Mi patrona...

0.3

Wang salió de la habitación para darle su espacio al joven, para que se sintiera cómodo. Carlos estaba decidido a ponerse el kimono, se quitó la camisa y también los pantalones, estaban algo ajustados en sus piernas así que le costó un poco quitárselos por completo. —Wang esperaba afuera— Carlos se deslizo el suave kimono de seda fina por los brazos, y metió la espalda acto seguido. Con un jalón de cuello acomodo la parte trasera del quimono, también se metió los amplios pantalones que le quedaban volando. En si completando el conjunto de negro.  El kimono estaba perfectamente limpio y bien cuidado.

La apertura de la prenda dejaba ver una parte de su pecho al descubierto. Dejando ver su musculatura definida. Algo vergonzoso para él, pero ya no era culpa suya.

Doblo la ropa que traía puesta y la metió en el baúl. Se puso la cadena que le dio Wang y quedaba perfectamente en el pecho, donde estaba la parte descubierta, exhibiendo la hermosa pieza da plata. Viéndose al espejo rio un poco al pensar que parecía un hombre de la cuarta dinastía.

—Estoy listo señor Wang. Dijo para que pasara a la habitación.

Wang entro enseguida.

—Pareces un guerrero.

—Es un halago.

—No. Digo la verdad. Pareces un guerrero. Solo falta una espada. El viejo rio un poco.

Carlos rio con él, e iba a agradecer pero Wang le obligo a callarse lanzando un quejido de anciano.

—Esto es lo único que falta… el desenvaino la el cuchillo fajado en la cintura.

—Pero eso es…

—No es mío… Lee el prescrito. El viejo le dio la daga en la mano. Y Carlos la sostuvo.

En un perfecto chino tradicional, en la hoja del cuchillo decía <<Carlos>>

—Era de mi padre. Por primera vez Wang no completo la frase de Carlos pero afirmo con la cabeza.

Carlos se la fajo al cinturón del kimono la daga con toda y vaina.

—Pero aprovechando el momento quiero decirle algo.

—Dilo hijo.

El abogado de postro al suelo y bajo la cabeza en señal de agradecimiento. Como lo hacían en la china tradicional.

—Primero que todo gracias… Y segundo Deme permiso para casarme con su hija.

—¡Ha! ¡ha! ¡ha! Que peliculero eres, solo debías decírmelo y ya.

—¿Pero me da la bendición?

El viejo no contesto y en la habitación se creó un silencio profundo, Carlos cerro los ojos pensando que lo había echado todo a perder.

—Hijo —Carlos abrió los ojos— Levanta la cabeza del suelo. —Carlos hizo caso— A veces hay que proteger a la familia, estás dispuesto a eso.

—Claro Sr Wang.

—Mira acá. —El viejo Wang bajo una parte del kimono y le mostro la espalda al joven— a veces hay que partirse el lomo por cuidar a tu mujer y a tus hijos tal como lo hizo tu padre. Esta cicatriz me la hice defendiendo a Ming. Si estás dispuesto a cuidarla como yo cuide a Ming.

Carlos vio la cicatriz del viejo y noto que era profunda, que habían pasado años y la cicatriz seguía como si la hubieran hecho un mes antes. Pero cerrando los puños y aferrándose a su sentimiento no dio ni un paso atrás.

—Si estoy dispuesto.

—Va a doler hijo. Es profunda la herida, y no tengo anestesia.

—A carne viva viejo, peor castigo es vivir sin su hija.

—¡Ja! Tienes huevos, igual que tu padre muchacho. Entonces lo vamos a hacer con su daga.

—Espérame mientras traigo la sutura. EL viejo registro entre las cosas de la habitación. Y saco unas tijeras largas y punzantes y una aguja acompañado de hilo para suturar.

—Comencemos chico. Repito no tengo anestesia, debes aguantar el dolor a carne viva.

El viejo Wang pasó un trapo a Carlos para que lo pusiera en su boca. Acto seguido Carlos lo puso en su boca.

—Esto es como una aceptación a la familia. Después de esto te ayudaremos en todo lo que podamos.

Carlos afirmo con todo el peso de su cabeza. Se quito la parte superior del kimono para que no se manchara y además se amarro a los barandales del estantillo de metal.

—Aquí vamos. Dijo Wang y enseguida Carlos sintió un frio metal cortando su espalda alta y un calor pon dentro que punzaba variadas puntadas de dolor incesable, lentamente la daga tajaba haciendo una brecha,  el dolor parecía interminable, mas en ningún segundo jadeo de dolor, más bien se mantenía firme y con los ojos cerrados, para no asustarse por la sangre derramada al piso.




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