimas—siguió—. Esto fue—William apartó el móvil, exhalando.

—¿Tu amiga la acosó o le robó la bolsa?—resopló—. Es demasiado privado como para meterse entre sus cosas.

—¿No le da curiosidad que lo haga a nombre suyo?—La aplastó con la vista, al tiempo que Marta parecía empequeñecerse ante él, pegando el celular a su pecho.




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