Mi patrona...

0.4

No dudaron mucho en entrar al tren y con sus billetes en la mano, subieron sus maletas al cargamento y el tren tomo rumbo a las montañas. La chica miraba a la vegetación, ya había pasado un rato desde que habían salido de la zona urbana, y los bellos paisajes de la naturaleza adornaban un viaje portentoso. Cuatro horas restaban para que llegaran a su destino. Cuatro horas que Carlos pasaría acariciando la belleza de su patrona y aprovechando que estarían solos no perdió ni tiempo.  La chica estaba vestida con una chaqueta de color marrón.

Una camiseta de lo mas normal color amarilla. Un jean algo ajustado y una gorra suiza combinada con las gafas grandes de forma cuadrada. La cara no tenía ni una pisca de maquillaje. Era diferente a los días comunes, algo lucia más extraño en ella, algo que Carlos no podía encontrar pero que sin duda le quitaba el habla.     Una espalda mullida clara suave y abierta a su placer. Su patrona tenía todo lo que Carlos deseaba. Tentación orgullo complicidad, seducción, amor, pasión y un sinfín de sentimientos floreciendo en su pecho.

En un dos por tres, del tren llego una chica con un carito vendiendo chucherías. Un brillo desconocido salió de la cara de Any  y como chica de quince años, salto a un lado de la amable mujer y esta le recibió con una sonrisa, Carlos estaba siempre atento a lo que hacia la mujer aprovechando para ver un poco su seductor cuerpo. De la nada Unos asaltantes aparecieron en el vagón. —Armados con pistolas— Ellos amenazaban a los pasajeros. El grito de una de las chicas estremeció el pequeño vagón. Estaban vestidos de negro y con pantalones apretados. Uno de ellos agarro a una chica amenazando a los demás. La chica gritaba de pánico. El ladrón abusaba de la situación. Arranco la camiseta de la indefensa chica, y empezó a frotarle los pechos.

Las personas aterradas entregaban todas las pertenecías, carteras billeteras y objetos de valor. —Any escondió el pequeño dije de oro que tenía en el cuello— Carlos la miro a ella, y se levantó lentamente de la silla, —No hagas ninguna locura Carlos.

—Lo único que no puedo soportar en esta vida es. —Se acercó con lentitud a ella acariciándole la barbilla con sus agiles dedos y le planto un besillo hundiendo los labios— Un bastardo que no sabe nada más que hacer daño a las otras personas.

Carlos salió al pasillo en medio de todos los asientos, uno de los  maleantes le apunto con el arma amenazándolo pero este solo siguió caminando con parsimonia.

—Atrápalo —Dijo uno de ellos, señalando a Carlos con la barbilla. Con rapidez el ladrón que estaba recogiendo las carteras, apunto a Carlos —Detente— Ordenaba con rigidez al abogado.  El sin miedo siguió, —Eres sordo que te detengas Bastardo— Carlos hizo caso omiso de la amenaza —Any miraba aterrorizada—  Dos disparos se dejaron escuchar en lo profundo de la habitación. Y la silueta de Carlos pegándole un golpe directo al maleante se dejó ver. Anonadó estaba el criminal, mientras tiraba el arma al suelo. —Con rapidez Carlos pateo la pistola a un lado— con una serie consecutiva de golpes el ladrón cayó al piso desmayado. El otro amenazo con dispárale a la chica si el avanzaba un paso más. Él se sentó con lentitud mientras que hurgaba en sus bolsillos. 

Carlos sentado en el piso del vagón, sentía el miedo de la chica horrorizada pero con una actitud algo no muy prometedora. Sentía hasta el último sollozo de pena y miedo. El cogió de su cartera una pequeña navaja implantada en su llavero. Con un impulso veloz, Carlos se paró y lanzo la navaja acertando con gran habilidad a la mano del maleante dejándole la mano clavada a la pared del vagón. Y soltando la chica. La joven corrió a los brazos del abogado —Any sintió algo revolviéndose en su estómago— Mientras el abogado consolaba a la chica, el resto de pasajeros hombres, se levantaron y amarraron a ambos ladrones.

Llegaron dos horas más tarde de lo planeado a Hongcun, la policía retuvo a Carlos un lapso de tiempo corto por el hecho  heroico de haber protegido a  los tripulantes del vagón. Pero sin contratiempo a las seis de la tarde estaban recorriendo los pequeños  y calorosos callejones de la pequeña pero bella ciudad. Un atardecer rojizo los recibió viendo las portentosas e indómitas montañas amarillas de que se convertían en cordilleras. —Hermoso paisaje—Dijo la chica mirando el horizonte pintado de rojo. Carlos en su mente estaba dispuesto a hacerla sonreír así fuera con uno de sus halagos —Así fueran clichés— Sin miedo miro sus profundos ojos que brillaban cual estrella. —Más hermosa eres tu— a tono alto soltó las palabras  La chica se pintó del mismo rojo del cielo. Mientras negaba con una sonrisa. Ella siguió caminando con el hombre siguiéndole

Diez minutos más tarde llegaron al hotel. Este era una casa amplia con dos pisos, las rocas de la fachada eran perfectamente acomodadas una encima de otra, y en la entrada una puerta de madera algo vieja. Entraron los dos de una vez a la casa y una señora estaba en la recepción, Ella miro con escrutando a la pareja.




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