Mi padre, William Jacob

Capítulo 11 | Gata salvaje.

—¡No, por favor, no!—peleó, recostado boca abajo, con el oficial habiendo puesto esposas a cada lado de los barrotes de la cama, esposándolo allí en lo que la mujer preparaba la aguja, dispuesta a piquetear uno de sus glúteos después de lo pasado.

—Tranquilo, tenemos que vacunarte contra la rabia, William—la pelinegra emitió, intentando controlar sus pataleos, aunque era difícil.

—Ya estoy vacunado—farfulló—. Sálvame, Ivana. Odio las agujas—la mujer no evitó la carcajada, sacando las primeras pintas del líquido con tres toquecitos—. Lo suplico. Seré tu esclavo si me lo permites.

Intentó no reírse, posando una mano en su rostro en lo que fruncía el ceño para verlo con más claridad.

—Vaya, esa chica sí que fue brutal—susurró al tocar uno de los aruñones, oyéndolo quejarse.

—Fue una gata—refunfuñó—. Una gata salvaje.

—Gata salvaje, con tu pasión—cantó—, con tu dulzura, arráncame el corazón—prosiguió, evitando la carcajada, repitiendo la estrofa al removerse en su sitio a la vez que se ponía de pie para mover las caderas.

William abrió la boca, babeando al verla así, incluso aplaudiendo, moviendo sus caderas de ese modo tan suave, sensual, como si de verdad estuviese disfrutando del acto bajo la canción desconocida a la que ella le ponía bastante gusto, sin percatarse que eso solo era una distracción para la inyección, solo que no le importó.

Su cabello moviéndose, mejor que la última vez que lo vio al estar elevado hacia arriba, sin pensar en lo mucho que puso quemarse aquel día, aparte de su sonrisa amplia, sus brazos hacia arriba y esos dientes blancos que parecían iluminar más que la luz del sol.

A decir verdad, nunca había visto un paisaje tan hermoso como ese, ni siquiera en sus sueños. Le había costado la vida llegar ahí y de ninguna forma iba a desperdiciar la vista a la que no se acostumbró antes, porque por segunda vez, estaba interesado en una mujer que seguramente podría corresponderle.

O no…

—¡Auch!—Hundió la cabeza en la almohada, respirando profundo por el dolor.

—Ya está—limpió el área, colocándole un parche—. Estarás mejor más adelante y no tendrás que estar babeando como perro—indicó.

—Gracias, Alejandra—emitió, posando una mano en su espalda en lo que lo dejaba descansar, con el vendaje en las heridas allí, saliendo tan pronto el hombre lo liberó, cerrando tras de sí para verla—. Fue el único contacto válido que hallé en sus libretas. Disculpa haber llamado sin previo aviso.

—Me sorprendió el hecho de ser una mujer, pero no me preocupa ahora—frunció el ceño—. William no es muy devoto a las relaciones.

—No soy su novia—concretó.

—Sí, es obvio que no lo eres—Ivana la observó, atenta—. Lo que es claro es lo mucho que parece sentir por ti. Jamás lo vi así—pregonó, caminando a la sala al tiempo que la seguía.

—No estoy comprendiendo—confesó—. ¿Qué sucede con él?

—Nada. Fue el único hijo de los Jacob que no se casó en casi cuarenta años—elevó las cejas—. Por cierto, mis hermanos me pasaron las fotos. Es la primera vez que una mujer lo rescata en la vida. Casi siempre se levanta solo—acotó.

—No la está pasando nada bien desde la muerte de su padre—susurró. Alejandra la vio, atenta—. Me lo dijo ayer, horas antes de mearse en los pantalones.

—¿William?—Evitó la sonrisa.

—Tiene un brote de mala suerte—pregonó—. Casi incendia la mansión. Se quemó el recipiente donde hacía café, luego lo apresaron y…—continuó enumerándole cada desastre, dejando a la mujer en frente sorprendida, sin poder creer que de verdad estaba pasando eso—. Lo de hoy es la confirmación de que nunca saldrá de ahí.

—Qué extraño—susurró—. William es todo menos desastroso—caminó con ella hasta la alacena, buscando un vaso de agua a la vez que ambas tomaban al ocupar espacio tras el muro del desayunador—. Algo pasa. Algo externo.

—¿Como qué? Si no tiene a nadie en su vida—enunció—. Está tan solo que da miedo.

—Es cierto—bajó la cabeza, acariciando el objeto—. Tal vez que papá muriera le hizo sacar la realidad oculta. Que es un hombre sin experiencia en ninguna parte. Solo le sirve la medicina—hizo una mueca—. Todos nosotros vivimos en otros Estados. La más cercana soy yo, aún cuando estoy a horas de aquí—prosiguió—. Los demás están casados, con hijos y en proyectos más importantes.

—¿Tú no tienes familia?—Alejandra la miró.

—Divorciada—guardó silencio—. Mi padre murió pensando que éramos una familia feliz. Él tiene dos hijos con otra mujer y los hacía pasar como míos—se quedó quita—. Aunque dentro de todo, admito que yo fui la del problema.

—¿Por no ser fértil?—La castaña negó.

—Por ser más libre—explicó—. No me gusta sentirme dependiente de alguien. Tengo un problema desde hace años y viene de la mano de mi madre que no es la misma de William—concretó—. Terminamos en buenos términos. Para ninguno fue problema.

—Lo siento—musitó—. Tiene una existencia complicada.

—Igual que tú—fijó sus ojos en ella, tensándose en lo que la analizaba—. Eres Capitán en la estación de bomberos de la ciudad. Vives sola, ¿no es así?—pasó saliva—. Perdiste a alguien importante. Se nota en el brillo que le falta a tus ojos—posó las palmas en su regazo—. Y…—miró el área de su pecho—. ¿Qué te pasó?




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