—Aikemajepe vaékue ã ñemuha hetahápe, ne’ĩrava ahecha péichagua. Kakuaaitereí ha hetaitereí mba’e oĩ ipype (Aunque ya había entrado en otros centros comerciales, nunca ingresé en uno de este tipo. Es enorme y tiene muchísimas cosas), decía Julia cuando iban entrando con Enrique al “Paseo La Galería”, uno de los shoppings más exclusivos de Asunción.
Su mirada vaga por todo el lugar, claramente superada por el lujo y la ostentación que despliega. Enrique, en cambio, se muestra sereno; aunque no ha recuperado la memoria, se siente a gusto en ese lugar, como si fuera su hábitat natural.
Pronto encuentran un local de ropa de sport donde compran de todo para ella: vaqueros, camisas, remeras, chaquetas, botas, pantalones cortos. En fin, que la tienda quedó casi vacía de ropa de su talla.
Después fueron a buscar ropa elegante y, por último, lencería. Julia tuvo que probarse de todo frente a Enrique, quien se la comía con los ojos.
Como Enrique se dio cuenta de que Julia se sentía avergonzada por la ropa que llevaba, que realmente desentonaba en ese lugar, le dijo que se dejara puesto uno de los conjuntos nuevos.
Fueron a comer a uno de los restaurantes del lugar, y nuevamente Julia se sintió cohibida. Nunca estuvo en un lugar semejante, no reconocía el nombre de los platos y tenía miedo de no saber usar los cubiertos porque vio en una mesa adyacente varios juegos de cuchillos, tenedores y cucharas, también muchas copas y sintió miedo de hacer el ridículo.
Pero se preocupó en vano, pues Enrique pidió carne asada con mandioca. Cierto que le llamó la atención al camarero que haya optado por eso, pero como el cliente siempre tiene la razón...
Cuando terminaron de comer, siguieron recorriendo el centro comercial, encontraron una joyería y Enrique le compró varios juegos de joyas y relojes que combinaran con sus prendas nuevas. Lo más significativo fue el hermoso anillo de compromiso que en ese mismo instante puso en su dedo con la promesa de que se casarían lo antes posible.
Enrique tenía grabada en su mente la imagen de la casa y la forma en que vivió Julia, en medio de carencias, maltratos físicos, psicológicos, verbales y, por si fuera poco, la constante amenaza de que su padre podría prostituirla en cualquier momento. Había tomado la decisión de mimarla y llenarla de cosas bonitas. ¿Qué mejor forma de gastar su dinero que consintiendo a su mujer?
Además, disfrutó sobremanera el proceso: le hizo probar y desfilar todas las prendas que se le ocurrieron, incluida la lencería. Lo único que tenía en mente ahora era el intenso deseo de que llegara la noche para poder quitarle esa misma lencería que compraron.
Cuando terminaron con las compras, fueron al cine. Se sentaron en la última fila porque él quería besarla y acariciarla. Ya no se aguantaba. Solamente quería tocarla, besarla y su mente se encontraba llena de imágenes de lo que deseaba hacerle y la ansiedad crecía cada segundo que pasaba.
Finalmente llegaron a su casa, cenaron y subieron.
La noche se le hizo corta.
Continuará...